CONTIENDAS Y REFERTAS
Esta isla en el río
Gévora (un Gévora ya plenamente español pero todavía adolescente, próximo a sus
fuentes de la Sierra de São Mamede) me ha hecho recordar las numerosas
“refertas” y contiendas (palabras sinónimas que podríamos traducir por
territorios en disputa) que acompasan el trazado de la frontera más antigua de
Europa (y que hoy sobreviven como nombres propios de parajes y fincas privadas
a ambos lados de la raya). Sin un hito indicador ni accidentes geográficos
separadores, son espacios francos en que se tiene la sensación de estar fuera
de cualquier lugar. Por unas de estas “tierras de nadie”, entre Rosal de la
Frontera y Moura, deambuló Miguel Hernández con un reloj de oro en el bolsillo
que precipitaría su ruina cuando la policía salazarista lo detuviera y lo
devolviera a España.
Tal vez las contiendas más singulares fueron las islas que el Guadiana en su perezoso avance formaba en medio de su cauce, pues si el río marcaba la frontera ¿a qué país pertenecían esas islas arenosas que criaban unas sandías magníficas? A falta de una legislación al respecto, una norma tácita otorgaba la propiedad temporal de esos minúsculos territorios al primero que los colonizara sembrándolos y edificando una choza cubierta con cañas. Solían ser pescadores de río que faenaban en unas barcas sin quilla de fondo plano, que en Badajoz también servían para cruzar el río a cambio de unas monedas no lejos del puente de Palmas (conocido en el pasado como “puente bobo” porque nunca cobró pontazgo). Al día siguiente, sus mujeres pregonaban por las barriadas de Badajoz : ¡La carpa! ¡El picón! ¡Las pardillas!...
Pronto, sin embargo, descubriría el pescador que el Guadiana ofrecía otro medio de subsistencia cuando al amanecer viera su barca atada a unos mimbrales de la orilla izquierda del río. Sin demasiada sorpresa, el buen hombre cruzaba el cauce con el agua por la cintura y recobraba su barca. Dos días más tarde la encontraba atada a unas adelfas de la orilla derecha. Unos días después recibía la cordial visita de guardias civiles y guardiñas con los que mantenía una animada conversación sobre el tiempo. Otro día, en fin, encontraba en su cabaña envuelto en periódicos un paquete con cinco kilos de café portugués, que su esposa, sin pregonarlo, vendía de casa en casa. ¡Gentes de la frontera, bilingües desde niños, que aprendieron pronto a callarse en dos lenguas!
Tal vez las contiendas más singulares fueron las islas que el Guadiana en su perezoso avance formaba en medio de su cauce, pues si el río marcaba la frontera ¿a qué país pertenecían esas islas arenosas que criaban unas sandías magníficas? A falta de una legislación al respecto, una norma tácita otorgaba la propiedad temporal de esos minúsculos territorios al primero que los colonizara sembrándolos y edificando una choza cubierta con cañas. Solían ser pescadores de río que faenaban en unas barcas sin quilla de fondo plano, que en Badajoz también servían para cruzar el río a cambio de unas monedas no lejos del puente de Palmas (conocido en el pasado como “puente bobo” porque nunca cobró pontazgo). Al día siguiente, sus mujeres pregonaban por las barriadas de Badajoz : ¡La carpa! ¡El picón! ¡Las pardillas!...
Pronto, sin embargo, descubriría el pescador que el Guadiana ofrecía otro medio de subsistencia cuando al amanecer viera su barca atada a unos mimbrales de la orilla izquierda del río. Sin demasiada sorpresa, el buen hombre cruzaba el cauce con el agua por la cintura y recobraba su barca. Dos días más tarde la encontraba atada a unas adelfas de la orilla derecha. Unos días después recibía la cordial visita de guardias civiles y guardiñas con los que mantenía una animada conversación sobre el tiempo. Otro día, en fin, encontraba en su cabaña envuelto en periódicos un paquete con cinco kilos de café portugués, que su esposa, sin pregonarlo, vendía de casa en casa. ¡Gentes de la frontera, bilingües desde niños, que aprendieron pronto a callarse en dos lenguas!
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