CUENTOS DE LA
GENERACIÓN DE FIN DE SIGLO
(1890-1915)
Mérida, Editora Regional de Extremadura, Col. Rescate, 2021, 224 págs.
Edición,
introducción y notas de Manuel Simón Viola
La antología que publica ahora la Editora Regional de Extremadura recoge el panorama del relato en la región en un periodo de transición entre los dos siglos que se abre en 1899 (aparición de la Revista de Extremadura, publicación de Meridionales, de Luis Grande Baudesson, prologado por Salvador Rueda) para cerrarse en 1916, año de la muerte de Felipe Trigo. Teniendo en cuenta que la flexibilidad debe presidir estas demarcaciones temporales (las trayectorias de algunos autores superan ampliamente la segunda fecha), lo cierto es que el grueso de la producción literaria se concentra en esta franja cronológica, entre cuyos límites encontramos dos subgrupos de perfiles precisos. Reunidos en torno a la Revista de Extremadura (enero de 1899 - febrero de 1911) y a Diario de Cáceres (1903) encontramos un conjunto de escritores que compaginó el cultivo de la narración con la poesía (José María Gabriel y Galán, Luis Grande Baudesson) o con el ensayo (Publio Hurtado, Rafael García-Plata de Osma, Diego María Crehuet, Mario Roso de Luna). En torno a Archivo Extremeño (febrero de 1908 - diciembre de 1911) y a los diarios pacenses de corte conservador, Noticiero Extremeño (1904), Nuevo Diario de Badajoz (tercera época, 1898), más tarde Correo de la mañana (1914), se dan cita escritores como Luis Rodríguez Varo, Javier Sancho González, Antonio Reyes Huertas o Enrique Segura.
Reproducimos el arranque de un relato de
Antonio Reyes Huertas (“Un cuento de lobos”) marcado por una sensibilidad
“moderna” en la descripción del paisaje y por la simpatía artística con que se
contempla a los seres humanos que habitan el entorno rural.
“Desde la casa que blanquea en el alcor a la cañada donde está el manantial, hay una senda bordeada de margaritas y de gramas azules. A un lado de esta vereda, hasta los cantiles de basalto que se coronan todas las tardes con la rodela del sol, la mancha de jaras, charnecas y madroñas sube ladera arriba, como una crespa cabellera del monte. A otro lado ondulan las tierras, ya descuajadas, que han ido acortezando y endureciendo los vientos y el pastoreo.
Nido la casa de un idilio en que la ternura
apenas tiene palabras. Turón, el marido, mayoral de ovejas, guarda un rebaño en
compañía del rabadán y un hatero. María Teresa, la mujer, dispone la casa,
ventila la quesera y cuida de tener siempre limpios los herrados para los
ordeños. En este rústico idilio, como un retoño tierno entre dos troncos
recios, Tina, la niña, recuerda las facciones de la madre y el genio, un poco
arisco, de Turón, cuando éste, al intentar dormirla por las noches, acerca sus
barbazas descuidadas al rostro moreno del angelote.
Fuera de la casa duermen en el chozo el
rabadán y el hatero, al cuidado de las ovejas. Los perros acosan durante la
noche los latidos del viento y la primavera ha levantado ahora, alrededor de la
casa, los efluvios de savias y resinas del monte y el vaho blando y penetrante
del redileo...”.
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