RUTH, LINAZA Y TREMENTINA
UNA AVENTURA AL PASTEL
Mafalda Santos Beltrán
Juan Ramón Santos
Daniel Gil Segura (ilustraciones)
Mérida, Editora Regional de
Extremadura, col. Tigres de papel, 2025, 131 págs.
Mafalda Santos Beltrán nació en Plasencia en 2008. Cuanto tenía diez
años le propuso a su padre escribir la historia que ahora tienes en tus manos.
Siempre le ha gustado leer y dibujar, cosas que sigue haciendo, y además es una
enorme fan del cine y de la música. Por eso tiene una cuenta en Instagram en la
que recomienda libros, películas y series: @mafaldas.house_
Juan Ramón Santos es autor de novelas y de libros de relatos y de poemas
para lectores adultos. Un día, hace unos años, su hija Mafalda le propuso hacer
un libro a medias, le pareció una idea fantástica y así, casi sin querer,
empezó a escribir para niños. Gracias a eso ganó el XXIX Premio Edebé de
Literatura Infantil con El Club de las Cuatro Emes, la primera entrega
de una saga de aventuras que ha continuado después con A cara de perro y
Suspense en matemáticas, los tres títulos publicados por la editorial
Edebé. Puedes encontrar más información sobre el autor en la web: www.aeex.es/autores/juan-ramon-santos/
Aunque la de payaso fue su primera vocación, a causa de una
sobrealimentada autoestima (¡gracias mamá!), Daniel Gil Segura pronto se da a
garabatearlo todo y a decorar con ahínco los márgenes de libros y carpetas.
Tras cursar Bellas Artes, retoma su primera inclinación para dedicarse a la
docencia (el oficio más parecido al de payaso, pues garantiza escenario y
público con disposición a la risa). Aplicando estrictamente la máxima de
"quien mucho abarca poco aprieta, pero se lo pasa teta", juega a ser
ilustrador, escenógrafo, titiritero, diseñador gráfico, músico, director de
cortometrajes, actor de teatro, activista social y medioambiental y
ocasionalmente artista plástico. Más en @danudan3
Con unas sugerentes ilustraciones de Daniel Gil Segura, Una aventura
al pastel relata, con eficiencia, frescura y sentido del humor, una viaje
onírico de una niña, Ruth, por el territorio de unos óleos (y unos museos) para
ayudar a Perseo / Ruggiero a liberar de sus cadenas a Angélica /Andrómeda y del
peligro que la amenaza. Absorta ante este óleo de Odilon Redon, la niña
penetrará en un territorio fantástico en el que en compañía de un perro
parlanchín y un hada de la pintura tendrá que hacerse con unos objetos (un
espejo de un lienzo, una manzana de otro…) que deberá entregar al jinete
mitológico, para volver, transformada al territorio de la realidad .
Reproducimos el bloque que sirve como umbral del tránsito del mundo infantil a la
fantasía.
“Los colores la dejaron boquiabierta, tanto que al principio le pareció
nada más una explosión de azul y de naranja. Luego, fijándose bien, se dio
cuenta de que volando, en mitad de un cielo salpicado de lila, a lomos de un
caballo con alas, había un hombre que luchaba con su lanza contra una serpiente
enorme que parecía emerger de entre las olas. Después, fijándose un poquito
más, se dio cuenta de que al fondo, hacia la izquierda, se veía una mujer
desnuda con las manos sobre la cabeza, como si estuviese atada a lo que
parecían unas rocas. Se preguntó quiénes serían esos personajes y para
averiguarlo, como había visto hacer a sus padres y a aquellos señores tan
serios y callados que deambulaban por el museo, se puso de puntillas para leer
el letrero que, pegado en la pared por debajo de la pintura, decía:
Ruggiero y Angélica
(Perseo y Andrómeda)
Odilon Redon
c. 1910
Pastel sobre papel
50,5 x 40,6 cm
Staatliche Museen zu Berlin
—Ruggiero y
Angélica —musitó entre dientes, y enseguida comenzó a preguntarse si el
caballero naranja sería aquel Ruggiero, si la chica se llamaría Angélica, si
Perseo y Andrómeda serían el caballo alado y la serpiente, pero también dónde
estaría el pastel, y en esas estaba cuando se dio cuenta de que detrás, justo
enfrente del cuadro, había un banco para descansar. Entonces, ni corta ni
perezosa, se encaramó encima y se sentó a contemplar, anonadada, aquel
espectacular despliegue de color
—Me encantaría
entrar en ese cuadro y ayudar a la chica —exclamó muy valiente y muy segura de sí
con sus breves piernas colgando por el borde del banco, y, nada más cerrar la boca, inesperadamente, desapareció”
[pp. 33-34].













