martes, 31 de marzo de 2009

Agua y otros cuentos suecos




AGUA Y OTROS CUENTOS

Torgny Lindgren
Nórdica Libros, Madrid, 2008
Trad. de Marina Torres y Francisco J. Uriz

Miembro de la Academia Sueca desde 1991, Torgny Landgren (Norsjö, 1938) es uno de esos autores cuya obra engrosará algún día el canon de occidente, pero a los que el mercado sitúa en el ámbito de las ediciones minoritarias, en la periferia de lo rentable. Considerado por la crítica como uno de los grandes narradores contemporáneos, ha publicado hasta ahora novelas como Betsabé (que recibió en 1986 el premio Fémina Étranger), En elogio de la verdad, El camino de la serpiente sobre la roca y Miel de abejorro. En su primera novela, Libndgren, atraído poderosamente por el mundo bíblico, recrea la figura de la joven Betsabé, procedente del Libro de Samuel. Amante del rey David que la ha visto desnuda en el baño, y esposa de uno de sus mejores guerreros, la joven no se resignará a su destino de barragana e impondrá a Salomón como rey de Israel.
La historia de Job, otra narración veterotestamentaria, está detrás de su novela más conocida en Europa, El camino de la serpiente sobre la roca, que le sirve para denunciar en el presente las diversas formas de maldad humana y de explotación de los desheredados. Con origen en una formulación del libro de los Proverbios ("Hay tres cosas extrañas y una cuarta que no sé: el camino del águila en el aire, el camino de la serpiente sobre la roca, el camino del barco en el mar, y el camino del hombre hacia la mujer"), la novela emplea de forma inquietante el discurso religioso en la descripción de la más humillante degradación de la mujer que ha de vender su cuerpo para alimentar a sus hijos (“Aquel invierno no habríamos sobrevivido sin tu gracia, Señor, y el crédito en la tienda de Karl Orsa [...] generalmente venía una vez por semana y él tenía mucho cuidado de que nadie viera lo que traía debajo del abrigo, y cada vez que venía teníamos que desaparecer un rato y madre pagaba las deudas”).
Pero Torgny Landgren es autor asimismo de tres libros de relatos: La hermosura de Merab (1983), Leyendas (1986) y En el agua de Brokiga Blad (1999). En 2003, el autor recogió su producción cuentística en Berättelserna (Los cuentos), que añadía, además, dos textos inéditos. Esta es la base de la presente edición, que agrupa las narraciones en tres bloques: los cuentos de carácter rural, los de tema mitológico o bíblico y los que tratan de la creación artística. Gran parte de ellos (en especial los del bloque segundo y tercero) exhibe procedimientos de composición “culturalistas” al dar tratamiento a tramas y motivos tomados de la tradición. Del mundo bíblico proceden “Lot y su esposa”, que presenta la religiosidad exacerbada como fuente de conflictos entre los seres humanos, o “El apóstol Santiago” que relata un asunto conocido desde una perspectiva imprevista: quien evoca los acontecimientos en Miriam, la esposa abandonada y enfurecida. Otros relatos imaginan momentos en la vida de creadores como Alma y Malher, el entierro de Thomas Mann o Selma y Verner (Selma Lagerlöf y Verner von Heidenstam, escritores suecos premiados con el Nobel), ambos ante el suplicio de la página en blanco.
Mayor originalidad presentan los ambientados en Suecia (el autor asegura que todo lo que ha escrito se sitúa en el espacio comprendido entre los dos grandes ríos del norte del país, el Skellefte y el Vindel). En Kläppmyrliden, un matrimonio sin hijos compra una casa, pero el pozo se seca en invierno: el anterior propietario les ha engañado llenándolo con agua de nieve fundida en el caldero de la colada. La pareja se empeñará entonces en una búsqueda agotadora e infructuosa, pues encontrar agua potable en la tierra helada es tan difícil como hacerlo en el desierto: capas de fango, tierra seca, roca primigenia. Finalmente, encontrarán el agua cuando han dejado de buscarla, lo que ejemplifica la paradoja que está en el origen de este relato que presta título al volumen (las cosas vienen cuando no se buscan). En “Las palabras mayores” un predicador de brillante oratoria (que nutre de grandes conceptos como “Eternidad”, “Gracia”, “Santificación”, “Redención”... ) de esos que “van y vienen, en ninguna ciudad están mucho tiempo, son fugaces y caprichosos como los pájaros bajo el cielo” seduce y deja encinta a una joven atormentada, con lo que una vez más “el verbo se hizo carne”.
Enfrentados a fuerzas superiores (como el campesino Alfred Krummes, cuya granja, al término de la segunda guerra mundial, ha quedado en tierra de nadie, entre dos sistemas políticos cuyos principios no comprende) o a otros seres humanos, los personajes de Lindgren, primarios e inocentes, se empecinan en una supervivencia ardua, con el mal y el dolor alojados en las zonas más profundas y tenebrosas del ser humano.

sábado, 28 de marzo de 2009

Cosecha de dos años




BIBLIOGRAFÍA EXTREMEÑA, 2006-07


Manuel Pecellín Lancharro
Badajoz, Caja Rural de Extremadura, 2008, 797 págs.


Desde su aparición, la Bibliografía se constituye como una disciplina autónoma de contornos bien definidos. En síntesis, el trabajo bibliográfico consta de dos partes: una primera, de carácter técnico, está sometida a la aplicación de reglas estrictas, pero la segunda, más imprecisa y personal, da testimonio de la cultura y la personalidad del bibliógrafo, de su competencia literaria y cultural. Sus objetivos principales son dos: identificar los documentos e informar sobre sus contenidos; de estos dos propósitos se deriva su utilización: ayudar a la catalogación mediante la identificación, prestar apoyo a la adquisición de nuevos fondos en las bibliotecas, servir de base para los servicios de préstamo y, sobre todo, proporcionar información bibliográfica sobre los documentos existentes atendiendo a diversos criterios.
Dejando a un lado su actividad de dinamizador cultural (director del servicio de publicaciones de la Diputación Provincial, director del Centro de Estudios extremeños y de su revista, presidente de la Asociación de Escritores extremeños, cofundador y vicepresidente de la Unión de Bibliófilos extremeños, entre otras numerosas tareas), la obra escrita de Manuel Pecellín (Monesterio, 1944) comprende una enorme relación de libros y artículos publicados en periódicos y revistas, tanto regionales como nacionales y extranjeros. La mayor parte de estas obras persigue la recuperación de la historia del pensamiento en Extremadura. Ya su tesis doctoral se centró en el desarrollo del Krausismo en la región; otras obras suyas han atendido al pensamiento y la obra de Francisco Vera, Arias Montano, Joaquín Sama, Juan Uña o Faustino Arévalo.
Pero Pecellín ha participado también activamente en el estudio y promoción de la literatura en Extremadura. Él es el autor de la mejor revisión histórica que se ha publicado hasta la fecha; los tres tomos de Literatura en Extremadura (1982), utilísimos en sí mismos, se han ido completando posteriormente con artículos en distintas publicaciones en los que el autor ha atendido tanto a la recuperación histórica de ciertos autores (Felipe Trigo, particularmente, pero también el teatro extremeño del siglo XVI, por ejemplo) como a los escritores contemporáneos (Manuel Martínez Mediero, Manuel Pacheco, Álvarez Lencero, José Antonio Gabriel y Galán, los narradores últimos...). En este sentido hay que destacar su trabajo como coordinador de El Urogallo Extremadura, en el que participó además con varios artículos en cada uno de sus números.
Recordaba Luis Landero en la presentación de “Trazos”, el suplemento cultural del diario Hoy, que cada vez se publican más libros (y, por tanto, más libros prescindibles), que el panorama cultural es, cada vez más, un bosque enmarañado por el que es difícil deambular. De ahí la necesidad de “guías”, como un suplemento cultural o el repertorio bibliográfico que comentamos. La crítica honesta, la que no está a sueldo de grandes grupos editoriales, aquella que es capaz de sopesar la calidad literaria de una obra sin dejarse influir por ejemplares vendidos, la que osa decir, cuando la ocasión llega, que el rey va desnudo, es imprescindible. La obra que comentamos, como el suplemento en que colabora realiza esta insustituible función.
Bibliografía extremeña ofrece además una historia de la edición en Extremadura durante estos dos años (06-07). Y es que un panorama literario no inventariado es como un almacén de libros (y no como una biblioteca), como un territorio desconocido y no cartografiado. En este sentido, nos encontramos ante una obra generosa, que reúne información muy dispersa, pues a las editoriales de referencia en la región (Editora Regional de Extremadura, departamentos de publicaciones de ambas diputaciones, editoras privadas...) suma las numerosas autoediciones y publicaciones locales, que con frecuencia pasan desapercibidas.
Bibliografía extremeña es, desde otro punto de vista, el resultado de un enorme esfuerzo personal, más propio de un equipo de personas, y, por su propia naturaleza, un trabajo arriesgado sometido a la crítica ajena: por las obras atendidas y desatendidas, por la extensión de las reseñas (que suelen mirar con lupa los escritores que no las leen sino que las miden)..., pero también una “bibliografía de autor”, que omite el juicio cuando no se considera capacitado, da valoraciones panorámicas, acoge juicios de otros lectores, no oculta preferencias personales… Una obra, en fin, de consulta, que muchos olvidarán citar, pero asimismo de lectura (controvertida, crítica…), idónea para irla adelantando en un blog, como el que el autor posee en la página web del diario Hoy (http://blogs.hoy.es/libreconlibros/posts).

