martes, 14 de julio de 2009

El rostro y la máscara



LOS VEINTICUATRO DÍAS


Kalman Barsy

Valencia, Pre-textos, 2009, 264 págs.


Nacido en Budapest en 1942, Kalman Barsy emigró con sus padres a Argentina en 1949. Tras residir y estudiar durante varios años en Estados Unidos y Francia , acabó estableciéndose en Puerto Rico como profesor de universidad. Sus obras (Amor portátil, 1989; Verano, 1995; La cabeza de mi padre, 2002, una novela corta publicada por Pre-textos...) han sido escritas todas ellas en castellano.

Elaborada a manera de diario, Los veinticuatro días, ganadora de la XIII edición del premio “José María de Pereda 2008”, relata el viaje que el escritor rumano Láslo Benedek realiza desde Puerto Rico hasta Pécska, una aldea al sur de Rumanía en que nació su padre, realizando así un trayecto inverso al que su familia hizo tras la invasión de su país por las tropas rusas en los estertores de la segunda guerra mundial. El propósito de este periplo, el mismo que aparece en La cabeza de mi padre, tiene una base biográfica, según recuerda el escritor ("Un amigo me regaló una cabeza de yeso, y era la máscara de mi padre de joven. Yo me la llevé y estuve diez años viajando con ella”), como también la tienen otros rasgos del personaje (instalado con su familia en Argentina, novelista en lengua española, profesor de la universidad de Puerto Rico...).

En el momento en que arranca la narración, Láslo Benedek, recién salido de una operación de cáncer de próstata, es un hombre de 63 años que ha sido obligado por la policía a abandonar su hogar y sus libros acusado por su esposa de violencia doméstica. Es entonces cuando, “loveless, homeless, wifeless”, toma la decisión de realizar un viaje a los orígenes, hasta la aldea del padre fallecido para enterrar allí su máscara. Comienza así un viaje a solas en avión a Nueva York (en cuyo aeropuerto es víctima del trato dado a los pasajeros tras el atentado del 11 S), París, Viena y Budapest. La descripción diarística de este recorrido, repleta de episodios nimios (conoce a una joven alemana, convive en Budapest con viejos amigos y nuevos conocidos, visita en los arrables de la ciudad el Szobor park, al que han desterrado las monumentales estatuas de la era socialista ...) convive con numerosos recuerdos del pasado que nos permiten reconstruir su historia y la de su familia, dominada por la figura del padre, el autor de Cálculos topográficos cuya traducción al castellano tanto unió a padre e hijo.

Pero en este viaje exterior e interior no faltan oscuras zonas de sombra: ¿por qué la familia salió de Hungría cuandos los rusos invadieron el país?, ¿por qué su padre eligió la Argentina de Perón en lugar de Canadá o Estados Unidos?, ¿por qué en Buenos Aires vive aislado de la comunidad húngara?, ¿por qué su hermano mayor se distanció por completo del padre? Y, de improviso, en Budapest, una frase oída al azar (“lo mejor que hizo su padre fue emigrar. Aquí no hubiese podido escapar a la venganza judía”) le permite reconstruir, en un destello, un pasado atroz. “Todo caía en su sitio”, concluye el protagonista. Ahora cobra sentido la “pistolita Frommer calibre 6,36” que el padre posee (y el miedo a estados democráticos y el alejamimento del hijo mayor), ahora es posible imaginar a su padre como protagonista de episodios terribles cuando los “cruces flechadas” arrojaron a los judíos de Budapest, descalzos, a las heladas aguas del Danubio, y permite entender los eufemismos del pariente fascista con el que se encuentra (“a tu padre lo acusaban de participar en la organización de las brigadas de trabajos forzados de los judíos de Budapest”).

Benedek, que carga con la máscara del padre, acaba de dar con su verdadero rostro: el de un criminal de guerra. Al llegar a Pécska, conmocionado por sentimientos contradictorios (el odio, el perdón), Láslo arroja la efigie al río Maros: “¿Qué más se puede pedir, que lo devuelvan a uno al río de su infancia?



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