lunes, 11 de febrero de 2019

Su cuerpo y otras fiestas


SU CUERPO Y OTRAS FIESTAS

Carmen María Machado
Barcelona, Anagrama, 2018, 280 págs.
Trad. de Laura Salas Rodríguez

   Ha caído en mis manos el primero de los relatos de Su cuerpo y otras fiestas de Carmen María Machado (Allentown, Pensilvania, 1986), una ensayista, crítica literaria y autora de relatos de antecedentes cubanos que publicó en 2017 esta primera compilación de cuentos, de la que la editorial Anagrama adelantó en una edición no venal el primero de los relatos titulado “El punto de más” (el punto de sutura que los médicos dan a la mujer tras el parto para garantizar unas relaciones sexuales futuras placenteras para el hombre). El libro pronto fue reconocido como finalista o ganador de numerosos premios literarios y traducido a varias lenguas. Presentado por los editores como una notable manifestación de literatura de mujer, con mensajes claramente feministas, los relatos conjugan ingredientes dispares que no esperábamos encontrar reunidos: el intenso erotismo, el misterio (e incluso las vagas presencias terroríficas), los relatos populares y, en el texto que comentamos, el enigma de la cinta verde que la mujer lleva al cuello (desvelado en el desenlace del relato). El resultado es una narración extraña, perturbadora y profundamente original. Reproducimos un fragmento que aúna todos estos elementos.

   “No sé qué hacer ahora. Me late el corazón entre las piernas. Duele, pero me imagino que podría llegar a ser placentero. Me paso la mano por encima y siento vaharadas de goce en algún lugar lejano. Su respiración se calma y me doy cuenta de que me está observando. La luz de la luna que entra por la ventana me ilumina la piel. Cuando lo veo mirándome, sé que puedo alcanzar ese placer, como si mis dedos rozasen el cordel de un globo que queda casi fuera de mi alcance. Empujo, gimo, cabalgo despacio la ola de sensaciones con un ritmo regular, mordiéndome la lengua hasta que llego al final.
-Necesito más -dice, pero no se levanta para hacer nada. Mira por la ventana y yo también. Podría haber cualquier cosa ahí fuera, en la oscuridad, pienso. Un hombre con un garfio en lugar de mano. Un autoestopista fantasma que repite eternamente el mismo viaje. Una anciana a la que los cantos de los niños sacan del espejo en que reposa. Todo el mundo se sabe esas historias -bueno, todo el mundo las cuenta, aunque no se las sepan-, pero nadie cree en ellas.
   Su mirada vaga sobre el agua y luego regresa a mí.
-Cuéntame lo de tu cinta -dice.
-No hay nada que contar. Es mi cinta.
-¿Puedo tocarla?
-No
[pp. 14-15]

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