viernes, 24 de marzo de 2017

El impresor de Venecia


EL IMPRESOR DE VENECIA
Javier Azpeitia
Barcelona, Tusquets Editores, 2016, 344 págs.

   Javier Azpeitia (Madrid, 1962) es un escritor, editor y filólogo, que ha sido subdirector de la editorial Lengua de Trapo y director de 451 Editores. Profesor del Máster en Escritura Creativa de Hotel Kafka, y tutor en el Máster en Edición de la Universidad de Salamanca, en 2015 fue comisario de la exposición 500 años sin Aldo Manuzio, realizada por la Biblioteca Nacional de España, y participó en la muestra La fortuna de los libros, del Museo Lázaro Galdiano, donde uno de los incunables aldinos tuvo gran protagonismo.
   Comenzó su carrera literaria en 1989 con Mesalina, a la que siguieron Quevedo (1990); Hipnos (1996, premio Hammett de Novela Negra y llevada al cine por el director David Carreras); Ariadna en Naxos (2002); Nadie me mata (2007). En 2016 publica El impresor de Venecia, su última novela (Tusquets). Sus novelas han sido traducidas al francés, al italiano, al ruso y al griego.
   El impresor de Venecia es una novela histórica, extraordinariamente narrada, cuya trama arranca en 1489 cuando Aldo Manuzio llega a la ciudad italiana con el propósito de emprender una carrera como impresor, algo que logra en el taller de Andrea Torresani con cuya hija, muchos años más joven se ve obligado a contraer matrimonio. Las peripecias sentimentales de este hombre, en el umbral de la ancianidad, se desarrollan paralelas a su labor como impresor, una tarea que revolucionará el mundo de la edición (publicación de textos clásico griegos en octavo, o libros de faltriqueras, de autores prohibidos por una todopoderosa Iglesia) en una ciudad efervescente situada en el término de la ruta de la seda que había consolidado numerosos canales de distribución con otras ciudades italianas y con el resto de Europa. Los mismos caminos por donde la ciudad comercia con especias, sedas o esclavos, recorrerán los libros, envasados en toneles, hechos en las numerosas imprentas de la ciudad. Reproducimos un fragmento en el que Aldo asiste a una subasta en pleno centro de la ciudad.

   “A su lado, aferrada con los dos brazos a una de sus piernas estaba una niña de unos doce años. Quizá la hija del subastador, pensó Aldo. Tenía una larga y preciosa melena rojiza ondulada, que el hombre acariciaba abultándola por detrás de la nuca. La niña miraba con ojos grandes y rubios a los feriantes que los rodeaban.
-Comenzamos la subasta, con género de la casa Stavros Diamantidis –dijo el hombre-, en cuarenta ducados de oro.
   El precio era disparatado. Nadie iba a pagar algo así por un animal.
-¿Pero dónde está la bestia? –le preguntó Aldo a Andrea, muerto de curiosidad, antes de que comenzara la cuenta atrás.
-Os recuerdo que la casa de Stavros no admite pago con letra sino solo con moneda –añadió el subastador.
-Un momento –gritó con acento cerrado un subastero alemán que iba vestido como un verdadero príncipe-. Dime si habla cristiano.
   Aldo no entendió la pregunta, e iba a repetir la suya a Torresani cuando el subastador respondió.
-En casa de Stavros no se venden cristianas, ni lo permite el senado, ciudadanos. Si lo que quieres es hablar con ella ya la enseñarás tú, pero estas aprenden rápido. Es abjasia, comprada en Cafa. Está sin bautizar, sana como una manzana, no hay más que mirarla, ¡y virgen! ¡Lo tiene todo!
Una íntima repugnancia sacudió el corazón de Aldo al comprender. Estuvo intentando encontrar el modo de impedir la subasta, pero se le acababa de embotar el cerebro. Está prohibido, se dijo, pese a que sabía bien, porque lo había visto con sus propios ojos, que la producción de Venecia se organizaba en buena medida gracias a la esclavitud”. (p. 152).

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