martes, 10 de abril de 2018

Borrando márgenes


BORRANDO MÁRGENES

Efi Cubero
Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2004, 91 págs.
Prólogo de Manuel Simón Viola

   Me encuentro en Facebook el texto, subido por Efi Cubero, que elaboré para la presentación de Borrando márgenes en la Capella de la Facultad de Filología de la Universidad de Barcelona el día 12 de noviembre de 2004. El acto fue presidido por Monserrat Camps Gasset, Decana de la Facultad de Filología, y en él  intervino asimismo Francisco Muñoz Ramírez, por entonces Consejero de Cultura de la Junta de Extremadura. Como al releerlo observo que mi opinión sobre el libro no ha cambiado (y mi admiración por su obra se ha acrecentado con la lectura de posteriores poemarios) rescato aquí el texto que me ha hecho recordar, por lo demás, una gratísima estancia en la ciudad.
  
   Borrando márgenes, un poemario situado, claro está, en una tradición de la que se nutre y a la que aporta su propio valor, es un libro orgánico que puede ser leído sin ninguna apoyatura erudita, pero también permite un contraste, enriquecedor de la lectura, con tres entornos. Estos ámbitos son la tradición lejana que recupera, el panorama poético en que se instala y la trayectoria personal que viene, por ahora, a culminar.
   Diré algo de cada uno de estos tres espacios, y lo haré apoyándome en otras tantas citas. La primera de ellas pertenece a la propia escritora. En el poema de cierre, “Táuride”, se inserta la siguiente reflexión, definitoria, a mi juicio, de su trayectoria hasta el momento: “Erguida en el pretil de la marea / sostienes al latir de tanta historia: / -siempre habrá una verdad propiciatoria, / víctima de la fuerza de una idea-.”
   La obra lírica de Efi Cubero se ha vertido en unos pocos poemarios compuestos sin apresuramientos, en los que, al margen de su perceptible parentesco estilístico, es posible encontrar unas orientaciones temáticas compartidas y un cuidadoso esmero en la organización de la materia poética, y así su primer libro de versos, Fragmentos de exilio (Badajoz, Kylyx, 1992) se ordena en torno a una imagen que articula el contenido del libro (dividido en cuatro bloques: “Deseo”, “Travesía”, “Llegada”, “Círculo” y “Regreso”): el viaje, la partida de una tierra querida y la llegada a un lugar extraño en el que anhelar el regreso.
   A este librito le siguió Altano (Badajoz, DPDB, 1995), que define, en poemas breves de expresión contenida, casi ausentes de anécdota, el propio proceso creador como un aliento (“altano”, palabra de uso poco común, significa “viento que sopla alternativamente de mar a tierra y viceversa”) que pone en comunicación dos ámbitos vitales: el mar (la superficie soñada "cuando solo la tierra era tu enclave, tu savia o tu universo...", pero también la ciudad costera "de palabras / sin haches aspiradas") y las tierras del sur y de la infancia, recobradas en fragmentos, en instantes luminosos de una pasado perdido, que merecerían la consideración de "apuntes al carbón de la memoria". Es, en efecto, el recuerdo, el ejercicio de una memoria consciente de todo un repertorio de desapariciones pero nada nostálgico, el motor de estos poemas, que desde la ecuanimidad del conocimiento adulto contemplan el "sur"  como el territorio de las emociones, de la risa y la pena, del gozo de vivir, de la sensación de libertad, del hontanar, en fin, de la escritura.
   El segundo entorno en el que quiero detenerme es en el de la tradición lejana que recupera. La cita pertenece a Javier Cercas: "Lo esencial es hallar en la literatura de nuestros antepasados un filón que nos exprese plenamente, que sea cifra de nosotros mismos, de nuestros anhelos más íntimos [...] Lo esencial es retomar esa tradición e insertarse en ella; aunque haya que rescatarla del olvido, de la marginación o de las manos estudiosas de polvosos eruditos. Lo esencial es crearse una sólida genealogía. Lo esencial es tener padres" (El móvil).
   En Borrando márgenes Efi Cubero (que ya había recordado a Demócrito para advertirnos de que “nada nace de nada”, y añadir: “El arte no es ajeno al eterno fluir de la cultura, de la historia o del tiempo”) ha encontrado en esa tradición un personaje y una leyenda singulares cuyas lindes precisas vienen indicadas por los epígrafes de la composición de apertura (“Áulide”) y de cierre (“Táuride”). Como relata Esquilo (525 a. d. J), Ifigenia es llevada con engaños a Áulide en donde será sacrificada por su padre Agamenón a Artemisa (o a Poseidón) con el fin de que la armada griega pueda emprender la travesía hacia Troya. Pero el mundo griego pasaría en el transcurso de unos pocos años (45 entre el nacimiento de Esquilo y y el de Eurípides. Para María Zambrano “Una cultura depende la calidad de sus dioses”), de aceptar sacrificios humanos a considerar repugnante que los dioses los exigieran. Eurípides (480, a. d. J., nacido, según la tradición, el mismo día de la batalla de Salamina) dulcificaría la leyenda relatando cómo la diosa sustituye en el último momento la joven por una cierva (o por un oso marino o por una anciana, las versiones de la leyenda son muy numerosas). Ifigenia sería llevada a Táuride (Crimea, un pueblo feroz) convertida en sacerdotisa de la diosa (y esta es la versión de la leyenda preferida por Efi, la que posee un desenlace feliz).
