lunes, 31 de julio de 2017

Mistralia


MISTRALIA

Eugenio Fuentes
Barcelona, Ed. Tusquets, 2015, 296 págs.

  Las batallas de Breda (premio Cáceres de Novela Corta, 1988, publicada por la I.C."El Brocense" en 1990) supuso la irrupción de Eugenio Fuentes (Montehermoso, 1958) en el panorama narrativo regional. Como el Yoknapatawpha de Faulkner, o Región de Benet, el territorio de Breda, y la próxima Mayorga, erige su perfil mítico de lindes difusas, en donde se yuxtaponen los tiempos y se alternan las voces narradoras. Más tarde, en 1993, vería la luz El nacimiento de Cupido (1993, premio internacional de novela “Ciudad de San Fernando”) y a este mismo ciclo narrativo pertenecen los relatos de Vías muertas (Editora Regional, 1997), año en que aparece también Tantas mentiras (premio “José Antonio Gabriel y Galán”, Mérida, ERE, 1997), una novela histórica ambientada en los años de la revolución mexicana.
   En El interior del bosque (premio “Alba-Canarias” de 1999, publicada un año más tarde) asistimos a una sucesión de asesinatos ocurridos en la reserva natural del Paternóster, que un detective privado, Ricardo Cupido, se propone investigar. Será el primer título de un ciclo de novelas que, excepto La sangre de los ángeles (Alba Editorial, 2001), han sido publicadas por Tusquets: Las manos del pianista (2003), Venas de nieve (2005, premio “Extremadura a la creación”), Cuerpo a cuerpo (2007), Contrarreloj (2009), Si mañana muero (2013) y Mistralia (2015).
   La trama  esta última novela arranca cuando en pleno territorio de Breda (en la sierra Ufana desde donde pueden verse la Reserva del Pater Noster, el Yunque y el Volcán o las vegas del Lebrón) una de las ingenieras de la empresa Mistralia aparece ahorcada en uno de los aerogeneradores enclavados en la sierra. Reproducimos el momento en que una pareja descubre el cuerpo de la mujer.

   “Las últimas estrellas desenroscaban sus tuercas en el cielo, se soltaban y corrían a esconderse de la claridad. El alcohol y la marihuana todavía emborronaban su percepción mientras veía apareceré las aspas detenidas del molino eólico bajo el que habían aparcado y, por fin, muy arriba la góndola y el eje.
-¿Qué es aquello? –aguzó la mirada con gesto de pasmo.
-Qué.
-Allí arriba.
-Parece… -Santi también dudó.
-Sí.
-Parece… ¡un hombre ahorcado! –El pasmo se convirtió en temor.
-¡Una mujer!
   Los dos se habían incorporado y Santi, espoleado por el miedo, enderezó rápidamente el respaldo de los asientos.
-¡Vámonos de aquí!
-¡Espera!
-¡Vámonos antes de que…! –escrutó alrededor para comprobar si alguien los había visto. Luego alzó nuevamente la cabeza, quería mirar y no mirar, se fijaba un instante y se volvía enseguida tapándose los ojos con las manos.
-Un momento –dijo, más lúcida que él. Tampoco se podía esperar de una mascota que no saliera corriendo al olfatear el peligro.
   El cuerpo se balanceaba recortado contra la creciente luminosidad del cielo. Santi miró hacia él y luego, con bruscos giros del cuello, miró atrás y a los lados.
-¡No hay nadie! Podemos irnos y no decir nada. Ya lo descubrirán. ¡No quiero meterme en ningún lío! –exclamó con una obstinada vehemencia”.

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