lunes, 12 de febrero de 2018

Tres cuentos de Macondo y un discurso



TRES CUENTOS DE MANCONDO Y UN DISCURSO

Gabriel García Márquez
Bogotá, Secretaría de Cultura / Instituto de las Artes Plásticas, Col. Libro al viento, 2015, 75 págs.

   Con ocasión del primer aniversario de la muerte de Gabriel García Márquez en Ciudad de México en abril de 2014, la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte y el Instituto Distrital de las Artes Plásticas publicaron en la colección “Libros al viento” (con ejemplares distribuidos de modo gratuito en estaciones, parques, hospitales, comedores comunitarios y cárceles), un volumen con texto preliminar de Antonio García Ángel (“Prefiguraciones macondianas”), tres cuentos del escritor (“Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo”, “La  siesta del martes” y “Los funerales de la Mamá Grande”) y el discurso de aceptación del premio Nobel leído por el escritor en Oslo el 10 de diciembre de 1982.
   “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo”, en su origen un capítulo de La hojarasca (1955), es el primer texto del escritor en que se menciona Macondo. Apareció en 1952 la revista El Heraldo de Barranquilla bajo el título “El invierno” y, por su contenido, prefigura el diluvio de cuatro años, once meses y dos días que en Cien años de soledad asola el pueblo de los Buendía. “La siesta del martes” y “Los funerales de la Mamá Grande” vieron la luz en el volumen de este último título, y también se relacionan con la novela más conocida del escritor, en el primer caso por  la referencia a la United Fruit Company que ya se ha instalado en Macondo (“el tren salió del trepidante corredor de rocas bermejas, penetró en las plantaciones de banano, simétricas e interminables”), el segundo, “con sus resonancias míticas, su profusión narrativa y el tono hiperbólico de los acontecimiento” [Preliminar, p. 10]
   Reproducimos el fragmento inicial del tercer texto, el discurso de aceptación del Nobel, que el poeta tituló “La soledad de América latina”.

   “Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.
   Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonio más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro”.

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