jueves, 26 de marzo de 2009

En la frontera



NO ES PAÍS PARA VIEJOS


Comarc MacCarthy
Barcelona, DeBolsilo, 2008, 241 págs.
Trad. de Luis Morillo
Tal vez el estreno de No es país para viejos, con el anunciado éxito de Javier Bardem, primer actor español que consigue un óscar de la Academia de Hollywood, sea un buen momento para leer, o releer, el singular texto literario en que se basa, sin apenas modificaciones apreciables, la película de los hermanos Coen. Dado que uno de los valores literarios consagrados es el de la originalidad, los autores de narrativa han tendido a rehuir la llamada "literatura de género", pues de un lado pesa sobre ella una escasa consideración crítica y, por otro, restringe el ámbito de la libertad personal a la hora de idear tramas o crear personajes. En una dirección diametralmente opuesta, otros autores han encontrado en este tipo de relatos un filón en el que han penetrado para, desde su interior, dinamitarlo o, al menos, desbordar sus límites. En la novela que comentamos, cualquier lector puede reconocer como "ya leídos" todos los episodios de la trama: un excombatiente de Wietnam encuentra un maletín con dos millones y medio de dólares y huye con él, perseguido por los narcotraficantes a quienes pertenece el dinero y por el sherif del condado. Por un paisaje desolado de carreteras solitarias, moteles, caravanas y aldeas de Texas, junto a la frontera con México, asistiremos a una persecución cruenta y despiadada que va dejando a su paso un reguero de sangre.
Por todo el desarrollo del argumento iremos encontrando numerosos episodios familiares para cualquier espectador de películas de western, sin que falten los más tópicos (como esa mujer que llama al sherif porque su gato se ha subido a un árbol), a la vez que reconocemos rápidamente a los personajes, pues el narrador opera con tipos, esto es, dibuja comportamientos humanos previsibles, ya descritos antes por una larga tradición literaria y cinematográfica. Bell es el sherif honesto y sacrificado, a punto de jubilarse, que contempla consternado la brutal deriva de la delincuencia; Well es un ex agente de las fuerzas especiales a quienes los narcotraficantes recurren para recobrar el botín, un cazarrecompensas tópico hasta en las "botas de cocodrilo de mafioso" que calza.; Moss es el tipo afortunado y resoluto que ha encontrado el maletín, pero tal vez no lo suficientemente duro ni listo, etc. Todos ellos labrarán su desgracia por los páramos desérticos de Texas, un paisaje lunar en que ni la radio del coche logra captar una frecuencia ("la radio del vehículo en esta tierra de nadie muda incluso de interferencias de un extremo al otro del dial").
Nos encontramos, pues, ante un mundo ordenado por una lógica narrativa en que esperamos que cada personaje haga lo que prevemos que hará. Y esto es lo que sucede hasta la irrupción de Antón Chigurgh, un tipo enigmático del que ignoramos todo, que surge de la nada y en ella desaparece, una máquina de matar que no se ajusta a prototipo alguno. Será él quien desmorone el esquema narrativo al que tan dócilmente se ajusta el resto de personajes: no obedece a ninguno de los móviles que impulsan a todos los demás, encarna la misión de ejecutor de un destino inmisericorde, de un hado trágico, pues nadie que se tope con él, inocente o culpable, podrá contar qué vio ("Nadie que haya discutido siquiera con él ha vivido para contarlo [...] Hasta se podría decir que es un hombre principios. Principios que van más allá del dinero, las drogas o cosas así").
En contra de lo que suele ser habitual en cualquier relato, a medida que nos acercamos al desenlace va atenuándose la tensión, van espaciándose los episodios violentos en un anticlímax intencionado, pues al autor le interesa ir sustituyendo gradualmente el interés específico de la trama novelesca por las tesis. Y es el sherif el encargado de expresarlas. Frente a este universo desquiciado por la ambición y la violencia, será él quien encarne el mundo de una moral en extinción, quien añore la vieja América profunda, violenta pero épica, y la compare con la furia sin grandeza, ciega y sanguinaria, de unos delincuentes apresados también ellos en el mundo de la droga ("Yo creo que si uno fuera Satanás y estuviera buscando algo que hiciera doblegar a la humanidad la respuesta sería las drogas").
Nos encontramos en el territorio sin ley de la frontera, pero también en la frontera de la condición humana, en un mundo rudo atravesado por símbolos premonitorios que los personajes no saben interpretar. Así sucede cuando Moss contempla contrariado la fuga del ciervo al que acaba de herir sin saber que ese será su destino inminente, o cuando, más adelante, "vio descender sobre el lago un águila pescadora", pero no supo ver en ello el anuncio de su captura. A este universo brutal y sin matices le corresponde una prosa directa sin apenas vuelo literario, casi de acotación escénica, que describe objetos (armas y automóviles) con mayor precisión que seres humanos, empeñado en relatar lo que cualquier narrador daría por consabido, en ocasiones banal ("el rifle tenía un gatillo"), a veces irritante ("Se cepilló los dientes y se lavó la cara y volvió a la habitación y se tumbó en la cama. Al cabo de un rato se levantó y fue a la silla y giró la bolsa y abrió un compartimiento..."), pero extraordinariamente adictiva y en todo momento subyugadora.

martes, 24 de marzo de 2009

Víctimas de la Historia




UNA NOVELA RUSA

Enmanuel Carrère
Barcelona, Anagrama 2008
Trad. De Jaime Zulaika


Conocido especialmente por su novela L’adversarie, un best seller llevado al cine en el año 2000, Emmanuel Carrère (París, 1957), escritor, periodista y director de cine francés, ha publicado ahora Una novela rusa, un texto autobiográfico que recoge dos años convulsos de su vida marcados por un enigma, varios hallazgos y una relación amorosa malograda.
De un lado, gravita sobre él, como un peso oneroso, la misteriosa desaparición de su abuelo, Georges Zurabishvili, un arisócrata georgiano que llegó a Francia en los años veinte cuando Rusia ocupó su patria ante la indiferencia de las democracias occidentales (y eso tal vez explique su simpatía hacia los dictadores europeos en los años treinta). Tas trabajar como “intérprete” para los alemanes, desapareció en Burdeos el 10 de septiembre de 1944, cuando unos desconocidos, tal vez miembros de la resistencia, se lo llevaron: “Ninguna tumba lleva su nombre”. En contra de la prohibición expresa de su madre, Hélène Carrère d’Encausse, secretaria perpetua de la Academia francesa, el escritor se propone reconstruir su actuación durante la guerra y su desaparición, pues, al fin, solo debe contarse lo que no debe ser contado.
Otra línea argumental traza el recorrido de una búsqueda. Cuando en el otoño de 1944 el ejército rojo entró en Hungría y la Wermacht emprendió la retirada, el partido pro nazi de las cruces flechadas ordenó la movilización de dos quintas sucesivas. Un joven de dieciocho años, András Toma, fue arrastrado en la retirada alemana, capturado por los rusos y, tras un tiempo en un campo de concentración, deportado hacia el este, al hospital siquiátrico de Kotelnich, a ochocientos kilómetros al noreste de Moscú. Allí pasó 53 años olvidado de todos, sin hablar con nadie pues nadie sabía húngaro y él no aprendió ruso.
A ambas vidas, tan distantes, les une su condición de víctimas de la historia: las dos han sido zarandeadas por las sangrientas utopías del siglo XX y ambos hombres son, en parte, culpables, pues uno no ha rehuido la movilización y el otro ha colaborado con los alemanes en Francia infringiendo así las leyes de hospitalidad (es inmoral cooperar con los ocupantes del país que te ha dado asilo), pero cuando la novela parece acogerse al desarrollo narrativo de “vidas paralelas” (recordando la estructura de una obra como Soldados de Salamina, de Cercas), la narración da un quiebro imprevisto al abandonar, por creerlas agotadas, ambas líneas argumentales.
Y es que Carrère no construye una novela sino un relato de episodios vividos sobre los que ignoramos que grado de manipulación “literaria” ha proyectado. Sin duda, es consciente de que en cualquier narración, a mayor impresión de perfección formal (tramas ordenadas hacia un desenlace, premoniciones cumplidas, finales cerrados…) menor impresión de realidad, dado que esta es anárquica, no tiene principio ni fin, no avanza con un propósito; es, en fin, antinovelesca.
Una novela rusa es, por ello, un relato desorganizado, desproporcionado en sus ingredientes, que parece acogerse al esquema de novela de personaje, para deslizarse hacia el de novela de ambiente cuando el narrador, acompañado de un equipo de rodaje, filme en la aldea siberiana de donde procedía Toma una película sin guión y apenas sin plan (una película real: Retorno a Kotelnich, estrenada en el Festival de Cannes en 2003), resuelta en un estar atento a lo que sucede si es que sucede algo. Paradójicamente, aquí están las mejores páginas de la novela: el registro de la vida cotidiana de gentes ininteresantes, conscientes de su pobreza, de la fealdad de su mundo, avergonzadas de verse sometidos a una curiosidad ajena que no puede sino que humillarlos un poco más.
Tampoco contribuye a trabar la novela, haciendo que confluyan las distintas líneas narrativas, las hitoria de amor que el protagonista vive con Sophie a pesar de que atraviesa la narración de uno a otro extremo: un amor degradado por una pulsión autodestructiva que empuja a la mujer hacia la infidelidad para cargarse de razón en su papel de hombre indignado por la traición, que solo valora la relación amorosa cuando sospecha que la ha empujado a un punto próximo a la ruptura (“Es lo que pienso de ti y por eso a la vuelta te echaré de casa. ¿Me has oído bien? Dentro de cinco minutos diré lo contrario, te suplicaré que no creas lo que te acabo de decir, pero tienes que sabe que entonces te estaré mintiendo. ¿Entendido?”), pero cuya postura tiene mucho de “pose”, de comportamiento teatralizado,

viernes, 20 de marzo de 2009

"Hagamos de este lugar un territorio" (I)






DESDE FUERA

Álcaro Valverde
Barcelona, Tusquets. Col “Nuevos textos sagrados”, 2008, 180 págs.

