PROGENIE
Susana Martín Gijón
Madrid, Alfaguara, 2020, 430 págs.
Nacida en Sevilla en 1981, Susana Martín Gijón
fue Asesora jurídica especializada en relaciones internacionales y derechos
humanos, Directora del Instituto de la Juventud de Extremadura y Presidenta del
Comité contra el Racismo, la Xenofobia y la Intolerancia. Ha publicado Más que cuerpos (2013), Desde la eternidad (2014), Vino y pólvora (2016), títulos agrupados en una trilogía de novelas extensas,
acompañadas por otra trilogía de narraciones cortas: Pensión Salamanca (2016), Destino Gijón (2017) y Expediente Medellín
(2017, premio Cubelles Noir de 2018), todos ellos pertenecientes a la saga
protagonizada por la policía Annika Kaunda. Con su novela corta Náufragos (2015), publicada por la
Editora Regional de Extremadura, resultó finalista del Premio de Novela Corta
Felipe Trigo. Sus relatos han sido seleccionados para su publicación en varias
antologías, como La mar y sus gentes
o Vacaciones de verano inolvidables.
La trama de
la novela arranca con la aparición en una barriada sevillana del cadáver de una
mujer que presenta un par de circunstancias desconcertantes: el asesino le ha
introducido en la boca un chupete y la autopsia descubre que la mujer estaba encinta
(“Y siendo así, ¿qué pulsión tan fuerte sacudiría al asesino para matar a una
mujer embarazada y dejar una prueba de que lo sabía?”). Las primeras pesquisas
apuntan a su expareja, pero todo se complica con la aparición de nuevas
víctimas, todas ellas mujeres embarazadas con alguna pista dejada por el
asesino que parece, así, burlarse de la policía (un babero de bebé atado al cuello
de la segunda mujer, unos patitos de goma junto a la tercera). Camino Vargas,
jefe accidental del Grupo de Homicidios, se pondrá al frente de una
investigación tortuosa que la llevará a enfrentarse con las nuevas formas de
relaciones personales de nuestro tiempo y de los problemas que plantean:
machismo y violencia de género, custodias compartidas en las separaciones,
condiciones laborales que empujan a la mujer a embarazos tardíos, clínicas de
reproducción asistida, martirizantes programas de fertilidad…
Como en
anteriores títulos, Martín Gijón recoge de la más noble tradición del género
dos ingredientes básicos: de un lado, sus narraciones tienen un componente
lúdico que se traduce en la elucidación de un enigma policial, lo que presta a
sus tramas una tensión indeclinable hasta el instante del desenlace
(sorprendente pero verosímil). Nos encontramos entonces ante un relato de corte
realista (unos episodios creíbles, unos personajes reconocibles que parecen
tomados del natural) impregnado de un generalizado sentido del humor (“El
camarero sirve con desgana las tres tazas en la mesa. Cortado, manchado y
capuchino, o lo que es lo mismo: tres putos café con leche”), pero reflejar la
realidad suele llevar inseminado un propósito más o menos expreso de
transformarla, de denunciar sus contradicciones, de poner de relieve ciertas
lacras de nuestro presente (como ya ocurría en novelas anteriores: la prostitución de muchacha
jóvenes, con frecuencia menores de edad, la explotación laboral de inmigrantes
en situación irregular…), y es este componente el que perdura en la memoria cuando
los pormenores del caso policial ya se han olvidado, pues la escritora suele poner
la estructura de un género narrativo al servicio de una intención testimonial.
En este
caso, la denuncia tiene que ver con las situaciones, ya mencionadas, en que se encuentra
a menudo la mujer en edad fértil, en que participan todos (también los amigos: “Es
ahora o nunca”, “te vas a arrepentir”…), pero en que sobresalen los defensores radicales
de la familia tradicional opuestos a los nuevos métodos de fertilización (los
mismos que también se oponen al aborto
en cualquier caso: “fanáticos que no quieren que las mujeres tengan hijos solas
ni que dejen de tenerlos”).
Dotada de
una portentosa capacidad de observación (“Camino se concentra en los ojos
verdes de Nerea. Piensa que son unos ojos preciosos. Y que si no llevara unos
escotes tan exagerados, todo el mundo se daría cuenta”) y de una prosa ágil,
precisa y eficiente, la novela consigue alcanzar dos objetivos que parecían
irreconciliables: el relato de unos hechos trágicos y el tono agudo y
humorístico con que es comunicado. Reproducimos un párrafo en que se anuncia
una de las muertes y se sugiere veladamente un móvil.
“Soledad tenía
treinta y seis años la noche que la mataron.
Ella
pensaba que al fin su nombre iba de dejar de ser sinónimo de su existencia, que
incluso llegaría un día en que echaría de menos su antigua condición. Porque
Soledad siempre había estado sola. Lo estuvo cuando sus padres trabajaban sin
tregua en la empresa familiar heredada y una niñera se encargaba de ella desde
la recogida del colegio hasta la cena. Lo estuvo cuando su madre se separó de
su padre y ambos se enzarzaron en una lucha judicial titánica en la que ella
era el principal trofeo. Lo estuvo cuando erraba de la casa del uno a la de la
otra para evitarles a ambos el sentimiento de culpa y regalar de paso la
sensación de quitar al contrario algo de valor. Lo estuvo cuando creció y
siguió cayendo una y otra vez en la trampa de la dependencia afectiva,
queriendo que la quisieran, aguantando al capullo de turno.
Quizá
cuando menos sola estuvo Soledad fue cuando se hartó de esperar a recibir de
vuelta algo de aquel afecto que ella volcaba en los demás. Cuando pasó de
quienes la malquerían y dedicó sus energías a preocuparse de sí misma de una
puñetera vez. Pero quien se cría desde la cuna con un rol asignado acaba
volviendo a él por mucho empeño que haya puesto en cambiar,, por mucho
psicoanálisis en el que se haya dejado los cuartos, muchos libros de autoayuda
que haya subrayado y mucho mamón al que haya tenido que aguantar hasta entender
cómo funciona el mundo. Como cuando te pasas media hora desenredando el cable
de los auriculares y a los dos días te encuentras con la misma maraña
embrollada otra vez.
En una de
las batallas que libraba en su interior, Soledad tomó dos decisiones. Una de
ellas fue la que la mató” [pp. 16-17].
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