   Incrustada en el cuerpo del poemario, la peripecia aventurera de la joven, víctima de guerreros y tiranos, otorga a la obra además de una impresión de fuerte unidad (de que carecen tantos poemarios), una estructura de discurso lírico que progresa hacia un desenlace, como revelan los epígrafes de los cuatro bloques que lo configuran: Aulis, Las naves, Persistencia del olvido, Táuride. Concebidos así, estos textos apuntan a uno de los propósitos más profundos de la creación literaria: la escritura entendida como reelaboración personal de una tradición dilecta, dadas las similitudes intuidas entre un itinerario personal y una leyenda mitológica, con lo que se logra esa “potencia” en la expresión del “yo” que menciona Villena, pero a la vez la escritura se concibe como una reflexión sobre el propio proceso creador, y como instrumento, en fin, de interpretar el mundo, de afirmar su “fe de vida” y de recuperar lo perdido. (un propósito presente en todos los poemas).
   El tercer entorno es el de la tradición en que la obra se instala. La cita en que quiero apoyarme es de Ricardo Senabre (Capítulos de la historia de la lengua literaria. Cáceres, UEX, 1998): “Tres o cuatro escritores hablaban de poesía en torno a una mesa, mientras el limpiabotas habitual del establecimiento pulía los zapatos de uno de ellos. En el momento de cobrar el servicio y aprovechando un breve silencio de los parroquianos, el limpiabotas apuntó: “Eso de la poesía, señores, no es más que una manera de decir las cosas, ¿no?”. Es exacto: nada más –pero tampoco nada menos- que una manera de decir las cosas, esto es, una forma de lenguaje” [pág. 9]
   En la configuración de una personalidad poética, como se sabe, operan tanto las adhesiones como los rechazos. La obra que comentamos se sitúa, a nuestro juicio, lejos de un intimismo neorromántico sometido al dogma de la transparencia (reacio por ello a “cualidades” como la sencillez, la naturalidad y otras formas de pereza literaria), pero también de un culturalismo concebido como un juego erudito desprovisto de autenticidad emocional. Ahora bien, el libro recoge las mejores aportaciones de ambos: la pasión, cálida y humana, por los entornos personales conocidos (paisajes, emociones, seres queridos...), y el empleo de unos procedimientos “modernos” para expresar esa perspectiva individual sobre la realidad
   Es cierto que no puede haber auténtica poesía sin intimismo, pero también lo es que no todo intimismo ha de ser primario o neorromántico. Existen, afirma Guillermo Carnero, “dos grandes ámbitos de experiencia. El primero lo forman los acontecimientos de la vida cotidiana; son materia poética si afectan a la sensibilidad. Lo son también los que pertenecen a la experiencia de segundo grado o cultural, la que procede de la Literatura, de la Historia o de las Artes. Esas dos experiencias –la cotidiana y la cultural- aparecen natural y espontáneamente entrelazadas en el funcionamiento real del pensamiento y en la generación, exploración y formulación de la emoción – de una persona culta, por supuesto. La experiencia cultural no se superpone a un discurso poético nacido originariamente sin ella, ni responde a un prurito de ennoblecimiento retórico y decorativo; funciona de por sí, empepando la experiencia cotidiana y viciversa” (“Reflexiones egocéntricas. Cuatro formas de culturalismo”, Laurel, Cáceres, 2000, nº 1, págs. 46-47)
   De acuerdo con estas consideraciones, los textos de Borrando márgenes no nacen como un rechazo del intimismo (sin el cual no es posible una auténtica poesía), sino como un modo eficaz de renovar la expresión de la interioridad, además de mostrar su pertenencia a una tradición que puede ser revitalizada, devuelta a la vida: “Al usar una tradición, el escritor la torna presente, y la vuelve inmediatez en su obra, destinada a retornar a la gran tierra nutricia de la tradición total, y a ser usada nuevamente por alguien en el futuro (por ello tradición es cadena), vitalizándola”[1].
   Entendemos, para terminar, que sea cual sea el ámbito en que detengamos de modo preferente nuestra atención, Borrando márgenes se nos aparecerá como una obra madura, en que se tiene la impresión de que todos los propósitos se han logrado, que invita a una espera confiada en nuevas obras, insertas, como la que comentamos, en una nobilísima estirpe literaria, según recomendaba Cercas, pero también, como adivinó el limpiabotas evocado por Ricardo Senabre, dueñas –nada más, pero nada menos- de una manera personal, inconfundible, de decir las cosas.



[1] Villena, L. A. Postnovísimos. Madrid, Visor,.1986. “Prólogo”, pág. 23.

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