Álvaro Valverde (Plasencia, 1959), uno de los escritores con mayor proyección fuera de Extremadura, es autor de una obra poética jalonada por títulos tan relevantes en la historia de la poesía española contemporánea como Las aguas detenidas (Madrid, Hiperión, 1989), Una oculta razón (premio “Loewe”, Madrid, Visor, 1991), A debida distancia (Madrid, Hiperión, 1993), Ensayando círculos (Barcelona, Tusquets, 1995), y Mecánica terrestre (Barcelona, Tusquets, 2002).
En un temprano poema sin título recogido luego en una antología (La generación de los ochenta, 1988), el poeta cerraba la composición con un designio firme: “Hagamos de este lugar un territorio”. Años más tarde, el propio escritor afirmaba que ese verso encerraba “una declaración de intenciones, una toma de postura” y, en efecto, libros poéticos posteriores han venido a confirmar el carácter fundacional de esta metáfora entendida tanto en un sentido físico (un lugar o unos lugares predilectos), como en un sentido literario (un espacio estilístico singular), como en un sentido personal (el yo en su existir).
Pasados los primeros proyectos juveniles, marcados por las indagaciones, por la búsqueda de una voz personal (la poesía anterior, digamos, a un libro de 1985, titulado precisamente Territorio), la obra de Álvaro Valverde ha merodeado en torno a estos tres ámbitos (la naturaleza, la poesía, la existencia) y sus obras sucesivas han venido a dibujar la imagen precisa de la naranja, con sus gajos ordenados en torno a un eje central, según la interpretación que en cierta ocasión le oí a Gonzalo Hidalgo Bayal (parece ser que la idea original es de Sánchez Ferlosio), posiblemente el más lúcido lector de Valverde, y que, en síntesis, dice que frente a quienes, escritores o lectores, conciben una trayectoria literaria como una superación de obstáculos, en que la segunda obra ha de mejorar la primera (como una cebolla y sus capas), “en la obra de un autor hay una materia, un núcleo, un centro; una vez que este logra una cierta madurez, lo que hace es girar en torno a esa materia o núcleo, que, por lo demás, puede ser más o menos amplio, más o menos plural”.
En una “nota del autor” final, el escritor informa de que el libro ha sido compuesto entre 2000 y 2007 y de que ciertos bloques aparecieron publicados con el mismo epígrafe que ahora conservan (esto es, que poseían cuando fueron publicados una voluntad de unidad temática). Así, “Sur”, vio la luz, como plaquette, en el número uno de la colección Alcancía (Plasencia, 2003); “Lugares del otoño” apareció en el número 5 de “El astillero”, separata de la revista Ultramar, en 2006; “Imaginario” se publicó en una carpeta dedicada a Godofredo Ortega Muñoz aparecida en 2007 (junto con poemas de Santiago Castelo y Javier Rodríguez Marcos).
Estas informaciones no son superfluas. Comprendemos que el libro, que ha vivido ya en esos proyectos menores, ha ido creciendo lentamente con el paso de los años, que no estamos ante un poemario elaborado cuidadosamente para seducir a un jurado, sino que es el resultado de la traducción lírica que una personalidad poética (creadora y lectora) da de su vivir durante un tramo temporal en el que cualquier novelista puede inundar el mercado con miles de páginas, casi todas olvidables.
"Hagamos de este lugar un territorio" (II)





DESDE FUERA

Álcaro Valverde
Barcelona, Tusquets. Col “Nuevos textos sagrados”, 2008, 180 págs.

Sobre el primer bloque planea la figura de un poeta dilecto, César Simón, uno de cuyos textos abre el poemario (y aporta el título): “Hay momentos culminantes en el cotidiano vivir. De pronto, comprendemos dónde reside lo esencial [...] es el percatarse del hecho extraordinario de la existencia, como si la viéramos desde fuera”. El texto es tanto una invitación a vivir como a un “contemplarse viviendo”, como modo mejor de una vida plena. Si en Cántico Guillén afirmaba esta actitud en la contemplación de un mundo armónico (“Mira. ¿Ves? Basta”), para encontrar en cada minuto una razón para la dicha presente (pues el pasado y el futuro yacen en estado latente de ideas), los poemas de “Desde fuera” son tan conscientes del presente como de un pasado ya ido que lo inunda todo con su melancolía (“Esta ciudad dorada no es la misma / donde te visitaba hace unos años. / Ni la mujer que espero, la muchacha / que ha venido uno amando desde entonces”, Café Novelty), como de la premonición de un futuro abocado a los declives, pues “A pesar de la fama y las victorias, / el que llega a este oscuro / rincón de Normandía / es un hombre que ha sido derrotado” (El señor de la guerra).
Frente al patetismo que estos graves temas alcanzaron en Quevedo, por citar a un poeta reflexivo y firme creyente, o en un Unamuno, por mencionar a un angustiado agnóstico, en Valverde esta reflexiones adquieren en todos sus libros un tono grave pero sereno (en que la vida es “esta apacible huida hacia la muerte”), pues ha asumido que temporalidad es mortalidad, de modo que la contemplación del camposanto del poema “Calle Villanueva” podrá concluir: “Sólo anhelo / poder estar también del otro lado / y que alguien, desde éste, / me recuerde”.
Los bloques segundo y quinto (“Sur” y “Lugares del otoño”) asocian, en todos los casos, poesía y espacio físico, un motivo recurrente, como hemos visto, en Álvaro Valverde, hasta el punto de que una composición puede llegar a componerse con la pura mención de ciertos lugares, como sucede en “Postal del sur” (“Una palmera erguida ante el levante / en la plaza de Oviedo de Tarifa”...), pues estas evocaciones vienen cargadas, desde el pasado o desde la lejanía, de emociones tácitas (que nos recuerdan a Antonio Machado: “¡pinos del amanecer / entre Almazán y Quintana!”). La última composición del bloque ejemplifica el poder del lugar en que se vive, que fija tanto el contorno de nuestra limitaciones como el de nuestras posibilidades de ser felices, al recordar cómo Sidj Alí ben Rasid edifica Chefhauen en las estribaciones de las montañas del Rif, cerca de Tetuán, para que su amada no añorara Vejer de la Frontera, conquistada por los cristianos. El mismo potencial poético tienen tanto la ciudad natal como las ciudades españolas y europeas conocidas en sus viajes (Plasencia, Toledo, Bruselas, Rótterdam... o lugares de personalidad tan incierta como Yuste en el que el viajero llega a “un espacio que no es / sino una atmósfera”).
Buena muestra de que en una trayectoria poética madura los temas se imponen y de que estos eligen los procedimientos expresivos más adecuados es “Imaginario”, bloque de poemas breves de metro corto casi minimalistas (entendiendo por tal aquel texto cuya calidad no puede ser mejorada por la reducción de sus componentes), que puede ser considerado un homenaje al pintor Godofredo Ortega Muñoz pero también el reflejo de un paisaje extremeño bajo el sol inclemente de nuestros tórridos veranos; de este modo, los poemas se cargan de un doble significado, pues una afirmación como “amo esta sequedad” ha de interpretarse como una referencia a un paisaje desolado que, sin embargo, oculta pequeños “locus amoenus” (la fuente umbría entre los alisos, el pájaro emboscado, el aroma de las flores silvestres), tanto como al óleo –escueto, desnudo, sobrio- que lo plasma. Hasta el lector estos paisajes, calcinados, no desprovistos de belleza (“Los árboles levantan / sus ramas hacia el cielo. // Ni una hoja, ni un fruto, /que ofrecer a los dioses”), llegan tras pasar a través de dos filtros estéticos, un pictórico y otro poético (un procedimiento de filiación modernista que cultivaron poetas como Rubén o Manuel Machado) que confirman, por lo demás cómo “la naturaleza se aferra a la poesía, o viceversa, para encontrar, acaso, un poco del sentido que el hombre es incapaz de hallar entre la desolada sordidez, entre el ruido y la furia de la ciudad moderna” (El lector invisible).
“Entonces la muerte” es una evocación elegíaca del padre desaparecido en que las emociones, como indica el título, se han sedimentado ya, pues el paso del tiempo ha atenuado el dolor pero también por la intuición de que la muerte, por fortuna, no lo ha arrebatado todo, ya que “los bancales y el río y las cerezas / parecen ser mirados por tus ojos / y a su través me hablas todavía”.
El último bloque (“Desde fuera”) recoge los motivos de ciertos lugares individualizados, casi como motivos pictóricos (“Cáparra”, “Cementerio alemán”, “Plaza de Garrovillas”, “Puente de Alcántara”, lugar en donde se logra, por cierto, esa disociación que recomendaba el poeta valenciano, entre protagonista y testigo: “soy un hombre que contempla un viejo puente”) y de ciertos “espacios literarios”, como Lampedusa, Stevenson, Eugénio de Andrade o Ganivet ante la inminencia de su suicidio en el río Dwuina, en Riga, mediante poemas homenaje o monólogos dramáticos que permiten la expresión de la intimidad de un modo no primario.

jueves, 19 de marzo de 2009

Humor e ironía cervantinos



EL VIAJE DEL ELEFANTE

José Saramago
Madrid, Alfaguara, 2008.
Traducción de Pilar del Río.

Interrumpida su redacción por una grave enfermedad de la que felizmente se ha restablecido, El viaje del elefante es la última novela publicada por José Saramago (Azinhaga, 1922), el premio Nobel luso que decidió abandonar su residencia en Portugal después de que el gobierno vetara su presentación al Premio Literario Europeo en 1991 alegando que El Evangelio según Jesucristo, por entonces recién aparecida, ofendía a los sectores católicos. A partir de este año, Saramago, que había iniciado en 1986 una relación sentimental con su traductora, la granadina Pilar del Río (a quien va dedicada la novela que comentamos), vive en Lanzarote, pero mantiene una relación también cercana con Extremadura al presidir durante varios años sucesivos uno de los jurados de los premios “Extremadura a la creación”.
El viaje del elefante viene a sumarse a una extensa trayectoria de títulos tan destacados en la literatura de occidente como Memorial del convento (1982), El año de la muerte de Ricardo Reis (1984), La balsa de piedra (1986), Ensayo sobre la ceguera (1995) o Todos los nombres (1997), y no faltará quien considere la novela aparecida ahora como un título menor frente a la altura literaria de estas obras y a la profunda gravedad de los problemas que abordan. Es cierto que El viaje del elefante desarrolla una trama más ligera que parece marcada por un propósito lúdico, en donde el humor y la ironía impregnan toda la narración. El propio autor cuenta en una nota el hallazgo casual de la idea que está en el origen de la narración. Sucedió cuando Gilda Lopes Encarnacão, lectora de portugués en la Universidad de Salzburgo, invitó a Saramago a una lectura con sus alumnos. Más tarde, en un restaurante, el escritor portugués vio un grupo de pequeñas figuras de madera puestas en fila que sugerían un viaje (la primera, la torre de Belém; la última, un edificio de Viena). Las tallas recordaban un hecho histórico real: el regalo de un elefante donado por el rey portugués don Juan III al Archiduque Maximiliano de Austria, primo de la reina consorte portuguesa, Catalina de Austria.
Arranca así una expedición formada por el cornaca, treinta soldados al mando de un capitán, una carreta de bueyes para transportar heno y agua, y un grupo de serviciarios para ayudar en los pasos difíciles. Su primer destino es Valladolid en donde se encuentra el Archiduque, pero el viaje continuará en un sinuoso itinerario en que el animal y su insólita comitiva pasarán por Génova, Piacenza, Mantua, Padua, Bressanone, Innsbruck, Linz y, finalmente, Viena. Frente a los ámbitos claustrofóbicos de una novela como Todos los nombres, nos encontramos ahora ante una trama de espacios abiertos, bajo la niebla, la lluvia y el ardiente sol de Castilla, por el mar turbulento, bajo las ventiscas y nevadas alpinas, por los plácidos ríos navegables de Austria.
Si bien los episodios se sitúan en 1551, cuando Cervantes tiene cuatro años de edad, son numerosos los rasgos que, como homenaje o influencia asumida, permiten calificar la narración de cervantina: su condición de relato itinerante y episódico (sucesos en la aldea portuguesa, en Figueira de Castelo Rodrigo, en Padua, aventuras en el camino...), el humor constante..., a la vez que este insólito empeño tiene mucho de quijotesco: llevar hasta Centroeuropa, por el mero propósito de complacer la curiosidad del pueblo, a un animal “imposible”, pues “el elefante nunca podría ser producto de una imaginación, por muy fértil o propensa al riesgo que fuese. El elefante, simplemente, o existía o no existía”. Y es que nos encontramos en plena época de los descubrimientos, con unas gentes desconcertadas entre el mundo mágico medieval de dragones, unicornios y basiliscos, fantásticos pero familiares, y las noticias, aunque reales más increíbles, del nuevo mundo (elefantes, llamas, loros parlanchines...).
“Siempre acabamos llegando a donde nos esperan”, afirma la cita que abre la novela, procedente de un supuesto Libro de los itinerarios, una inquietante formulación premonitoria que puede traducirse en el sentido de que al final del viaje nos aguarda ineludiblemente la muerte, como, a la postre, le sucedió al elefante, pero el desenlace de la novela no es en modo alguno sombrío ni la aventura se presenta como un afán estéril. Al fin y al cabo, considera el narrador con tanto humor como ternura, la Archiduquesa, hija de Carlos V, llegó a Viena encinta.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Tiempo y poesía







LAS ESTACIONES LENTAS
Basilio Sánchez
Ed. Visor, Madrid, 2008, XXI Premio Tiflos de Poesía.

Autor de una de las más sugerentes trayectorias poéticas actuales, Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) se dio a conocer con un primer poemario que logró el accésit del premio Adonáis de 1983, A este lado del alba, pero no sería hasta diez años más tarde cuando viera la luz su segundo libro, Los bosques interiores (Badajoz, 1993). Les seguirían obras reconocidas con prestigiosos galardones como La mirada apacible (Valencia, 1996, accésit del premio “Jaime Gil de Biedma, 1995), Al final de la tarde (Madrid, 1998), El cielo de las cosas (Mérida, 2000) y Para guardar el sueño (Madrid, 2003). Su siguiente libro, Entre una sombra y otra (2005) recibió el premio “Extremadura a la creación” de 2006. Como los dos últimos títulos, aparece ahora en la prestigiosa colección Visor Las estaciones lentas, poemario con el que el autor cacereño ha conseguido el XXI premio Tiflos de poesía.
Las estaciones lentas reitera en su título una de esas imágenes temporales que Basilio Sánchez gusta de situar en los epígrafes de los poemarios consciente de que definen su personalidad poética, como la noche, el territorio de A este lado del alba o Al final de la tarde, o el día, presente en Entre una sombra y otra. Si en la poesía de Álvaro Valverde es el espacio el que aporta las imágenes sustantivas de la creación poética, en Basilio Sánchez es el tiempo el que trae inseminados los recursos expresivos con que comunicar sus temas preferenciales. El poeta se sabe habitante de una estaciones lentas, de andadura demorada, como las percibiría un niño, pues su mirada avanza “por el camino ciego del asombro, de la perplejidad”, contemplando y contemplándose en un labor de traducir ese mundo en poesía “obligado por las mismas palabras / a elegir solo una de las bifurcaciones / en las encrucijadas posibles de las cosas, / escribo, como siempre, / sin levantar los ojos, demorándome, / con esa lentitud con que se talla un trozo de madera / ante la puerta de una casa”.
En estas estaciones que adquieren la consistencia del territorio (“He cruzado el otoño con la única hoja / que había sobrevivido”), el poeta como un hombre “que parece ocupado en cosas menudas” (Rilke) describe la realidad de su entorno (las casas antiguas de la ciudad, las afueras, la propia habitación...), evoca mundos exóticos (zocos, caravanas, pueblos nómadas...), reflexiona sobre el propio quehacer poético... con el asombro de quien parece contemplar un país extraño, con una mirada apacible, sin exaltación ni lamentos, pues ha asumido que, en palabras de Guillén, “temporalidad es mortalidad”, y vivir es, según Brines, el “ensayo de una despedida”.
Al prescindir de la anécdota, el poema moderno tiende a sustentarse en dos columnas que le permiten seguir próximo a la realidad exterior: el espacio y el tiempo. De ellos extrae el poeta el repertorio de imágenes que permiten la expresión no primaria de la intimidad, sin la cual es imposible una verdadera poesía, o acompañan el proceso de reflexión. Fiel a esta sensibilidad moderna, la poesía de Basilio Sánchez funde contemplación y meditación para erigir un ámbito que acoge el mundo exterior y la propia intimidad, en donde la palabra es, a la vez, un riguroso vehículo de conocimiento, y, en su caso, además, un preciso modo de expresión personal, tan consciente de lo enunciado como de la enunciación.

martes, 17 de marzo de 2009

Una novela mozambiqueña







VENENOS DE DEUS, REMÉDIOS DO DIABO
(As incuráveis vidas de Vila Cacimba)
Mia Couto
Alfragide, Ed. Caminho (Col. Outras margens. Autores estrangeiros en língua portuguesa), 2008.

La celebración el pasado mes de octubre en la ciudad de Mérida de Ágora, el foro de debate luso-extremeño, fue un buen momento para conocer algunas de las novedades literarias del país vecino. Del mismo modo que el mercado editorial español acoge de manera habitual a autores hispanoamericanos, sin que se observen apenas diferencias de trato entre, pongamos por caso, el valenciano Juan José Millás y el chileno Ricardo Bolaño, la literatura portuguesa viene aceptando, sin hacer distingos, a autores nacidos en Brasil o en las antiguas colonias africanas, conformando así una única tradición literaria lusófona, tan rica e inabarcable como la española, y de tanto interés en sus manifestaciones cultas (Jose Luis Peixoto, João Gilberto Noll, Miguel Sanches Neto...) como tradicionales (véase la sencilla belleza de la siguiente quadra popular: “Na rua do meu amor / não se pode enamorar. / De dia, velhas a porta, / de noite, cães a ladrar”).
Antonio Emílio Leite Couto (Beira, Mozambique, 1955), más conocido como Mia Couto, es autor de una larga trayectoria literaria que arrancó en 1983 con un poemario (Orvalho), para transitar más tarde de modo preferente por los géneros narrativos (Terra sonámbula, O último voo do Flamingo, O outro pé da sereia...) hasta conseguir en 1999 el premio "Virgílio Ferreira", al conjunto de su obra.
Como en narraciones anteriores, Venenos de Deus, remedios do diabo, aún no traducida al castellano, enfrenta la cultura occidental, racionalista y escéptica, con las tradiciones religiosas y mágicas del mundo africano. La trama arranca con la decisión del médico portugués Sidónio Rosa de abandonar Lisboa en busca de una enigmática joven mulata a la que conoció en un congreso médico en la capital lusa. Así llega a Vila Cacimba (o Kasimba en portugués mozambiqueño: un sustantivo con el significado de “neblina”), la aldea africana en que viven los padres de la joven, un lugar ajeno a la razón en que “os homens, por vezes, não são mais que nuvens”. Entre el puesto de salud (un lugar de atención médica para un occidental; una residencia de malos espíritus para los africanos) y la casa de los Sosinhos, padres de Deolinda, avanza esta novela de interiores en donde adivinamos una excolonia sometida a la arbitrariedad del dictador de turno, Alfredo Suaecelência, dedicado al saqueo de los bienes públicos, a la escenificación grotesca de procesos electorales corruptos de raíz, a amedrentar a los desafectos..., los usos, en fin, que la colonización europea dejó tras de sí después de saquear todos sus recursos naturales (y por eso Javier Reverte pudo escribir: “Dios hizo África pero luego se la entregó al demonio”).
La novela no es, sin embargo, un relato realista y documental, pues los personajes han sido forzados hacia la condición de arquetipos hasta ajustar su comportamiento al desarrollo de una única idea: a Bartolomeu Sosinho (un anciano enfermo que rememora sus fúlgidos años de maquinista en el trasatlántico portugués Infante Henrique) le impulsa la saudade; a Munda, su esposa, la guía la venganza; al médico portugués le empuja el anhelo de recuperar una pasión erótica; a Suacelência le impele la obtención de un poder absoluto...
Todos ellos giran en torno al destino de una mujer ausente y, por tanto, alrededor de un enigma: el de Deolinda, la joven mulata, primero viva, luego desaparecida, al fin muerta en una maraña de narraciones contradictorias, pues en este ámbito no existe la verdad sino un repertorio de versiones que van cambiando dependiendo del narrador y de sus intereses. Es cierto que, tras una muerte no sabemos si dulce o violenta o lacerante, es imposible encontrar su tumba, pero eso poco importa porque “a pessoa que amamos está enterrada em todos os lados. O mesmo é dizer: não desce nunca à terra”.
Escrita en un registro intensamente poético, con numerosos usos lingüísticos mozambiqueños aclarados en nota, la novela contiene una reflexión sobre las complejas relaciones entre seres humanos de distinta mentalidad (blancos, negros, mulatos) a los que atormenta la desdicha, convirtiéndolos en vidas desahuciadas según el subtítulo de la novela (en una traducción literal: las vidas incurables de la aldea de la niebla), hasta la llegada de esa joven piadosa vestida de “cinzento” que siembra las flores blancas del olvido en torno al cementerio para que los muertos reposen por fin, “para que os mortos se esqueçan de que, em algum momento, foram viventes”.

domingo, 15 de marzo de 2009

Una cartografía del miedo


EL PAÍS DEL MIEDO
Isaac Rosa
Barcelona, Seix Barral, 2008, 314 págs.

Confundidos en un principio bajo el mismo rótulo de novela histórica, han coexistido en España durante varios decenios dos subgéneros novelescos de morfología, propósitos y resultado final muy distintos, aunque ambos recurren a la historia para encontrar en ella la base de sus tramas. El primero de ellos tiene como hitos fundacionales modernos Yo, Claudio (1934) de Robert Graves, Memorias de Adriano (1951) de Marguerite Yourcenar y, de modo especial, El nombre de la rosa (1980), de Umberto Eco. Con una marcada predilección por pasados remotos, este subgénero foráneo alcanzó muy pronto en España una extraordinaria acogida de público que alentó todo tipo de intrusismo, para recaer finalmente en un mero producto de extretenimiento y convertir a los libros en objetos idóneos para el regalo (los editores han cuidado meticulosamente la apariencia suntuosa de estos volúmenes con el fin de que los lectores piensen que se encuentran ante productos literarios de calidad). Salvo unos pocos títulos, lo que encontramos en esta literatura es la historia concebida como una ficción más, trufada con todos los artificios de la novela popular, y su propósito es la mera evasión.
La otra corriente narrativa ha preferido volcarse sobre un periodo especialmente convulso de la historia de España, como es la guerra civil y sus espacios contiguos (la segunda república, las décadas de la dictadura), con el propósito de reconstrucción de este periodo, pero también con la de narrar la historia de los vencidos, de dar protagonismo a las víctimas anónimas de la historia. Si el realismo social, del que estos títulos son deudores en algunos procedimientos narrativos (héroe colectivo, carácter representativo de los episodios y personajes...) prefirió llevar a la novela la España de su propio presente, un país enlutado y procesional sometido al lento paso de la tiranía, estos autores regresan al pasado movidos por un impulso ético, indóciles a la consigna política de la Transición de rechazo a las recriminaciones históricas (pues, al fin, todos habíamos tenido un abuelo falangista), que condenó a la penumbra una realidad social que tuvo su día pero no su poeta.
En esta dirección, la misma en que encontramos títulos como Soldados de Salamina, de Javier Cercas; Cielos de barro y La voz dormida, de Dulce Chacón; Lunas de agosto, de Justo Vila..., se sitúan los dos primeros títulos de Isaac Rosa. La malamemoria (Del Oeste Ediciones, 1999, reeditada con un despiadado análisis hecho por el propio autor bajo el título ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!, 2007) es la historia de una doble indagación, pues cuando el protagonista sigue por encargo las huellas de un hábil político con un pasado oculto se topará con el misterio de una aldea desaparecida de los mapas, con los caminos y carreteras que conducen a ella borrados intencionadamente, que le llevará a un oscuro episodio de represión indiscrimada cometido por las columnas de Castejón y Asensio cuando suben desde Sevilla a Extremadura.
El vano ayer (2004, que será llevada al cine por el director Andrés Linares con el título La vida en rojo) se ambienta en un periodo posterior, pero también es una narración develadora de una de esas zonas de sombra del tardofranquismo. Construida como una “obra en marcha” mediante los procedimientos de cualquier trabajo monográfico de investigación (fuentes, testimonios, bibliografía...), el protagonista indaga en el destino de un profesor universitario desaparecido durante los años de represión universitaria, con una intención documental, pues un pasado olvidado o manipulado es un ayer “vano”, incapaz de darnos ninguna lección histórica.
El país del miedo (2008) se sitúa, mediante un nuevo salto temporal, en los entornos urbanos de nuestro presente, para documentar una de las emociones negativas más extendidas, el miedo: a mendigos, a drogadictos, delincuentes, magrebíes, rumanos, gitanos, pandillas de adolescentes, acosadores, pederastas...
La obra traza una cartografía horizontal del miedo, que reina, de modo especial, en barriadas marginales, espacios urbanos abandonados, zonas de oficinas fuera del horario comercial, descampados, pasajes subterráneos, parques al anochecer, polígonos industriales..., en donde el hombre urbano se siente a merced de todas las amenazas. De ahí el éxito de las grandes áreas comerciales, que imitan calles, plazas, glorietas, terrazas de cafeterías..., pero todo a cubierto, con entradas vigiladas por guardias de seguridad que rechazan cualquier presencia inquietante.
Paralelamente la novela analiza la distribución vertical del miedo, que traza una línea invisible entre poseedores y desposeídos, mayor en las clases medias, pues tienen cosas que perder, pero no las suficientes para comprar una seguridad privada. Cuando en la vivienda de una de estas familias comienzan a desaparecer cosas (billetes de diez euros, unos pendientes, un par del pulseras, un colgante sin valor...), Sara expulsa, sin cotemplaciones, a la criada marroquí, pero los episodios posteriores confirman que se encuentra ante un problema distinto y más grave. Carlos, el marido, un hombre progresista y solidario para con los desfavorecidos, descubre que un compañero del instituto está acosando a su hijo Pablo, que es quien está sacando las cosas de casa: otra forma de miedo, pues se abate sobre el más indefenso. La trama enfrentará a estos dos personajes forzados hasta los límites de su propia caricatura: el de Carlos, un hombre tolerante, reflexivo y cobarde que siente tanta repugnancia a ser golpeado como a golpear, y Javier, el niño acosador en las fronteras de la delincuencia que no se acobarda ni en solitario ni en grupo.
Como en obras anteriores, la novela acrecienta su condición de documento social (entornos reconocibles, conflictos verídiicos, personajes creíbles) mediante la inserción de ingredientes extraliterarios reales: un folleto con normas de seguridad (para hombres, mujeres y niños), publicidad de un método de defensa personal, “mapas de peligrosidad” (de ciudades, de países) elaborados por agencias turísticas o por embajadas, unas recomendaciones de viaje a la República de Guatemala del Ministerio de Asuntos Exteriores..., que confirman, por otra parte, cómo el miedo es utilizado por el poder y está en el origen de suculentos negocios.

jueves, 12 de marzo de 2009

Presentación de "Todo revuelto"



TODO REVUELTO
Paqui Chaves
Badajoz, Diputación Provincial, 2009
Fotografías de Rosa Moraga
Presentación en la casa de cultura de Villanueva de la Serena el día 13 de marzo a las 9,00 de la noche.
"Cargados de emotividad, estos textos se insertan en la larga y nobilísima tradición literaria del intimismo (con Bécquer y el primer Juan Ramón como referentes ilustres), lejos de los tonos culturalistas y otras formas de elaboración formal.
Nos hallamos, en fin, ante un singular ejemplo de literatura confesional, comunicada mediante una expresión transparente y marcada por una radical sinceridad, que recuerda por momentos la rotunda aseveración de Walt Whitman ("Camarada, esto no es un libro; el que lo toca, toca a un hombre"), y alcanza, con frecuencia, logros felices"
(Prólogo)

martes, 10 de marzo de 2009

Narcocorridos en Ciudad Juárez



TRABAJOS DEL REINO

Yuri Herrera
Cáceres, Editorial Periférica, 2008, 135 págs.

"Ay, me duele este corrido
que cuenta de mi jefazo".


