BORRANDO MÁRGENES
Efi Cubero
Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2004, 91 págs.
Prólogo de Manuel Simón Viola
Me encuentro en Facebook el texto, subido por Efi Cubero, que elaboré
para la presentación de Borrando márgenes
en la Capella de la Facultad de Filología de la Universidad de Barcelona el día
12 de noviembre de 2004. El acto fue presidido por Monserrat Camps Gasset, Decana
de la Facultad de Filología, y en él
intervino asimismo Francisco Muñoz Ramírez, por entonces Consejero de
Cultura de la Junta de Extremadura. Como al releerlo observo que mi opinión
sobre el libro no ha cambiado (y mi admiración por su obra se ha acrecentado
con la lectura de posteriores poemarios) rescato aquí el texto que me ha hecho
recordar, por lo demás, una gratísima estancia en la ciudad.
Borrando márgenes, un poemario
situado, claro está, en una tradición de la que se nutre y a la que aporta su
propio valor, es un libro orgánico que puede ser leído sin ninguna apoyatura
erudita, pero también permite un contraste, enriquecedor de la lectura, con
tres entornos. Estos ámbitos son la tradición lejana que recupera, el panorama
poético en que se instala y la trayectoria personal que viene, por ahora, a
culminar.
Diré algo de cada uno de estos tres
espacios, y lo haré apoyándome en otras tantas citas. La primera de ellas
pertenece a la propia escritora. En el poema de cierre, “Táuride”, se inserta
la siguiente reflexión, definitoria, a mi juicio, de su trayectoria hasta el
momento: “Erguida en el pretil de la marea / sostienes al latir de tanta
historia: / -siempre habrá una verdad propiciatoria, / víctima de la fuerza de
una idea-.”
La obra lírica de Efi Cubero se ha vertido
en unos pocos poemarios compuestos sin apresuramientos, en los que,
al margen de su perceptible parentesco estilístico, es posible encontrar unas
orientaciones temáticas compartidas y un cuidadoso esmero en la organización de
la materia poética, y así su primer libro de versos, Fragmentos de exilio
(Badajoz, Kylyx, 1992) se ordena en torno a una imagen que articula el
contenido del libro (dividido en cuatro bloques: “Deseo”, “Travesía”,
“Llegada”, “Círculo” y “Regreso”): el viaje, la partida de una tierra querida y
la llegada a un lugar extraño en el que anhelar el regreso.
A este librito le siguió Altano
(Badajoz, DPDB, 1995), que define, en poemas breves de expresión
contenida, casi ausentes de anécdota, el propio proceso creador como un aliento
(“altano”, palabra de uso poco común, significa “viento que sopla
alternativamente de mar a tierra y viceversa”) que pone en comunicación dos
ámbitos vitales: el mar (la superficie soñada "cuando solo la tierra era
tu enclave, tu savia o tu universo...", pero también la ciudad costera
"de palabras / sin haches aspiradas") y las tierras del sur y de la
infancia, recobradas en fragmentos, en instantes luminosos de una pasado
perdido, que merecerían la consideración de "apuntes al carbón de la
memoria". Es, en efecto, el recuerdo, el ejercicio de una memoria
consciente de todo un repertorio de desapariciones pero nada nostálgico, el
motor de estos poemas, que desde la ecuanimidad del conocimiento adulto
contemplan el "sur" como el
territorio de las emociones, de la risa y la pena, del gozo de vivir, de la
sensación de libertad, del hontanar, en fin, de la escritura.
El segundo entorno en el que quiero
detenerme es en el de la tradición lejana que recupera. La cita pertenece a
Javier Cercas: "Lo esencial es hallar en la literatura de
nuestros antepasados un filón que nos exprese plenamente, que sea cifra de
nosotros mismos, de nuestros anhelos más íntimos [...] Lo esencial es retomar
esa tradición e insertarse en ella; aunque haya que rescatarla del olvido, de
la marginación o de las manos estudiosas de polvosos eruditos. Lo esencial es
crearse una sólida genealogía. Lo esencial es tener padres" (El móvil).
En Borrando márgenes Efi Cubero (que ya había recordado a
Demócrito para advertirnos de que “nada nace de nada”, y añadir: “El arte no es
ajeno al eterno fluir de la cultura, de la historia o del tiempo”) ha
encontrado en esa tradición un personaje y una leyenda singulares cuyas lindes
precisas vienen indicadas por los epígrafes de la composición de apertura
(“Áulide”) y de cierre (“Táuride”). Como relata Esquilo (525 a. d. J), Ifigenia
es llevada con engaños a Áulide en donde será sacrificada por su padre Agamenón
a Artemisa (o a Poseidón) con el fin de que la armada griega pueda emprender la
travesía hacia Troya. Pero el mundo griego pasaría en el transcurso de unos
pocos años (45 entre el nacimiento de Esquilo y y el de Eurípides. Para María Zambrano “Una
cultura depende la calidad de sus dioses”), de aceptar sacrificios humanos a
considerar repugnante que los dioses los exigieran. Eurípides (480, a. d. J.,
nacido, según la tradición, el mismo día de la batalla de Salamina)
dulcificaría la leyenda relatando cómo la diosa sustituye en el último momento
la joven por una cierva (o por un oso marino o por una anciana, las versiones
de la leyenda son muy numerosas). Ifigenia sería llevada a Táuride (Crimea, un
pueblo feroz) convertida en sacerdotisa de la diosa (y esta es la versión de la
leyenda preferida por Efi, la que posee un desenlace feliz).
