jueves, 11 de febrero de 2021

Los ángeles

LOS ÁNGELES

 Teolinda  Gersao

Mérida, Editora Regional de Extremadura, Col. La Gaveta, 2020, 200 págs.

Trad. de Mª Jesús Fernández García

     Nacida en Coimbra en 1940, Teolinda Gersáo, catedrática de literatura alemana y comparada en la Universidad de Lisboa, ha sido profesora en diferentes universidades europeas y americanas. Como narradora ha publicado una extensa obra en la que destacan novelas como Os Teclados (1999) y O Silencio (1981); relatos breves como Os Anjos (2000), del que ofrecemos esta traducción, así como libros de cuentos: Histórias de Ver y Andar (2003), A Mulher que Prendéu a Chuva (2007), o el más reciente, Atrás da Porta e Outras Histórias (2019). Teolinda Gersáo está considerada como una de las autoras más relevantes de la historia de la literatura portuguesa y como la figura más destacada de una importante generación de autoras que, como todo el país, deciden romper con la inercia de la realidad para ofrecer una vida, y una sociedad, traspasada por la imaginación.

   “Éramos una familia, lo vi. Mi padre, mi madre, mi abuelo y yo. Pasase lo que pasase mi madre volvería siempre, no daría un paso en falso al andar ni caería de lo alto de los barrancos. Ni la llevaría el viento. Porque estaba unida a nosotros”. Este es el pequeño universo humano que una niña, Ilda, nos va a narrar, un mundo rural, sencillo y pobre, habitado por gentes marcadas por las heridas del pasado: un padre ebrio, una madre que alterna momentos de breve dicha con otros de abatimiento y autodestrucción, un abuelo condenado al declive y a la enfermedad… Pero el relato de la niña oculta una trama oculta que ella apenas puede atisbar y hay que reconstruir en la lectura, pues también en este mundo cándido, visitado por ángeles como pájaros o soplos de viento, residen los enigmas. Reproducimos un fragmento en que la niña, tras ser castigada y humillada en la escuela por no saber leer, comienza a reconocer las primeras palabras.

 “El primero había sido el almanaque. Me interesaban cada vez más las estampas, me quedaba mirándolas hasta saberlas de memoria. Algunas tenían letras debajo, y mi abuelo las señalaba con el dedo. Las letras decían lo mismo que las imágenes. Por ejemplo si él me mostraba: El perro de Belarmino, por debajo las letras repetían: El perro de Belarmino. Se podía mirar las estampas o las letras, yo prefería siempre las estampas.

    Un día miré una estampa, y las letras de debajo, y de nuevo la estampa. Y entonces las letras, cuando volvía a mirarlas, corrieron a juntarse en manojos. Cada manojo era una cosa, un manojo era un perro, otro manojo era una casa. Me puse roja de la sorpresa y casi no podía ni respirar. Mi abuelo se rio, y yo me di cuenta de que ya no había vuelta atrás: no conseguía mirar las letras sin leer lo que decían. Pasaba con todo lo que se me ponía por delante, etiquetas de botellas, cajas de cerillas, latas de sardinas, letreros de tiendas, nombres de calles en las paredes. Empecé a leer partes del almanaque, una cosa aquí y otra allí. Me sentía curiosa y deslumbrada, incluso cuando no entendía el sentido” [pp. 30-31].


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario