Cuando voy a ver a mi madre a La Codosera y
entro en el patio siempre veo la palmera que ya no puedo ver (hubo que talarla
porque a una vecina le molestaba al amanecer el arrullo de una pareja de
tórtolas que había anidado en su copa) y recuerdo los versos de Miguel
Hernández de Perito en lunas, que,
como las demás octavas del libro, me atraen tanto por lo que entiendo como por
lo que no comprendo.
Anda, columna, ten un
desenlace
de surtidor. Principia por
espuela.
Pon a la luna un
tirabuzón. Hace
el camello más alto de
canela.
Resuelta en claustro,
viento esbelto pace,
oasis de beldad a toda
vela
con gargantillas de oro en
la garganta:
fundada en ti se iza la
sierpe, y canta.
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