UNA VENTANA AL ATARDECER
Maruja Vieira
Manizales, Gobernación de Caldas, Col. Libros al
aire, 2018, 60 págs.
Palabras preliminares de Lindon Alberto Chavarriaga
Montoya y Martha Lucía Piedrahita Salazar
Maruja Vieira (Manizales, 1922) es miembro de número de la Academia Colombiana de la Lengua y correspondiente de la Real Academia Española. Poeta, ensayista y catedrática en varias universidades colombianas, formó parte de del movimiento Los Cuadernícolas y asistió a la tertulia del Café El Automático de Bogotá. Ha publicado libros de poemas como Campanario de lluvia (1947), Los poemas de enero (1951), Palabras de la ausencia (1953), Clave mínima (1965), Mis propias palabras (1986), Tiempo de vivir (1992), Los nombres de la ausencia (2006), Todo lo que era mío (2008), Rompecabezas (2010) y Tiempo de la memoria (2010). Ha recibido la Gran Orden de la Cultura del Ministerio de Cultura de Colombia y en 2013 recibió el Premio Nacional Vida y Obra por el Ministerio de la Cultura de Colombia. Sus libros han sido traducidos al inglés, francés, alemán, griego, húngaro, italiano, ruso y gallego.
Ahora ve la
luz en la colección “Libros al aire. Lecturas para viajeros”, sin ánimo de
lucro y distribución gratuita por estaciones y aeropuertos, Una ventana al atardecer, que recoge
composiciones de este poemario y de Los
muros y el recuerdo, al que pertenece el poema que reproducimos, en el que
unas pocas imágenes (la escuela, los paseos con el padre) son recuerdos de un
pasado remoto que la distancia devuelve convertidos en una sencillo y hermoso en
las fronteras de la elegía.
MEMORIA DE LA ESCUELA
Recuerdo que mi escuela tuvo
un
balcón de árboles
y un patio, junto al claro viaje de los gorriones.
La vida era una mano que me esperaba afuera
Y una cabeza blanca, llena de sueños altos.
Era mi padre. Íbamos juntos. Era el mundo.
No había más en las trémulas
soledades
del alma
que su paso ya lento, su voz dulce y antigua
y el tiempo azul que araba la tierra
de mi
infancia.
Salíamos de noche, la pequeñita sombra
de mi cuerpo de niña junto
a su
sombra grande.
Él hablaba un idioma de recuerdos y ausencias
y me enseñaba nombres, banderas
y
ciudades…
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