SU CUERPO Y
OTRAS FIESTAS
Carmen María
Machado
Barcelona,
Anagrama, 2018, 280 págs.
Trad. de Laura
Salas Rodríguez
Ha caído en mis manos el primero de los
relatos de Su cuerpo y otras fiestas de
Carmen María Machado (Allentown, Pensilvania, 1986), una ensayista, crítica
literaria y autora de relatos de antecedentes cubanos que publicó en 2017 esta
primera compilación de cuentos, de la que la editorial Anagrama adelantó en una
edición no venal el primero de los relatos titulado “El punto de más” (el punto
de sutura que los médicos dan a la mujer tras el parto para garantizar unas
relaciones sexuales futuras placenteras para el hombre). El libro pronto fue
reconocido como finalista o ganador de numerosos premios literarios y traducido
a varias lenguas. Presentado por los editores como una notable manifestación de
literatura de mujer, con mensajes claramente feministas, los relatos conjugan
ingredientes dispares que no esperábamos encontrar reunidos: el intenso
erotismo, el misterio (e incluso las vagas presencias terroríficas), los
relatos populares y, en el texto que comentamos, el enigma de la cinta verde que
la mujer lleva al cuello (desvelado en el desenlace del relato). El resultado es
una narración extraña, perturbadora y profundamente original. Reproducimos un
fragmento que aúna todos estos elementos.
“No sé qué hacer ahora. Me late el corazón
entre las piernas. Duele, pero me imagino que podría llegar a ser placentero.
Me paso la mano por encima y siento vaharadas de goce en algún lugar lejano. Su
respiración se calma y me doy cuenta de que me está observando. La luz de la
luna que entra por la ventana me ilumina la piel. Cuando lo veo mirándome, sé
que puedo alcanzar ese placer, como si mis dedos rozasen el cordel de un globo
que queda casi fuera de mi alcance. Empujo, gimo, cabalgo despacio la ola de
sensaciones con un ritmo regular, mordiéndome la lengua hasta que llego al
final.
-Necesito más
-dice, pero no se levanta para hacer nada. Mira por la ventana y yo también.
Podría haber cualquier cosa ahí fuera, en la oscuridad, pienso. Un hombre con
un garfio en lugar de mano. Un autoestopista fantasma que repite eternamente el
mismo viaje. Una anciana a la que los cantos de los niños sacan del espejo en
que reposa. Todo el mundo se sabe esas historias -bueno, todo el mundo las
cuenta, aunque no se las sepan-, pero nadie cree en ellas.
Su mirada vaga sobre el agua y luego regresa
a mí.
-Cuéntame lo de
tu cinta -dice.
-No hay nada que
contar. Es mi cinta.
-¿Puedo tocarla?
-No
[pp.
14-15]
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