TARDE
AZUL Y JACKPOT
Juan
Carlos Elijas
Mérida,
Editora Regional de Extremadura, Col. Poesía, 2017, 51 págs.
Prólogo
de Miguel Albadalejo
Nacido en Tarragona en 1966, Juan Carlos Elijas se dio a conocer con
un poemario titulado Vers.so.s atávicos
(1998), al que siguieron La tribu brama
libre (2009), Versus inclusive
(2004), Camino de Extremadura (2005),
Talking’ heads (2006 y 2007), Al alimón (con Manuel Camacho,2006), Delfos me has vencido (2009) y Cuaderno de Pompeya (2009), compendiados
en una edición reciente, Ontología
poética (La isla de Siltolá, 2015).
Ahora, la Editora Regional de Extremadura publica Tarde azul y jackpot, un conjunto de once poemas extensos, la
mayoría subdivido en varios apartados, que, en palabras del prologuista
“constituye una particular tentativa de transitar por algunos de esos lugares
de los que uno vuelve sin palabras, a fin de traer de vuelta un cierto registro
del tránsito, Ya desde el primer poema “Sol de la mañana”, se atisban varios de
los motivos que se entrecruzan para vertebrar este breve poemario: los estigmas
de la soledad, la espera ante la muerte inminente, el elocuente silencio de los
establecimientos mortuorios, la angustia frente al vacío existencial, etc.
Materias, todas ellas, acerca de la cuales difícilmente se puede hablar y se
habla, no solo porque faltan las palabras, sino a veces también, como explica
Norbert Elias en La soledad de los
moribundos (1982), porque falta el interlocutor”. [Prólogo, p. 8].
Reproducimos el primer apartado del poema
que cita el prologuista, ambientado en un geriátrico (pero todos habitamos en
lugares semejantes: escuelas, fábricas, cárceles, templos, residencias…), en
que una naturaleza exhuberante y repleta de vida (manzanos, cerezos, limoneros,
fresas y sandías,…) no logra ocultar los presagios ominosos de
la muerte (cipreses plateados, fuentes por las que llegará el barquero...).
SOL
DE LA MAÑANA
I
Miradnos,
los lechosos
ancianos
sometidos
a
las sillas, bajo los cipreses plateados
que
alzan su firmeza
de
verduzcas, flamígeras
copas
junto a la tapia del asilo.
Miradnos,
la existencia resumida
en
un azar de campanas y estrellas,
testigos
de los últimos
soles
de la mañana,
a
merced de un tiempo enfermero.
Miradnos,
pendientes del pañal y la insulina,
contemplando
en los huertos
manzanas
y ciruelas,
los
encarnados cascabeles
del
cerezo, las fuentes
por
las que habrá de arribar mañana
el
dispuesto barquero
desde
la bocana de un seco paladar.
Miradnos,
justo al lado
del
limonero, frente a fresas
y sandías, con nuestra
demencia
ingenua y nuestras
flaquezas,
con nuestro humor
canino,
acariciando
los
gatos que intuyen la llegada de la fosa
y
tañen la danza final
con
un ronroneo de colmillos afilados,
de
áspera y rosada lengua
de
escamas y cosquillas.
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