EL
DIABLO SALIÓ DE LA NIEBLA
Beatriz
Olivenza
Cáceres,
Diputación Provincial, I. C. El Brocense, 2016, 107 págs.
XLI
Premio Cáceres de Novela Corta
Nacida en Madrid, Beatriz Olivenza es
profesora de Lengua y Literatura que alterna su profesión docente con la
creación literaria, con libros de relatos (Los
muertos, los vivos, finalista del premio Setenil al mejor libro de cuentos
publicado en 2011) con la novela, género al que pertenecen títulos como Lo que esconde el cuatro (XIII premio de
novela corta “José Luis Castillo-Puche”, 2006), Oriana y la fieras (IX premio de novela corta “Casino-Ayuntamiento
de Lorca”, 2007), Alguien aguarda en el
sueño (IV premio de novela corta “Rincón de la Victoria”, 2008), La voz de los extraños (premio “Provincia
de Guadalajara de narrativa”, 2010) y Mamá
duerme la siesta (XXIII premio “Felipe Trigo” de narración corta, 2012).
En 2016, la escritora consiguió el premio “Cáceres de Novela Corta” otorgado por un jurado presidido por Juan José Millas a la
novela El diablo salió de la niebla
que ofrece una original modulación de un motivo clásico, el del hombre que
vende su alma al diablo a cambio de que este acceda a concederle un deseo.
Martín Abellán es una profesor universitario que compagina la docencia con el
estudio de Tirso de Molina (y el fraile mercedario tendrá un peso sustantivo en
la trama) vende su alma a cambio del amor de una mujer, Ada, veinte años más
joven que él, un pacto que dará paso a una deuda impagable (“Pacto” y “Deuda” son
los títulos de los dos bloques de la novela). Reproducimos un fragmento del primer
bloque.
“El hombre se vino directamente a mi banco,
a pesar de que, con este tiempo, sin duda todos los demás bancos del parque
estarían desocupados. Antes de sentarse, inclinó la cabeza a modo de saludo. Iba vestido con
un traje algo gastado, tal vez negro, tal vez gris oscuro, que no le hacía
aparecer especialmente formal ni elegante. Tenía un rostro vulgar; lo podría
haber confundido con cualquier hombre de mediana edad, con un vecino, tal vez.
Se sentó en el banco en el que yo seguía apoyado, sintiéndome infinitamente
viejo, y dijo:
-Eso está hecho.
Lo miré sin separar la mano de la astilla
que me estaba produciendo una herida.
-No entiendo –respondí.
Era mentira. Lo entendía perfectamente. Más
bien habría tenido que decir: No me lo creo. O bien: No es posible. El hombre
del traje oscuro hizo un gesto, que, no estoy seguro de ello, pretendía ser una
sonrisa.
-Está hecho –repitió. Usted vende su
alma, yo se la compro.
Nos miramos, no sé si largamente. Tenía un
rostro vulgar, estaba claro. Podría haber sido cualquiera. Ese detalle fue la
causa de un temor que me acompañaría para siempre: en lo sucesivo, vería con
frecuencia el rostro del demonio en el de las personas que se cruzaban en mi
camino.
-Así que está hecho –repetí yo con voz
débil. El hombre me miraba con impaciencia, supongo-. Yo he vendido mi alma y
usted me la ha comprado. Eso quiere decir que puedo tenerla. A ella.
No me atreví a pronunciar su nombre, ignoro
por qué, pero no fue necesario. Ahora la sonrisa de mi interlocutor era más
clara.
-Sí, puede tenerla a ella. La va a
tener en breve. Que la disfrute. Yo
haré lo propio con su alma. [pp. 7-8]
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