Nacido en Actopan (México) en 1970, Yuri Herrera, profesor de Literaturas Hispánicas en Berkeley (California) ha publicado hasta el momento una sola novela, Trabajos del reino, premio Binacional de Novela Border of Words en 2003, que da a conocer al público español la editorial cacereña Periférica.
Aunque el autor prescinde intencionadamente de anclajes en el espacio y en el tiempo (apenas un lugar fronterizo, punto de reunión de poderosos al margen de la ley en que pueden oírse "yes como shes, palabras sin eses, y unos que subían y bajaban el tono como si viajaran en cada oración, a las claras se notaba que no eran de tierra pareja"), la trama de esta novela se sitúa en uno de los lugares más peligrosos del mundo, la frontera entre México y Estados unidos, y, más específicamente, en Ciudad Juárez y El Paso.
Por esta ciudad mexicana (es decir, del lado de los buenos) deambula un desheredado más, Lobo, cuyo único patrimonio es un acordeón, una buena voz y una rara habilidad para poner letra y música al mundo de que es testigo. Cuando el Rey, uno de los marcotraficantes más poderosos de la ciudad, lo descubra y lo tome bajo su protección, el muchacho accederá a un ámbito desconocido, lo más parecido a una corte medieval formada por todos aquellos que deben al Rey su destino a cambio de venderle su alma, por ello ninguno será conocido por su nombre: la Bruja y la Niña (siempre coherente consigo mismo, el Rey le robó a otro hombre a su mujer y su hija), el Gerente, el Doctor (pues los heridos del cártel no pueden ser atendidos en un hospital), el Periodista que controla la información que sale de palacio y el Padre que sirve en la corte "a cambio de que el Rey financiara iglesias para enganchar pobres al cielo". En este entorno, Lobo será el Artista, un compositor de corridos rápidamente promocionado por el jefe, y su misión, como un juglar medieval, consistirá en cantar los "trabajos del reino". Para Lobo, el lugar es, como le dice la Niña, lo más parecido a la concreción de sus sueños: "Estar aquí es cura, cantor, es bacán, es chilo, es guay, es copado, es padre, cantor, aquí vienen de todas partes y a todos les gusta", pero pronto podrá ser testigo de las intrigas palaciegas, de la amenaza exterior y del declive progresivo de un pequeño imperio cuya iniquidad es incapaz de apreciar: "él había soportado la humillación de los bien nacidos; hasta que llegó el Rey. ¿Y qué si cruzaba al otro lado el veneno que pedían? Bien se lo tuvieran. Bien se lo tomaran. ¿Qué habían hecho aquellos por los buenos".
Trabajos del reino es una novela en tercera persona "focalizada"; esto es, comunicada por un narrador que "mira por los ojos" del protagonista, que ofrece solo lo que él puede ver y que, por tanto, exige una colaboración constante del lector, pues este ha de completar los fragmentos que el protagonista no vio, reinterpretar lo que malinterpretó, descubrir los engaños, etc., y todo ello en un registro coloquial lleno de encanto incluso en la expresión de la más brutal violencia: "A mí me reenchila que quieran verme la cara, por eso, a un mula que la otra semana vino a hacerme cuentas baratas le moché los pulgares con unas pinzas, no había necesidad de quebrarlo, pero de menos que se le dificultara empujar los billetes por andar de cabrón, qué no".

lunes, 9 de marzo de 2009

Una novela coral



HISTORIAS DE CICONIA

Francisco Rodríguez Criado
Mérida, De la Luna Libros, 2008, 240 págs.


Francisco Rodríguez Criado (Cáceres, 1967), profesor de enseñanza media y ponente de varios talleres literarios, ha cultivado la narración corta, género en el que cuenta con un notable número de premios. Las compilaciones publicadas hasta el momento son Sopa de pescado (Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2001); Siete minutos (Palma de Mallorca, La Guantera, 2003), Texamentos (Plasencia, Alcancía, 2005) y Un elefante en Harrods (Mérida, De La Luna Libros, 2006).
Ahora, el escritor cacereño da el salto a la novela con Historias de Ciconia (2008), una novela compleja ambientada en una ciudad provinciana en que “la vida transcurre a un ritmo agradable, sin prisas pero sin pausas, aunque muchos de sus habitantes suspiran por sufrir el ajetreo de una gran ciudad”. Por las descripciones precisas de este entorno urbano resulta fácil reconocer en él la ciudad de Cáceres, la auténtica y única protagonista de una obra coral con más de cien personajes, que recuerda por la similitud en los propósitos, títulos como La regenta de Clarín, citada varias veces, Manhattan Transfer de Dos Passos, La colmena de Cela e incluso ciertos capítulos del Ulises de Joyce.
Como en los casos mencionados, nos encontramos ante una trama fragmentada en numerosas secuencias agrupadas en capítulos que llevan como epígrafe los días de una semana (en realidad, ocho días, pues la acción va de un domingo al siguiente). Como es habitual en estas narraciones colectivas, siempre hay personajes que adquieren un mayor peso (en nuestro caso, el librero Adán Maté, con un nombre y un apellido intencionales, cuya historia está en el origen de la novela, como confiesa el autor, cuando ésta era solo un relato: “La doble vida de Adán Maté”), pero el protagonismo corresponde al amplio grupo de seres humanos que deambulan por la ciudad y se relacionan entre sí, de ahí la reiteración de espacios públicos como plazas, paseos, estaciones de autobús o de ferrocarril, cafeterías, pubs..., en donde son posibles los encuentros casuales y es más visible la imagen de “colmena” que toda ciudad proyecta. Puesto que el propósito del autor es el reflejo de una realidad cotidiana, la trama carece de esos episodios característicos de toda narración tradicional, que suele ofrecer lo anómalo instalado en la normalidad, ofreciéndose, en cambio, como un espejo “calle abajo”, como una “epopeya” de la gente corriente. Tal es, por ejemplo, el caso de Clara, molesta porque un grupo de estudiantes pone la música demasiado alta en el piso de al lado y no la deja descansar, pero, tras llamarles la atención, comprueba que entonces es el silencio lo que le impide dormir; de Luis Señor (a quien todo el mundo apoda “ruiseñor”), el escritor maldito de hábitos bohemios rechazado por todas las editoras, a quien acaban de echar de la pensión; de la pareja que en el mismo café discute constantemente, siempre al borde de la ruptura...
La impresión de copia directa de la realidad se acentúa con la incorporación de anotaciones como pintadas en cuartos de baño (“Si quieres que un hombre deje de acosarte, cásate con él”), citas de programas electorales, fragmentos del discurso de un guía turístico en la ciudad monumental, textos de un “Álbum de Nostalgias del Autor”, entradas de un blog, trozos de diálogos oídos al azar, esquelas y noticias aparecidas en los diarios... hasta contribuir a la erección de una obra construida mediante fragmentos de vidas humanas que se suceden en el tiempo sin un objetivo apreciable.
Si la trama nos ofrece la vida de la ciudad en su acontecer, la novela, formalmente, se presenta como una narración en construcción, que reproduce las indecisiones del escritor (“No sabe muy bien cómo desarrollar este capítulo. Ya se le ocurrirá algo”) e incorpora sus propios reproches críticos (“Demasiadas oraciones subordinadas”), para presentarse, finalmente, como lo que es, una pura ficción. Esto es lo que descubre, como el protagonista unamuniano de Niebla, Adán Maté: todos ellos son personajes de novela, “seres de papel” (Barthes), que se esfumarán cuando concluya la lectura, un destino que alcanzará también al narrador, pues “cuando esta novela termine, ese yo literario morirá también. En cierto modo soy efímero, como tú”.
Aunque carece del propósito crítico del realismo social, Historias de Ciconia recibe de esta corriente narrativa una perceptible herencia formal, que se traduce en su estructura, como hemos dicho, pero también en la reducción temporal (podemos adivinar cómo son las restantes semanas del año en esa ciudad), en el personaje colectivo, en el predominio de espacios públicos, en una perspectiva de “lente de cámara” reacia al sicologismo (con frecuencia los personajes entran en campo sin que sepamos nada de ellos: será su comportamiento, especialmente lingüístico, el que los retrate), en la ausencia de intriga y de episodios novelescos (en honor a la verosimilitud: la realidad es antinovelesca) y en el fragmentarismo de unas secuencias que no se suceden trabadas hacia una conclusión, puesto que la realidad nunca avanza hacia un desenlace (“Si la vida del hombre no tiene un objetivo definido [...] ¿por qué ha de tenerlo una novela?”). Y es que, como afirma un profesor en la novela, “El futuro de la literatura [...] está en la fragmentación, en la composición híbrida, en obras hechas de pequeñas obras que reniegan de un objetivo unidireccional para volar en mil y una direcciones”.
Pero la novela utiliza también procedimientos característicos de la “autoficción”: la presencia del autor en la trama con su nombre y apellidos, su deambular tomando notas por los mismos espacios por los que se mueven los personajes (lo que ocasiona que uno lo tome por un detective privado que su ex esposa le envía), la confesión de sus propósitos y de sus indecisiones, las noticias periodísticas reales (el matrimonio de homosexuales)... contribuyen a ajustar el perfil de la narración al definido por Cercas en Soldados de Salamina: “será como una novela. Solo que, en vez de ser todo mentira, todo es verdad”.

viernes, 6 de marzo de 2009

Otras versiones de la historia del arte





HISTORIA SECRETA DE LA CORPORACIÓN
Varios autores
Madrid, 451 Editores, 2008, 193 págs.

ESTA NOCHE MORIRÉ
Fernando Marías
Madrid, 451 Editores, 2008, 142 págs.

