jueves, 21 de mayo de 2015

Desplazados del paraíso


Desplazados del paraíso

Antonio María Flórez

     De madre  dombenitense y padre colombiano, Antonio María Flórez ha alternado por razones educativas y luego profesionales periodos de su vida en España y en Colombia  lo que le ha permitido conocer de primera mano el panorama literario de ambos países y lo ha convertido en un valioso puente de unión entre ellos. Por esta circunstancia, sus libros de poesía, asimismo, han aparecido en Colombia (El círculo cuadrado, 1987; En cámara lenta, 1989; ZOO (poemillas de amor antiecológicos), 1993; El arte de torear, 2002) y en España (El bar de las cuatro rosas, 1995; Antes del regreso 1996; Corazón de piedra, 2011). Desplazados del paraíso, un poemario galardonado con el premio Nacional de Poesía ‘Ciudad de Bogotá” apareció en Colombia (2003) y en España (2006) publicado por la Editora Regional de Extremadura, en tanto Bajo tus pies la ciudad (2012) aparecería en la editorial emeritense De la Luna libros. Recientemente han visto  la luz En las fronteras del miedo (Badajoz, Alcazaba, 2013) y La muerte de Manolete. Crónica en escena (Don Benito, GEVA, 2014, en línea de un poemario anterior (Tauromaquia. Antología Trema, Don Benito, Concejalía de Educación y Cultura, 2011). Ahora la editorial Universidad de Caldas reedita Desplazados del paraíso, un conjunto de cuarenta y cinco poemas, once de ellos en prosa, que relatan el itinerario seguido por una pareja de jóvenes desde su casa, asolada por la violencia, a la ciudad en un viaje por valles selvas y ríos, asediados por peligros ocultos de diversa condición (“los fragosos cauces de los ríos, en sus súbitas caídas”, en lo alto cerrado del monte”, “los caminos vacíos / la noche, los disparos, los gritos, / los muertos presentidos”. Reproducimos la novena composición del poemario (cuya portada, un grabado de Durero titulado “La expulsión del paraíso”, invita a una lectura no localista de estos notables poemas). 



   Y llevan 
en sus alforjas 
algunas pocas pertenencias; 
habitan en el día oscuros rincones 
de caballerizas y galpones malolientes 
y en las noches recorren sudorosos 
caminos marginales de niebla 
entre susurros y plegarias.
 Al alba, siempre al alba, buscan riachuelos,
 pequeñas fuentes de agua, donde sacian su sed
 y se lavan la angustia de sus pieles rotas. A veces los peces tocan 
sus cuerpos desnudos y se anegan de amor e inciertas promesas. 
Se aman, se seguirán amando, buscando el mar o las ciudades,
así el miedo los obligue a seguir andando 
con las alforjas ya vacías pero los sueños intactos.   

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