sábado, 11 de noviembre de 2017

Expediente Medellín

EXPEDIENTE MEDELLÍN

Susana Martín Gijón
Sevilla, Ed. Ananates, 2017, 114 págs.

   A pesar de su juventud, Susana Martín Gijón (Sevilla, 1981) es autora de una notable obra literaria que desde su primera obra (Más que cuerpos, 2013) se ha adentrado en el terreno de la novela negra. A este género pertenece el título citado y los que le siguieron (Desde la eternidad, 2014 y Vino y pólvora, 2016), todos ellos protagonizados por Annika Kaunda, policía de una comisaría de Mérida, una joven namibia y madre soltera que protagonizará la resolución de los casos policiales en un entorno tradicionalmente masculino. A un terreno emparentado en parte con el mismo género pertenece otra novela, Náufragos (publicado por la Editora Regional de Extremadura en 2015, finalista de los premios literarios “Felipe Trigo” de novela corta y del premio “La Trama / Aragón Negro”, de Ediciones B). Más tarde, la escritora publicó Pensión Salamanca y Destino Gijón en 2016, a las que se suma ahora Destino Medellín (2017), tres narraciones cortas en que aparecen personajes de novelas anteriores, pero también la propia escritora, en un juego cervantino (y unamuniano) de amplias posibilidades narrativas  que da origen a numerosos episodios imprevistos cuando creador y personajes de ficción interaccionen en la elucidación de un enigma.
   Como en los modelos clásicos, las novelas extensas desarrollan un “caso” policial, pero también contienen un reflejo crítico de los males de nuestro presente contemplado desde una perspectiva femenina y en este caso la elección como protagonista de una mujer negra e inmigrante resulta especialmente oportuna, pues ella, por su propia historia personal (víctima de persecuciones y de violencia) es especialmente sensible a unas lacras sociales que nadie parece interesado en afrontar (inmigrantes ilegales trabajando en condiciones míseras, mujeres obligadas a prostituirse, numerosas formas de discriminación…). Las novelas cortas, tal vez en parte por su extensión, reducen este propósito crítico y testimonial y sustentan el interés de la lectura en los pormenores de la investigación, lo que ocasiona que, como en sus hermanas mayores, surja en el lector un efecto paradójico: necesita avanzar en la lectura, conocer una información que el narrador posterga (este es el principio de todo suspense) a la que vez que lamenta el escaso número de páginas que faltan para cerrar el libro. Ahora bien, estas tres narraciones cortas presentan otra novedad. A la autora, convertida en personaje de la ficción, la acompañan los personajes de novelas anteriores, ahora, como los cervantinos, doblemente ficticios, pero también conocidos y amigos con los que se ha relacionado en los congresos de novela negra a los que ha acudido (Congreso de novela y cine negro de Salamanca, Semana Negra de Gijón y el colombiano Medellín Negro).
   Su última entrega, Expediente Medellín, desarrolla una trama en que participan personajes de títulos anteriores (el comisario de policía, Annika y Bruno), que, como los restantes, pertenecen a ese turbio mundo propio del género: un sicario despiadado, un asesino en serie, un policía impulsado por la venganza, una detective resolutiva o una humilde anciana que en una comuna llora la muerte de su hijo asesinado (el personaje más conmovedor de todos), pero también pululan por las páginas de la novela escritores que han acudido a la X Fiesta del Libro y de la Cultura de Medellín celebrada en septiembre de 2016: Tony Flowers (Antonio María Flórez, escritor hispanocolombiano que organizó el encuentro), Eduardo Moga (director de la Editora Regional), Miriam García Cabezas (Secretaria General de Cultura), David Knutson (profesor estadounidense especializado en novela negra española), Octavio Escobar Giraldo (novelista colombiano ganador del Premio Nacional de Narrativa), Rafael Guerrero (detective privado y escritor), Leonardo Oyola (escritor argentino de novela negra), y, en fin, dos escritores más (tal vez uno y medio), Alonso Guerrero y Simón Viola. Como sin duda será la única vez que alguien me convierta en un personaje de ficción me voy a permitir la inmodestia de reproducir un párrafo en que se habla de este tipo huidizo propenso a las desapariciones.

“-¿Has visto a Viola? –Alonso Guerrero interrumpe mis pensamientos. Está hecho un figurín. Ha cambiado su camisa vaquera por una de lino y sobre ella, una chaqueta de un tono arena que rellena con elegancia y contrasta con el bronceado que luce a estas alturas del año. El toque gafapasta y el cabello entrecano despeinado le dan el punto intelectual que alguien como él no necesita.
-Qué va, no lo he visto.
-En su cuarto no está, y tenía que moderar el conversatorio de hoy.
-Ya aparecerá. Es Viola –digo por toda explicación-. Seguro que salió antes y anda buscando algún libro viejo entre caseta y caseta.
-Esos libros viejos… Yo ya llevo la maleta hasta arriba; a mi perro le encantan.
-¿Tu perro también es bibliófilo?
-Estamos trabajando en ello. De momento los mastica.
   Me mira con ese rostro circunspecto que se gasta. Cualquiera diría que no se ha reído en su vida. Solo en el fondo de sus ojos logro detectar un ligero brillo de sarcasmo, insuficiente para saber cuándo me toma el pelo y cuándo no.
-Bueno, nos vamos, ¿no?
-¿Sin Simón? –ahora duda y vuelve a parecer un niño bueno que nunca ha roto un plato.
         -Claro, ya llegará. Es la hora, ¿no? Y hay un conversatorio que entablar.
   Asiente poco convencido, aunque no hago caso. ¡Solo faltaba! Ponerme a buscar también a Simón Viola” [pp. 54-55].
Simón Viola y Alonso Guerrero, personajes de la novela.

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