martes, 9 de mayo de 2017

Ego y yo


EGO Y YO

Yolanda Regidor
Córdoba, Almuzara, 2014, 231 págs.
XXX premio Jaén de Novela.

   Nacida en Cáceres en 1970, Yolanda Regidor es licenciada en Derecho y formadora ocupacional, además de trabajar como asesora jurídica y docente en proyectos de inserción sociolaboral. Como escritora, su primera novela fue La piel del camaleón (Córdoba, Arcopress, 2012)  acogida con críticas favorables, en tanto su última novela, La espina del gato (Córdoba, Benerice, 2017), ha sido considerada como una de las mejores novelas del año.
   Ego yo ofrece varios niveles de lectura (esto es, como todo buen relato, contiene dos historias y la más importante está oculta). En el más superficial asistimos a un reencuentro entre dos amigos alejados durante unos años, un viaje de unos días en que uno de ellos estrena carné de conducir y automóvil y el otro accede a acompañarlo en fechas de exámenes finales y a unas pocas aventuras que ponen de relieve dos personalidades muy contrastadas, que enfrentan el apasionamiento a la prudencia, el impulso a la reflexión, lo dionísiaco a lo apolíneo… en un itinerario, marcado por la ternura, el erotismo y la violencia, del que ninguno de los dos saldrá indemne. El título de la novela invita, sin embargo, a una lectura de mayor calado, abierta a interpretaciones personales, en donde las certezas van diluyéndose hasta el punto de reconsiderar en el desenlace los pormenores de la trama e incluso a preguntarse quién es el narrador de esta singular aventura, que nos habla, con una prosa precisa y eficacísima, de las distintas vertientes (con frecuencia diversas, contradictorias, ingobernables…) de la condición humana. Reproducimos un fragmento en que, como en otros momentos de la trama, los personajes abordan con un tono liviano un tema grave.

   “Me quitó la botella de las manos y se sentó en su esterilla abrazándose la piernas recogidas sobre el pecho. La luna ya hacía rato que había pasado por allí y las estrellas habían desaparecido tras nubes invisibles. La hoguera irradiaba un círculo de luz, que no se diluía de forma suave; acababa de repente en un escaso par de metros y luego todo era oscuridad. Y esa tiniebla era el infinito, el espacio, la ausencia de límites; no existía el río, ni las rocas, ni los árboles; tan solo estábamos los dos, con nuestra estera y nuestro fuego en nuestra área de tres catorce dieciséis por dos al cuadrado; y ese era todo el universo existente, todo concentrado allí, en nosotros, un par de seres de colores saturados, como vistos por una cámara térmica.
         -¿Qué te gustaría hacer antes de morir? –me preguntó.
         -No se le debe preguntar eso a un depresivo.
         -¡Bah! Los suicidas crónicos nunca lo llevan a cabo. Mira mi padre; más raro que un perro verde, siempre a lo suyo, triste, callado… lo que viene a ser una depresión en toda regla, sí, pero jamás amenazó con quitarse la vida. Simplemente un día lo hizo. A tomar por culo. Pero estoy seguro de que tú no quieres morir.
         -Claro que no. Aunque no sé hasta qué punto es gracias a la medicación.
         -Bueno…, quizá ahora lo compruebes, macho.
         -Sí.
         -¿Tienes miedo?
         -¿Y tú? Puedo volverme agresivo.
         -Nah”. [pp. 97-98].

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