miércoles, 22 de noviembre de 2017

Ciento noventa espejos



CIENTO NOVENTA ESPEJOS

Francisco Javier Irazoki
Madrid, Ediciones Hiperión, 2017, 207 págs.
Prólogo del autor.

   Francisco Javier Irazoki (Lesaka, Navarra, 1954) fue periodista musical en Madrid, en donde colaboró en revistas como Disco Express (bajo la dirección de Erwin Mauch) y El Musiquero (dirigida por José María Iñigo). Formó parte de CLOC, grupo de escritores surrealistas. Desde 1993 reside en París, donde ha cursado estudios musicales: Armonía y Composición, Historia de la Música, etc.
    Como escritor, sus primeros poemarios editados fueron Árgoma (Estella, 1980) y Cielos segados (Universidad del País Vasco; Leioa, 1992), que incluía los tres volúmenes de versos escritos hasta esa fecha: Árgoma (1976-1980), Desiertos para Hades (1982-1988) y La miniatura infinita (1989-1990). Más tarde, Irazoki publicaría Notas del camino (Javier Arbilla Editor; Pamplona, 2002, con fotografías de Antonio Arenal), el libro de poemas en prosa Los hombres intermitentes (Hiperión; Madrid, 2006) y, recientemente, La nota rota (Hiperión; Madrid, 2009), cincuenta semblanzas de músicos de épocas muy variadas, desde el Renacimiento y el Barroco hasta los mejores creadores e intérpretes del jazz. A estos títulos siguieron el libro de versos Retrato de un hilo (2013) y el los poemas en prosa de Orquesta de desaparecidos (2015). En la actualidad, es crítico de poesía en el diario El Mundo.
   Ahora, la editorial Hiperión publica Ciento noventa espejos, que agrupa 95 textos con exactamente el número de palabras del título. En estos “sonetos en prosa” Irazoki muestra con tonos diarísticos y una expresión intensamente poética la multiplicidad de sus intereses: la música (clásica, jazz, flamenco, rock…), las ciudades (Bruselas, Amsterdam, Atenas, Praga, Moscú, Nueva York), la literatura, el cine y en general cualquier manifestación artística, en unos textos lúcidos comunicados con una expresión contenida y pulcra, repleta de hallazgos verbales. Reproducimos dos de estos "espejos", el primero sobre la ciudad de Nueva York, el segundo sobre Ángel Campos Pámpano (1957-2008), poeta, traductor, gestor cultural y fundador de las Aulas Literarias de Extremadura.


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   “Paseo por Nueva York. Me reciben el viento, el idioma español y la amabilidad. Yo, que he sobrevivido a un par de comas bucólicos, disfruto con el portento urbano de caminar entre edificios cuya esbeltez permite ver el horizonte. Gracias a los más de cuatro mil rascacielos, experimento la sensación de descubrir una quietud ágil. Como si los arquitectos hubiesen inventado una fórmula para extraer el peso a la verticalidad. Cerca están los otros alicientes. Los europeos deberíamos aparcar nuestra altivez cultural en el exterior de museos como el Metropolitan y  la Frick Collection. Quizá el envanecimiento se nos deshaga en el museo de Historia Natural, donde cada objeto entra directamente en la memoria del visitante. En la calle, respeto. La limpieza de las avenidas llega a los espíritus: una pequeña iglesia presbiteriana de Manhattan anuncia, con bandera multicolor en la fachada, que los homosexuales son bienvenidos. Luego, las sombras. Tampoco aquí faltan los hombres que hablan solos, las tensiones sociales de los suburbios, la vejez ruidosa del metro. Lo anoto mientras se cruzan la música de jazz y la de casi doscientos idiomas en un Babel construido para comunicarse”. [pp. 55-56].

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   “Es inhabitual pero sucede: una persona sintetiza en su comportamiento las mejores calidades de la sociedad y logra unir a los ciudadanos. Gracias a la potencia positiva de un solo ser, los compañeros dicen adiós a la minucia política que los separaba. Sin palabrería, allá donde pasa se hace colectiva la ética del individuo. He constatado que mucho de esto ocurrió con la conducta del poeta Ángel Campos Pámpano. No utilizaba el arte menor para acercarse al público, sino que ofrecía a las capas populares  de su tierra los bienes más refinados de la cultura. Cuando España miraba con desdén a Portugal, él creó revistas para la comunicación literaria de los dos países; tradujo los textos de Fernando Pessoa, Eugénio de Andrade, Sophia de Mello, Breyner Andresen. Moderó nuestra altanería. Tampoco se olvida su acierto pedagógico de poner a los principales autores ibéricos en contacto con los alumnos de la enseñanza secundaria. Así hasta su muerte. En mis viajes a Extremadura no he conocido a ningún escritor que pronuncie una frase despectiva al referirse a Ángel Campos Pámpano. He visto una comunidad unida por el nombre de un creador ausente”. [pp. 81-82].

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