martes, 9 de marzo de 2021

El mordedor de alfombras


EL MORDEDOR DE ALFOMBRAS

Eladio Pascual

Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2020, 88 págs.

                                    Ilustraciones de Rafael Fatuarte

   Nacido en Tetuán pero extremeño de adopción, Eladio Pascual es doctor en Derecho, funcionario de la Agencia Tributaria, profesor de Universidad y autor de numerosos libros de su especialidad, en su mayoría de contabilidad. El mordedor de alfombras forma parte de una colección más amplia en la que figuran relatos infantiles que aparecerán próximamente.

   Rafael Fatuarte (Badajoz, 1962) es ingeniero industrial. Ha Trabajado en el mundo de las Artes Gráficas realizando tareas de impresor, maquetador y diseñador. Sus ilustraciones se han publicado en varios libros, como Obras para guiñol, de Mª Carmen Gonsálvez„ Internet, para la colección Manual Imprescindible de la Ed. Anaya, y en los libros de la colección sobre informática Al día en una hora, también de Ed. Anaya y Grupo Ros. Es autor del libro Imágenes con ordenador de esa misma colección. Este libro de cuentos es el primero que ilustra íntegramente.

   El mordedor de alfombras se compone de treinta y tres narraciones breves agrupadas en cinco bloques temáticos emparentados entre sí, en los que predomina a veces la fabulación (el viaje “exitoso” del Titanic desde Southampton a Nueva York, una visita de Kafka, Hitler contemplando El gran dictador de Chaplin), la realidad creada por las palabras, el mundo de lo cotidiano y los recuerdos más íntimos del entorno familiar: de la madre (cuando dolía una herida: “Eso es que se está curando”), del padre (y su frase repetida y, al fin, premonitoria: “El día que yo falte me vais a echar de menos”), de los superhéroes de la niñez, de los compañeros de colegio. “Estamos hechos de recuerdos” afirma el autor recordando una cita de Borges (“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo / de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”) y del recuerdo arrancan unas composiciones marcadas por la nostalgia y por una mirada melancólica y apacible, comunicada en una prosa transparente y sencilla (en consonancia con las imágenes) incluso cuando se narran episodios dolorosos (el anciano recordando a su esposa fallecida, el joven tímido y callado abandonado por la novia), con una marcada predilección por los paisajes interiores, pues como afirma Herman Hesse en una de las citas del libro: “No hay más realidad que la que tenemos dentro”. Reproducimos una de las composiciones incluida en al apartado “El universo de lo cotidiano”. 

CALLE NOSTALGIA S/N 

¡Qué bien le viene al corazón su primer nido!

¡Parece que en un trueque de pasión,

el corazón se trae, roto, el nido,

que se queda en el nido, roto, el corazón!

                                                                           Juan Ramón Jiménez

    En realidad no es una casa, es un castillo. No tiene foso, ni puente levadizo. Tampoco torres o almenas. Pero tiene su princesa y otros personajes inmortales, pasadizos secretos, sorpresas escondidas. Estaba en un alto, y allí continúa, imperturbable, donde la vida, que se reinventa cada mañana, no está hecha de tiempo.

   En mi castillo los techos son muy altos, por eso en el ambiente pululan tantas historias y aventuras, como nubes de peces de colores. El suelo está frío y decorado con infinitos dibujos de cuerdas, tirachinas, canicas, cuentos y algún juguete destrozado, como si hubiera intentado llegar hasta su corazón. Las paredes están empapeladas de fábulas imposibles, y el largo pasillo está cuesta abajo para lanzarse con la bicicleta, sin importar el final. No hay ordenadores, ni miedos, ni dudas, ni cosas prohibidas. Solo se oyen risas olvidadas y besos dormidos. Y el silencio que produce un gran reloj desarmado que marca las horas que no pasan y los segundos que no vuelven, ese silencio que solo es posible cuando el tiempo se queda en vilo.

   La terraza del castillo es grande, casi tanto como mis ojos de asombro. Está plagada de blancos fantasmas con un curioso olor a ropa limpia. Están sujetos a unos alambres para evitar que deambulen a su antojo y asusten a los niños. En esa terraza cayó la primera nevada de la historia, y también la primera vez que se apagaron todas las luces y se asomó la luna de la esperanza, y las estrellas se echaron a la calle cogidas de la mano.

   Mi madre, la princesa, intenta peinarme con poco éxito. Huele a agua de colonia y a ternura. Me apresura para que no llegue tarde al colegio. Me da un beso calentito y me despide en la puerta con su sonrisa que reconforta. Me voy alejando. Me alejo. Me convierto en el héroe desterrado.

   La conciencia de la espontaneidad y de la pureza solo se adquiere cuando se pierde.

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