martes, 15 de noviembre de 2022

La última cabaña

LA ÚLTIMA CABAÑA

Yolanda Regidor

Barcelona, Ed. Lumen, 2022, 260 págs.

    Yolanda Regidor (Cáceres, 1970) se licenció en Derecho y cursó un máster en Psicosociología. Es formadora ocupacional y trabaja como asesora jurídica y docente en proyectos de inserción sociolaboral. Debutó con La piel del camaleón (Arcopress, 2012), novela que tuvo una acogida muy buena por parte del público y de la crítica, y fue lectura recomendada por la Real Academia de Extremadura de las Letras. Con su siguiente obra, Ego y yo (Almuzara, 2014), logra el XXX Premio Jaén de Novela. Su calidad literaria vuelve a ser reconocida con su tercer trabajo, La espina del gato (Berenice, 2017), novela ambientada en el momento histórico de la Guerra Civil y en la que sorprende con un registro inesperado. Su última obra es La última cabaña, una novela sobre la soledad y la vida salvaje, que ha sido publicada por Lumen (Penguin Random House) en marzo de 2022. Sus relatos han sido publicados en varias antologías y ha colaborado con artículos en revistas y varios medios impresos. Ahora la editorial catalana Lumen publica La última cabaña en cuyo arranque adivinamos una huida en busca de refugio y aislamiento en una cabaña junto a un bosque en las proximidades de una aldea. Traumatizado por unos recuerdos que iremos conociendo, el protagonista inicia un diario que recoge los nimios episodios que vive en el presente con la evocación de unos episodios dramáticos (la muerte de un hermano, el despego de los padres, una ruptura amorosa, la violencia sangrienta de la guerra) que lo han llevado a este último asilo en una situación anímica extrema en las fronteras del suicidio. Las personas y los animales de que se rodea (todos solitarios como él, un lobezno huérfano, una anciano que acaba de perder a su esposa, una joven viuda) y el ejercicio de la escritura (y de la constante reflexión personal) irá reconstruyendo un personalidad reconciliada con su propia condición, una trayectoria vital contada con una prosa brillante y precisa atenta a los matices repleta de lúcidos hallazgos (“El dolor ajeno siempre nos parece menor. Con la dicha sucede al contrario”). Reproducimos un fragmento que presenta a dos seres desamparados, el personaje prófugo de su entorno y el lobezno que ha perdido a su madre y a sus hermanos.

    Bócklin ha aullado. Ha respondido a los suyos.

   Anoche, mientras yo leía junto al fuego, levantó la cabeza de su cesto y se sentó con las orejas erguidas. Pensé que alguien se acercaba a la casa y también me puse a la escucha de cualquier ruido extraño. Eran aullidos, no demasiado lejanos. Y el cachorro estiró el pescuezo y soltó el suyo: uno corto y desafinado que creo que nos sorprendió a los dos.

   Tras el asombro, él bajó el morro y volvió a dormirse, pero a mí me quedó una amarga sensación que aún me dura esta mañana. Fue una señal, un aviso, un recuerdo de que no me pertenece. Ha sido un detonante del miedo, un adelanto de los días tristes que habrán de venir cuando crezca —lo hace demasiado rápido—, cuando ya no me necesite y se vaya, del momento en el que yo tenga que aceptar no saber qué será de su vida ni pueda ya protegerlo.

   Los meses pasarán enseguida y sucederá. Sé que debo ir haciéndome a la idea, pero también sé que esa misma idea, capaz de protegerme del daño futuro, envenenará un poco mis días felices. Es inevitable. El temor siempre está ahí cuando amas. Amor y miedo no se pueden desligar. Acaso sean la misma cosa.

   Cuando amas, estás perdido, porque este sentimiento es siempre interesado, como el miedo. Los dos responden a la necesidad de seguir viviendo.

 

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