NIEBLA AL MEDIODÍA
Tomás González
Bogotá, Alfaguara, 2015, 148 págs.
Nacido en Medellín (Colombia) en 1950, Tomás González estudió Filosofía en la Universidad Nacional de Colombia y residió en
Estados Unidos durante casi dos décadas. De regreso a Colombia se dio a conocer
con dos novelas, Primero estaba el mar
(1983) y Para antes del olvido (1987,
ganadora del V premio Plaza y Janés), narraciones a las que siguieron un libro
de cuentos, El rey de Honka-Monka
(1995) y un poemario, Manglares
(1997). Más tarde ha publicado las novelas La
historia de Horacio (2000), Los
caballitos del diablo (2003), Abraham
entre bandidos (2010), La luz difícil
(2011) y Temporal (2013), además de
dos nuevas compilaciones de relatos, El
lejano amor de los extraños (2013) y El expreso del sol (2016).
En 2015, la editorial Alfaguara publicó Niebla al mediodía, cuya
trama avanza alternando monólogos de Julia, la poeta exigente en permanente
búsqueda que encadena un matrimonio tras otro, bloques en tercera persona sobre
Raúl, el marido marcado más por la traición que por el recuerdo, su
hermana Raquel resignada a convivir con un dipsómano empedernido, y otros
personajes menores que muestran los varios caminos por los que los seres humanos
labran su infelicidad. Reproducimos un fragmento que presenta a los
protagonistas en medio de una naturaleza primigenia que parece recién creada
por Dios, pero que no será sino otro triste edén efímero.
“La montaña donde está la finca de Raúl, y también la de Julia, es muy
cambiante. De clima más frío que templado, y siempre húmedo, a lo largo del día
se suceden allí con frecuencia las lluvias, las nieblas y los soles. Julia
había comprado la suya hacía mucho tiempo, atraída por el exuberante follaje de
la región, según decía, y por la belleza de aquellas lluvias y aquellos soles.
Él compró hace apenas cuatro años, atraído por ella. Se casaron en un bonito
pueblo colonial a tres horas de Bogotá y, luego de dos años y medio, Julia lo
dejó, se casó con otro algún tiempo después en ese mismo pueblo y hace ya siete
meses desapareció sin dejar rastro.
El follaje exuberante es por la abundancia de agua. Los que dicen que el
mundo va a ser un desierto no han ido por esos lados. Allá el fin del mundo va
a ser con agua. Cae por todas partes, brota por todas partes, flota. Más
preocupan en esa región las carreteras desbaratadas y los derrumbes. En las
cuatro fanegadas de la finca de Raúl hay tres nacimientos de agua; está el
arroyo El Raizal, que suena a diez metros de la casa; y, a unos mil metros,
baja de la montaña entre piedras grandes el río Lapas, que por estos días ha
estado torrentoso. El invierno, muy fuerte en todas partes, lo ha estado aún
más en esta región, ya de por sí muy lluviosa. En los últimos tres meses han
caído aquí las lluvias que normalmente se tienen durante el año entero.
Soles, pocos.
Sentado en el corredor, Raúl oye al mismo tiempo el arroyo, el aguacero
y el río. Su silla es de vaqueta y espaldar recto. En el corredor no quiso
poner guadua, para no hastiarse, pero sí baranda de madera de palma macana y
cielos rasos con paneles de varas de bambú de unos dos centímetros de diámetro.
A Raúl le gusta lo que hace” [pp. 9-10].
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