Incrustada en el cuerpo del poemario, la peripecia aventurera de la
joven, víctima de guerreros y tiranos, otorga a la obra además de una impresión
de fuerte unidad (de que carecen tantos poemarios), una estructura de discurso
lírico que progresa hacia un desenlace, como revelan los epígrafes de los
cuatro bloques que lo configuran: Aulis, Las naves, Persistencia del olvido,
Táuride. Concebidos así, estos textos apuntan a uno de los propósitos más
profundos de la creación literaria: la escritura entendida como reelaboración
personal de una tradición dilecta, dadas las similitudes intuidas entre un
itinerario personal y una leyenda mitológica, con lo que se logra esa
“potencia” en la expresión del “yo” que menciona Villena, pero a la vez la
escritura se concibe como una reflexión sobre el propio proceso creador, y como
instrumento, en fin, de interpretar el mundo, de afirmar su “fe de vida” y de
recuperar lo perdido. (un propósito presente en todos los poemas).
El tercer entorno es el de la tradición en que la obra se instala. La
cita en que quiero apoyarme es de Ricardo Senabre (Capítulos de la historia
de la lengua literaria. Cáceres, UEX, 1998): “Tres o cuatro escritores
hablaban de poesía en torno a una mesa, mientras el limpiabotas habitual del establecimiento
pulía los zapatos de uno de ellos. En el momento de cobrar el servicio y
aprovechando un breve silencio de los parroquianos, el limpiabotas apuntó: “Eso
de la poesía, señores, no es más que una manera de decir las cosas, ¿no?”. Es
exacto: nada más –pero tampoco nada menos- que una manera de decir las cosas,
esto es, una forma de lenguaje” [pág. 9]
En la configuración de una personalidad
poética, como se sabe, operan tanto las adhesiones como los rechazos. La obra
que comentamos se sitúa, a nuestro juicio, lejos de un intimismo neorromántico
sometido al dogma de la transparencia (reacio por ello a “cualidades” como la
sencillez, la naturalidad y otras formas de pereza literaria), pero también de
un culturalismo concebido como un juego erudito desprovisto de autenticidad
emocional. Ahora bien, el libro recoge las mejores aportaciones de ambos: la
pasión, cálida y humana, por los entornos personales conocidos (paisajes,
emociones, seres queridos...), y el empleo de unos procedimientos “modernos”
para expresar esa perspectiva individual sobre la realidad
Es cierto que no puede haber auténtica poesía sin intimismo, pero
también lo es que no todo intimismo ha de ser primario o neorromántico.
Existen, afirma Guillermo Carnero, “dos grandes ámbitos de experiencia. El
primero lo forman los acontecimientos de la vida cotidiana; son materia poética
si afectan a la sensibilidad. Lo son también los que pertenecen a la
experiencia de segundo grado o cultural, la que procede de la Literatura, de la
Historia o de las Artes. Esas dos experiencias –la cotidiana y la cultural-
aparecen natural y espontáneamente entrelazadas en el funcionamiento real del
pensamiento y en la generación, exploración y formulación de la emoción – de
una persona culta, por supuesto. La experiencia cultural no se superpone a un
discurso poético nacido originariamente sin ella, ni responde a un prurito de
ennoblecimiento retórico y decorativo; funciona de por sí, empepando la
experiencia cotidiana y viciversa” (“Reflexiones egocéntricas. Cuatro formas de
culturalismo”, Laurel, Cáceres, 2000, nº 1, págs. 46-47)
De acuerdo con estas consideraciones, los textos de Borrando márgenes
no nacen como un rechazo del intimismo (sin el cual no es posible una auténtica
poesía), sino como un modo eficaz de renovar la expresión de la interioridad,
además de mostrar su pertenencia a una tradición que puede ser revitalizada,
devuelta a la vida: “Al usar una tradición, el escritor la torna presente, y la
vuelve inmediatez en su obra, destinada a retornar a la gran tierra nutricia de
la tradición total, y a ser usada nuevamente por alguien en el futuro (por ello
tradición es cadena), vitalizándola”[1].
Entendemos, para terminar, que sea cual sea el ámbito en que detengamos
de modo preferente nuestra atención, Borrando márgenes se nos aparecerá
como una obra madura, en que se tiene la impresión de que todos los propósitos
se han logrado, que invita a una espera confiada en nuevas obras, insertas,
como la que comentamos, en una nobilísima estirpe literaria, según recomendaba
Cercas, pero también, como adivinó el limpiabotas evocado por Ricardo Senabre,
dueñas –nada más, pero nada menos- de una manera personal, inconfundible, de
decir las cosas.
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