Afirma un personaje de El péndulo de Foucault, de Umberto Eco: “¿Para qué escribir novelas? Es mejor reescribir la historia”. Esta consideración, que está en la base de tantas reconstrucciones novelescas de periodos históricos como inundan las mesas de novedades, adquiere una manifestación singular en varias obras de Fernando Marías, en que el escritor busca una encrucijada histórica e imagina un desvío distinto al que la historia tomó realmente. Y así, La luz prodigiosa (1991) arranca de una hipótesis imprevista: ¿Qué hubiera pasado si García Lorca, fusilado en las proximidades de Viznar en el verano de 1936, hubiera resultado tan solo herido, como pasó a tantos ajusticiados en ambos bandos? (una idea que ya había explotado Carlos Rojas en una novela ganadora del premio Nadal en 1980, El ingenioso hidalgo Federico García Lorca).
En obras posteriores, Fernando Marías, dando un paso más en la lógica de la fantasía, ha imaginado a una poderosa Corporación que no duda en recurrir a cualquier método para adueñarse de obras maestras que saca al mercado cuando lo cree conveniente. Esta misteriosa organización controla así una historia oculta de la literatura y el arte que explicaría todos los enigmáticos “hallazgos” que periódicamente afloran en la prensa (“el Van Gogh que apareció a mediados de los años sesenta es auténtico; el que saldrá a la luz a mediados de 2015 también”). De este modo conoceremos, cuando ellos lo decidan, la autobiografía de Dostoievsky, escrita por el autor ruso a cambio del pago de sus exorbitantes deudas de juego en Baden: “Estos [los pagarés] estaban fechados en la ciudad de Baden. El manuscrito contenía, en efecto, una autobiografía de gran extensión”. Claro que para chantajear al escritor fue preciso sortear algún penoso trámite: “tuvimos que inculpar a un honesto crupier del casino de Baden en el sórdido asesinato de una camarera –que se cometió realmente, que cometimos realmente-, para lograr su encarcelamiento y sustitución en las mesas por otro empleado más comprensivo con nuestros propósitos”.
La idea contiene tantas posibilidades que ha atraído a un grupo de escritores amigos en esta Historia secreta de la Corporación. Lorenzo Silva (“Un artista de la fe”) recrea los últimos meses de la vida de Franz Kafka en Berlín, cuando la Corporación logra que una joven judía (Dora Diamant, quien, en realidad, guardó veinte cuadernos del escritor, confiscados por la Gestapo en 1933) se enamore de él y que esta nueva situación personal anime al escritor a terminar El Castillo con un último capítulo en el que K logra, finalmente, penetrar en la fortaleza.
Vicente Luis Mora (“L. C.”) desvela el trabajo que Le Corbusier realiza presionado por la misma Corporación: “Le Corbusier construyó aquí, en Ronchamp, la capilla de nuestra señora de Haut, que teminó en 1950. Los feligreses [...] ignoran que rezan sobre cuarenta metros de precipicio, horadado y tallado en esa colina de Ronchamp [...] Un vaciado de marfil de cuarenta metros, una construcción sobrehumana que se ilumina a sí misma”.
Marta Rivera de la Cruz (“Pavese, Venecia y el señor Balfieri”) descubre una novela de amor de Cesare Pavese, Occhi di Tina (1935); Juan Bas (“El hombre que bebía tequila Sunrise”) da con la última película rodada por Orson Welles en España (The big labyrinth), e incluso Constantino Bértolo (“A modo de epílogo”) se confiesa víctima de la misma Corporación cuando rechazó uno de sus ofrecicimientos (por entonces fue expulsado del periódico en que publicaba sus reseñas) y nos habla de la novela que Juan Rulfo prometió y no entregó (En la cordillera). Pero el número de enigmas es mayor: el Quijote inacabado de Welles, el contenido de la maleta que Antonio Machado llevó al exilio, un manuscrito descatalogado de la Biblioteca Nacional que contiene la última obra de Mariano José de Larra...
Esta noche moriré se emparenta con estos relatos pues su protagonista es un miembro de la Corporación encarcelado por un inspector de policía. En la cárcel decidió eludir la tentación del suicidio y sustituirlo por la venganza por lo que recurrió a los miembros de la sociedad clandestina a la que pertenece. Delmar, el petulante policía, iniciará entonces un camino de derrumbamiento profesional y personal que le llevará a la drogadición, a la pérdida de su familia y a la mendicidad (y a conocer, finalmente, que el itinerario completo de su degradación no obedecía a un azar inexorable, sino que fue planeado cuidadosamente). Relacionada por su tono con El niño de los coroneles (premio Nadal de 2001), esta “novela maldita recuperada al fin” desarrolla los temas de la violencia extrema y de la tortura, con unos personajes empujados a la exasperación en las fronteras de la verosimilitud.


EL ENIGMA DEL VIGILANTE VISIONARIO


Un empresario tuvo la necesidad imperiosa de abandonar su fábrica textil para asistir en Munich a una importante reunión de negocios. Antes de partir, llamó al vigilante nocturno de la fábrica y le dijo:
-Tengo que ausentarme durante unos días. Ya sabes que se han cometido algunos robos la semana pasada en varias fábricas del polígono. Procura estar muy atento mientras estoy fuera.
-Verá, señor –dijo el vigilante-. Quizá sea una tontería lo que voy a preguntarle. ¿Piensa viajar en tren?
-En efecto, cogeré un tren nocturno de literas Barcelona-París, y desde allí, un tren expreso París - Munich.
-Es que anteanoche soñé que el tren Barcelona–París, con el número 333 descarrilaría en el kilómetro 333. El sueño era muy difuso, pero recuerdo la imagen de la luna en el cielo, vagones incendiados y... la de cientos de víctimas.
-Mira, Andrés, no te ofendas, pero no creo mucho en los sueños proféticos. Haré ese viaje.
Pero, esa misma noche, llamó al servicio de información de RENFE y preguntó: “¿Podrían decirme cuál es el número del tren que sale mañana para París a las nueve treinta?”. “Por supuesto, señor –contestaron-. Es el número 333”. Sorprendido por la coincidencia y a pesar de su escepticismo por las premoniciones del sueño, decidió postergar el viaje.
A la mañana siguiente pudo comprobar que todas las cadenas de televisión abrían sus programas informativos con un suceso espeluznante: “Docenas de víctimas mortales y centenares de heridos en un accidente ferroviario. El tren Barcelona - París descarrilla por causas desconocidas en un tramo completamente recto, en el kilómetro 333 del trayecto. Las autoridades del país vecino aún no tienen una versión fidedigna de lo sucedido...”.
El empresario, sobrecogido, llamó al vigilante y le dijo:
-Probablemente me hayas salvado la vida, pero no quiero verte ni un minuto más. Toma mil euros como gratificación. ¡Estás despedido!
-Pero..., ¿por qué?




jueves, 5 de marzo de 2009

Una mirada singular





ESTRATEGIA Y MÉTODOS

PARA LA COMPOSICIÓN DE ROMPECABEZAS

José María Cumbreño
Los Libros de la Frontera / Luces de Gálibo Ediciones
Málaga, 2008, 66 págs.

José María Cumbreño (Cáceres, 1972) ha publicado hasta el momento dos poemarios: Las ciudades de la llanura (Mérida, ERE, 2000), finalista del premio Rafael Alberti, y Árbol sin sombra (Sevilla, Algaida, 2003), ganador del premio de poesía Ciudad de Badajoz. En noviembre de 2005 Cumbreño logró el premio de narrativa corta “Generación del veintisiete” con De los espacios cerrados, su primera obra en prosa, un conjunto de textos breves de muy diverso perfil (microrrelatos, aforismos...).
Mientras que sus textos en prosa exhiben un experimentalismo lúdico (que recuerda, por momentos, las greguerías de Gómez de la Serna o algunos textos de Julio Cortázar), los poemas de estos dos primeros libros revelan una cierto parentesco, pues ambas obras nacen ligadas a la tradición cultural del cristianismo (de ahí la reiteración de símbolos procedentes de esta misma tradición: el aceite y la sal, el fuego y el agua, el pozo y el árbol...). Del primero de ellos destaca la presencia un trasunto poético, el bíblico Lot, quien a salvo en la aldea de Soar recuerda los episodios narrados en Génesis 19 (la huida de Sodoma, la destrucción de la ciudad, la conversión de su esposa en estatua de sal...), personaje que convive en el libro con otros situados en vísp eras de un viaje (que muy bien puede ser el postrero: un habitante de Herculano contemplando, por última vez, el Vesubio, un pasajero del Titanic...).
En su segundo poemario sobresale la reiteración de dos motivos nucleares comunicados mediante imágenes autónomas de un notable poder visual: uno es el del sin sentido de una realidad que existe sin un destino, que se traduce en ese “árbol sin sombra” del título, pero también en la lluvia sobre el mar, en los “buzones de las casas / deshabitadas”, en “los aljibes secos”, en el “libro intonso”...; el segundo recoge un topos antiquísimo presente en Heráclito, en Petrarca o en Fernando de Rojas, quien en el prólogo a La Celestina recuerda, y traduce, al filósofo griego (“Omnia secundum litem fiunt”: todas las cosas son criadas a manera de contienda o batalla) , comunicado en el poemario mediante la sucesión ciega de crueles paradojas en que se resuelve la existencia, en una danza irracional de vidas y muertes: “El sol que abre las flores / es el mismo que las agostará”, “El macho que se ha comido a las crías / para que así las hembras entren de nuevo en celo”
Estrategias... se compone de cuatro bloques simétricos con seis composiciones cada uno (poemas y breves textos en prosa que bien pudieran considerarse micro-relatos) y la idea de composición de una construcción compleja abre el poemario, con el texto que da título al libro, y lo cierra: “Todas las casas se construyen con presencias y ausencias. / El ladrillo que se pone será un muro. / El ladrillo que no se pone será una puerta” (”La parte por el todo”).
Situada en lugares tan relevantes, esta noción, que existe incluso como frase hecha de nivel coloquial, se convierte en uno de los motivos centrales del libro: el mundo es un rompecabezas; esto es, un ámbito complejo e inextricable, como viene a confirmar la cita de Eistein (“¿Qué sabe el pez del agua donde nada toda su vida?”), de ahí que el libro se presente formalmente como un “manual de usuario” y, de algún modo, también él es un conjunto de piezas-poemas que han de encajar.
Son frecuentes las composiciones que poseen un arranque prosaico (“Los modernos manuales de arquitectura...”) y que, además, dan entrada a campos semánticos imprevistos (matemáticas, arquitectura, ciencias naturales...), en una sucesión de impresiones paradójicas, hallazgos sorprendentes, contradicciones, agudas percepciones de una realidad compleja e incomprensible (“Las señales de las carreteras abandonadas. Los jornaleros marroquíes contratados para la vendimia [...] Las noticias de los periódicos viejos”). Lo poético procede, pues, no de un modo de expresión “lírica” sino de una perspectiva, de un punto de vista profundamente original que nos hace contemplar la realidad como si la viéramos por primera vez, todo ello comunicado con un despojamiento absoluto, como sucede en el siguiente ejemplo en que en vano buscaremos un adjetivo o una imagen:

“Mi abuelo puso una piedra
sobre la piedra
que había puesto su padre.

Mi padre puso una piedra
sobre la piedra
que había puesto mi abuelo.

Límite. Linde.

Yo tengo una piedra en la mano.”

