LOS CABALLOS BERMEJOS DEL SIMÚN
Leandro Pozas
Mérida, De la Luna Libros, Col. Lunas de Oriente, 2022, 88 págs.
Nacido en
Cáceres en 1951, Leandro Pozas es actor, periodista, dramaturgo y docente en la
Escuela de Arte Dramático de Extremadura, que ha publicado y estrenado diversas
obras como Historias con música
(2000), La espada del teatro (1997), La urdimbre (1995), Aventuras de Dick el Parisien, pirata de oficio (1998), Un tal Amorfo...), la novela Crónica oficiosa de la Paca la Coja
(2001) y también ha colaborado en libros de carácter colectivo con ficciones
narrativas, teatrales, ensayos y ha firmado artículos de opinión en prensa
sobre cine y teatro. Ahora, la editora emeritense De la Luna Libros publica Los caballos bermejos del simún, un
conjunto de diez relatos de perfil temático y formal muy distintos, por cuya
superficie deambulan damas de la caridad fascinadas por el joven obispo,
políticos mendaces, niños que exigen obsequios disparatados, amenazas
fantasmales, un extraño viaje de placer a Polonia, un sepelio propio del
realismo mágico o unos caballos celestes. Reproducimos un fragmento de uno de
los relatos, “El tren de Alemania”, con los tonos del realismo social y un propósito
documental y de denuncia de una España que expulsa a sus habitantes al
extranjero, en el que una leve crítica (“¡Esto es España, sí señor! ¡La España
una, grande y libre, camino de Alemania”) es contestada con la amenaza falangista
de rigor (“Da la cara, cabrón”).
“-Padre,
¿por qué se quiere ir usted a Alemania?
—Yo no me quiero ir a Alemania. No me quiero ir,
hijo.
—Entonces, ¿por qué se va usted?
—Porque..., porque... Es igual, no lo entenderías...
Cuando seas mayor.
—Pero, yo, quiero entenderlo... Y el padre, apurado:
—Porque tenemos que comer tu madre, tú y yo.
—Pero si aquí, en España, hay mucha comida.
El padre lo
mira. Ya no sabe qué responder. Se sume en una remota y triste mudez, como
eterna, una mudez que parece traspasar las generaciones.
De repente
la multitud sufre una sacudida y oscila con comedida violencia hacia la
izquierda del andén, luego a la derecha. Pero con rapidez, todo y todos
recuperan el equilibrio.
El hijo
contempla curioso el vaivén y parece olvidarse de la conversación.
Un niño de
teta llora con desesperación entre el gentío. Tiene hambre o es una forma de
protesta por el inesperado movimiento. Luego se calla.
En medio de
la noche, en la deteriorada carretera que corre paralela a la vía del tren,
surge una carreta tirada por dos bueyes apenas iluminada por la luz del
apeadero. Un hombre enjuto y moreno, prematuramente avejentado, las guía
valiéndose de una vara de mimbre. Si se pudiera ver su ropa se podría observar
que está hecha de remiendos superpuestos, como los harapos de los primeros
Arlequines.
—¡Torcazo!, ¡Pachucho!, les grita a los bueyes que,
cansados y cansinos, tiran con desgana vacuna de la destartalada y chirriante
carreta. —¡Quieeetos...!, grita el hombre. Los bueyes paran en seco, aliviados
tal vez. El hombre observa con curiosidad y tristeza la escena del andén.
Suelta una maldición y escupe lejos un gargajo”. [pp. 40-42].
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