domingo, 22 de abril de 2018

El camello de oro



EL CAMELLO DE ORO

José Antonio Ramírez Lozano
Madrid, Carpenoctem, 2018, 79 págs.
  
   José Antonio Ramírez Lozano (Nogales, 1950) ha desarrollado de modo paralelo una nutrida trayectoria de poemarios, libros de literatura infantil y juvenil (aparecidos en editoriales como Edelvives, Alfaguara, Algaida, Kalandraka, Anaya, S. M. o Hiperión) y narraciones que comparten motivos repetidos y similares predilecciones formales. Objeto de numerosísimos galardones (Azorín, Claudio Rodríguez, Juan Ramón Jiménez, José Hierro, Blas de Otero, Ricardo Molina, premio de la Crítica Andaluza o los extremeños Ciudad de Badajoz, Felipe Trigo o Cáceres de novela corta).  Su obra en prosa se inició con Don Illán (Orihuela, 1978), una narración corta con algunas de claves de su mundo narrativo, a la que han seguido otros muchos títulos.
   Ahora, la editorial madrileña Carpenoctem publica El camello de oro, una novela cuya trama se sitúa en los años de la crisis de la construcción en España para dibujar un panorama delirante y caótico en que ciertos empresarios logran seguir medrando mediante la demolición de urbanizaciones ilegales al tiempo que se producen miles de desahucios, pero este propósito testimonial es superado por el talento fabulador del narrador que presenta a unos constructores católicos obsesionados por las contradicciones entre sus proyectos empresariales y el mensaje evangélico y en especial con la cita bíblica de los ricos y la gloria y las agujas y los camellos. Convencidos finalmente de que “en pecado solo están los pobres”, los planes de la sociedad “Creyentes Reunidos” pasan por llevar a la práctica la cita evangélica en una deriva argumental imprevista repleta de humor y hallazgos verbales, en que uno confiesa haber llegado a la fe por una iluminación pitagórica según la cual el mundo estaba regido por el número tres (por ello tenía tres coches, tres casas y tres mujeres), en tanto otro recuerda las ranas sagradas del baptisterio de su iglesia, más que bautizadas, tan semejantes a  los cristianos (“si nosotros creíamos en Dios, ellas croaban en Dios. Total qué más daba”).
   Reproducimos un fragmento en que uno de los empresarios y su esposa discuten sobre el sentido de otro pasaje evangélico

   A Teresa le hubiese gustado tener un par de hijos. Toda la vida cumpliendo con los mandamientos para que a fin de cuentas no le diera un hijo Dios, le parecía una injusticia. En aquella cama había habido mucho catecismo y poco amor. Todas las noches a vueltas con la teología de su marido, que hasta se soñaban con el infierno y las pesadillas de los dogmas.
-Tengo miedo, Ginés –se le quejó esa noche.
-¿Miedo a qué?
-A la avaricia. ¿No será la avaricia la nuestro, Ginés?
-Lo nuestro es trabajo y nada más que trabajo. A ver por qué se te vienen a la cabeza esas tontadas teniendo fe como tienes.
-Por lo del Evangelio. Por la parábola.
-¿Qué parábola?
-La de los talentos.
-Pero si tú no tienes talento ninguno, hija mía. Anda, duérmete.
-Que no. Que los talentos son monedas. Lo digo por lo de enterrarlos que dice la parábola.
   Ginés Vadillo era un hombre previsor. Aprovechando el recurso de la pala, había hecho un hoyo en su parcela y había enterrado en él sesenta mil euros en billetes de quinientos. Teresa lo sabía.
-Dice la parábola que un hombre dio a sus siervos un talento a uno, y dos y cinco a otros dos. Y que a su vuelta, estos dos los habían invertido y multiplicado, pero el primero enterró el único el único que le había dado y non le sacó provecho. Entonces dijo el hombre, que se supone que es Dios, que le quitasen el que tenía y que lo arrojasen a las tinieblas y que allí sería el rechinar de dientes. Y eso es los que haces tú por la noche, Ginés, rechinar y rechinar, que no hay quien duerma.
-Tonterías, Teresa –se revolvía Vadillo-. Las parábolas hay que saber interpretarlas. Cuando dice talentos quiere decir virtudes o cualidades. Dios le ha dado al hombre capacidades como la de trabajar y enriquecerse, la de curar enfermedades o la de tener hijos.
-Entonces es esa, la de tener hijos la que hemos metido en un hoyo. Un talento improductivo, que Dios nos va a echar en cara, Ginés.” [p. 14].

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