SOMBRAS DE AGUA
Félix G. Modroño
Sevilla, Algaida Editores, 2016, 348 págs.
De padres
zamoranos (su primera obra es un homenaje fotográfico al pueblo paterno, Villalpando, paisajes y rincones, 2002),
Félix G. Modroño nace en Vizcaya en 1965. En Salamanca, ciudad en la que cursa
Derecho, comenzó a escribir en una revista de la que fue cofundador, Res Nullius. Más tarde, un grave
accidente que le tuvo postrado varios meses hizo que retomara su pasión por la
escritura publicando en 2007 su primera novela protagonizada por Fernando de Zúñiga y Ayala, La sangre de los
crucificados, aparecida en la editorial Algaida. En ella, este catedrático
de medicina, marcado por la pérdida de su esposa y padre de dos hijas, antiguo
colaborador del Santo Oficio y amigo de la reina regente doña Mariana de
Austria, se enfrenta a una serie de muertes que parecen coincidir en el tiempo
con la aparición de unas tallas de la imagen de Cristo Crucificado de un
sorprendente naturalismo en las facciones. A este ciclo pertenecen otros dos
títulos, Muerte dulce (2009) y la
reciente Sombras de agua (2016),
aparecidas todas en la editorial Algaida. La misma editorial publicó La ciudad de los ojos grises (2012), la
novela que le ha dado un mayor reconocimiento de los lectores, y Secretos del arenal (2014, premio Ateneo
de Sevilla).
Sombras de agua inicia su trama en
Valencia, después de que el protagonista haya visitado en Madrid a la Reina
regente, quien le encomienda una misión diplomática en Venecia relacionada con
la permanente amenaza turca en el Mediterráneo. Intrigado por la desaparición
de un rico cáliz de una de las iglesias de Valencia, Don Fernando viaja
acompañado de su paje Pelayo a la ciudad del adriático en donde es recibido por
el dogo de la ciudad como representante de la claudicante monarquía española y en
donde deberá abordar el enigma de un texto amenazador (“Venecia
se hundirá bajo su sangre con la Cuaresma. La conjura vencerá”), tres
misteriosas desapariciones que parecen relacionadas con la ciudad de Estambul (el cuerpo de Santa Lucía, el icono de Nuestra
Señora de Nicopeia y una bolsa de cuero con tierra impregnada de sangre de Cristo), y
varias muertes violentas, entre ellas la del
propio dogo. Todo ello en una Venecia invernal y brumosa habitada por
seres disfrazados que celebran el Carnaval (pero la ominosa Cuaresma está cada vez más próxima), en donde Don Fernando conocerá a
Elena Corner Pîscopia (la primera mujer que en Europa recibió un doctorado
universitario) y a un nutrido grupo de científicos que celebran un congreso en
la ciudad: Newton, Halley, Libniz… Adosada al contexto histórico en que se
sitúa y muy bien documentada, Sombras de
agua reúne en su trama personajes históricos y de ficción para armar una
narración dotada de una tensión lectora indeclinable, de la que ofrecemos un
fragmento.
“La bruma
comenzaba a acicalarse de gris claro justo en el momento que escuchó la recia
voz de Silvestre Valier al otro lado de la puerta.
-Bongiorno, doctor –saludó el veneciano
al asomarse don Fernando.
-Bongiorno, ser –respondió el español,
simulando tranquilidad.
-Teníais
razón. Un nuevo muerto –informó el consejero con el rostro crispado.
-Lamento que sea así –mintió el vizconde,
procurando mostrar cara de circunstancias-. ¿De quién se trata?
-He de
deciros que la Serenísima República está en guerra ya no solo contra el turco
sino contra los malnacidos que están atentando contra ella desde dentro. Ha
muerto Andrea Badoer, uno de los miembros del Consejo de los Diez. Y no parece
que haya sido un accidente.
-¿Dónde
está?
-Donde
le han encontrado hace apenas una hora. He ordenado que no lo muevan en tanto
que no lleguemos. Está junto a la iglesia de San Stae. Llegaremos enseguida en
mi góndola.
En efecto,
en pocos minutos, tras sortear los dos grandes meandros del Gran Canal,
accedían a la escalinata verdosa que conducía desde las aguas hasta la
explanada de un viejo templo revestido de andamios. Sobre el liquen de los
primeros peldaños se hallaba tumbado el cadáver de un hombre de mediana edad
que vestía ricos ropajes ajados por la humedad. Don Fernando se persignó antes
de manipularlo.
-En apariencia,
ha muerto ahogado –dijo Valier, sin que Laurenzio Silva, el Signore della Notte del sestiere de
Santa Croce perdiera detalle” [pp. 257-258].
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