(“La cerca de piedra”)


El enigma del mayordomo impasible
Un hombre de negocios, muy acaudalado, se encontraba en el dilema de marchar a París, en donde debía asistir a una importante reunión de negocios, o permanecer en su casa de Nápoles a la espera de una urgentísima carta de la que dependía un negocio de miles de euros. Finalmente, decidió marcharse. Desde la capital francesa escribió a su mayordomo una carta en estos términos: “Recordarás, Giovanni, que esperaba una carta muy importante para mí. Seguramente habrá llegado ya. Entra en mi despacho, abre el tercer cajón de la mesa de mi escritorio, verás unas cintas de vídeo, una pistola y una caja de madera lacada. Ábrela: la llave que verás en ella es la del buzón; dentro, encontrarás la carta de que te hablé. Enviámela por correo certificado y urgente a esta dirección”.
Y añadía la dirección de París. Pero nada sucedió. Harto de esperar y muy malhumorado, regresó a Nápoles, dispuesto a pedir explicaciones a su mayordomo. Cuando le preguntó irritado por qué no había seguido sus órdenes, este contestó:
-No tengo la más mínima idea de lo que me está diciendo, señor. ¿Le sirvo el té en el salón?

miércoles, 4 de marzo de 2009

La fantasía como subversión




PROYECTOS DE PASADO.
Ana Blandiana
Periférica, Cáceres, 2008.
Trad. de Viorica Patea.

Nacida en Timisoara (Rumanía) en 1942, Ana Blandiana, seudónimo de Otilia Valeria Coman) comienza a publicar sus primeros poemas a los diecisiete años, momento en que una circular gubernamental la declara hija de “un enemigo del pueblo”, pues su padre, preso por motivos políticos, era un sacerdote ortodoxo. Tras licenciarse en la Facultad de Filología de Cluj e instalarse en Bucarest, publica en 1964 su primer libro de versos (Primera persona del plural), a partir del cual emprende un penoso camino de prohibiciones y de constante vigilancia policial bajo el régimen de Ceaucescu, que no le impide, sin embargo, ir acrecentando una extensa trayectoria de poemarios (La arquitectura de las olas, 1990, Cosecha de ángeles, 1997…), narraciones (El cajón de los aplausos, 1992) y ensayos (El miedo a la literatura, 2006).
Tras recibir en 1982 el prestigioso premio Gottfried von Herder de la Universidad de Viena a su obra poética, Ana Blandiana logra publicar ese mismo año Proyectos de pasado, una compilación de once narraciones que mezclan armónicamente lo biográfico, lo documental, la poesía y los tonos fantásticos en una tradición que tiene como referentes a Kafka, Eliade, Borges o Cortázar. La reiteración del mismo contexto histórico en todos los relatos (salvo la narración final) confirma, sin embargo, el propósito de reflejar críticamente la vida cotidiana bajo un régimen totalitario desde su instauración (colectivización forzosa que despuebla las aldeas, encarcelamientos y deportaciones…) hasta la atmósfera irrespirable de los años 60 y 70 bajo la tiranía de Ceaucescu. Narrados todos en primera persona, circunstancia que acentúa su valor documental, lo fantástico suele irrumpir, como sucede en Cortázar, de un entorno realista inicial (una profesora de universidad decide construir un gallinero en el balcón de su vivienda para mitigar la carestía más absoluta, una mujer visita el pueblo de sus padres, una boda campesina interrumpida por la policía que deporta a novios e invitados, una compradora detenida al salir de una tienda no estatal…) para introducirnos en el territorio de lo fantástico o de lo onírico, sin que los relatos pierdan por ello una sola pizca de reflejo crítico de una realidad abyecta. Y es que la imaginación y la fantasía operan en esta literatura asimismo como una forma de subversión contra un poder que ha impuesto el realismo socialista como estética oficial, rebelándose contra una “concepción del mundo que elimina la subjetividad, lo sobrenatural, lo portentoso y lo intuitivo” (prólogo).
En el trasfondo de unas tramas imaginativas y originales, los relatos muestran un país devastado de racionamientos y colas interminables, sometido a decisiones arbitrarias como la exportación de la producción nacional con el fin reducir la deuda externa, la obligación de las mujeres de tener cinco hijos para nutrir las filas del ejército, el derribo de viviendas individuales y su sustitución por bloques (para doblegar cualquier manifestación de independencia y controlar mejor a toda la población…), al tiempo que todas las bibliotecas rumanas ocultan un fondo de libros prohibidos. Nos encontramos así (“En el campo”) ante pueblos de campesinos ancianos a los que la colectivización ha desposeído de sus vínculos ancestrales con la tierra y ha destruido los ritos cíclicos rurales en una deriva en la que un modo de vida superior (antiguo, humano, trascendente) ha sido derrotado por un sistema político materialista, represor y antiestético; ante la historia de la detención de todos los invitados a una boda tradicional (“Proyectos de pasado”) y su deportación a Baragan, vasta región deshabitada en donde son abandonados a su suerte; ante la detención de una mujer por un gigantesco carnicero (“Imitación de una pesadilla”) entre la indiferencia o el miedo de los viandantes… Y todo ello, mediante unos desarrollos argumentales imprevistos, en que la fantasía no es, como decimos, un modo de evasión de lo real sino un mecanismo para expresar sus aspectos más profundos y ocultos (o bien ocultados por el poder), pues “lo fantástico no se opone a lo real, sino que constituye solo su representación más llena de significados”.

Mauricio Wiesenthal en el aula Guadiana

Mauricio Wiesenthal en el aula Guadiana



"El buen viajero no busca la verdad sino la belleza. Y, a veces, funde las imágenes en su recuerdo y crea una ciudad nueva. "Stravos ha llegado a Constantinopla -escribe Elia Kazan-. Contempla maravillado los seis minaretes de Santa Sofía".
Santa Sofía no tiene seis minaretes, sino cuatro. La que tiene seis minaretes es la mezquita del sultán Ahmet, que está enfrente. Pero es maravilloso fundir las dos imágenes como habría hecho Picasso y como hizo, sin querer, Kazan".

(El esnobismo de las golondrinas)



martes, 3 de marzo de 2009


Tres tréboles


Seis letras.
Así paga cada uno lo suyo.
Expositor de pechugas.





Ocho letras.
Demasiado afectado.
Cuatro notas.





Seis letras (monovocálica)
Es llana si es llanura africana.
Si no es llana, uniforme de fantasma
Espacios interiores




MAPA DE LAS CORRIENTES

Serafín Portillo
Sevilla, Renacimiento, 2008

   Nacido en Plasencia en 1961, Serafín Portillo publicó sus primeros poemas en Jóvenes poetas en el aula (1983), la ya histórica antología preparada por Ángel Sánchez Pascual, que recogió textos del grupo de poetas, ligados en parte a la facultad de Filología, que renovó de modo perceptible la poesía de nuestra comunidad en los años ochenta (Álvaro Valverde, Diego Doncel, Javier Pérez Walias, Basilio Sánchez, Santos Domínguez Ramos, José Luis Bernal,...). Más tarde, el autor placentino publicaría Recóndito trasluz (Mérida, ERE, 1997, que recogía poemas de una plaquette anterior, Luz cerrada, 1992) y La misma sombra (Mérida, ERE, 2004).
  En todo poeta dueño de una obra personal, que no solo ha erigido sino sobre la que, además, ha reflexionado (Serafín Portillo es autor de un ensayo literario, De camino al silencio, 2005), pueden encontrarse constantes temáticas y predilecciones estilísticas que van trabando las sucesivas entregas, de modo que los poemas adquieren, con frecuencia, la apariencia de “variaciones” sobre un puñado de ideas e intuiciones fundacionales. En Portillo, las nociones de naturaleza y creación literaria, las imágenes de la luz y la sombra, la ineludible necesidad del ejercicio del lenguaje, pues el hombre vive, solo o acompañado, en un “imposible silencio”, pasan de un poemario a otro con distintas formulaciones y diversos grados de abstracción, a veces, muy intensa.
   Mapa de las corrientes reúne tres composiciones de distinta extensión y calado: “Genealogía” rastrea en el pasado el instante mágico en que el hombre junto al descubrimiento de la herramienta como prolongación de su brazo, halla las palabras y las ve cómo contienen el mundo y, a la vez, se separan de él. “Carencia”, la última composición, bucea en la condición del ser humano, en su violento derrotero a través de los siglos, a la vez que ejemplifica cómo la poesía no es un modo de conocimiento, sino de expresar (no de desvelar) el misterio, ante el cual solo cabe el asombro.
   Sobre estas dos composiciones sobresale a nuestro juicio, por su profundidad y por su belleza formal, “Mapa de las corrientes”, el poema más extenso y el que presta título al poemario. En un espacio interior de soledad y silencio que es el de la civilización (el de la reflexión y la lectura), el poeta contempla un atardecer de otoño al tiempo que evoca, pues la luz es ya muy escasa, una naturaleza que conoce (la sierra de Tormantos, el valle del Jerte); de este modo, el epígrafe del poema tiene un primer sentido literal: la composición traza el mapa de las sierras y el valle, de las gargantas que descienden al río, el cual da un sentido a este entorno, pues ha convertido el caos es armonía, ha orientado la naturaleza pero también al ser humano al edificar puentes o trazar senderos. Con el cristal de la ventana como frontera entre la naturaleza y lo interior (pero “canto y bosque / son la misma sombra”), el poema traduce esa necesidad esencial del ser humano de “hablar” constantemente, una pulsión verbal que se acrecienta en la soledad pues “el discurso es necesario a nuestro espíritu como al propio cuerpo lo es el ritmo cardiaco”.
   En este fluir lingüístico, el poema encadena, mediante conexiones léxicas, varios motivos que, como las cerezas, parecen tirar unos de otros: la evocación de las gargantas bajando hasta el río, la niñez en recuerdos que el otoño propicia (aunque la nostalgia es mentira), la figura del padre, la lluvia, las labores de los campesinos y pastores en otoño, el encuentro casual de un vidrio que destella al sol junto a un arroyo (la belleza fortuita), el joven perdido en el bosque escuchando el fragor de la garganta, el niño contando las estrellas... Todo ello, no para recobrar un pasado irrecuperable, ni para cantar su fulgor, sino para describir el instante presente, un momento repleto de sensaciones (canta el cárabo, arrecia la lluvia...) y de recuerdos, porque así es como existimos en el tiempo, con el lenguaje como único medio de expresar un mundo inextricable: “Tal vez por eso escriba, / porque no cabe hablar de lo que no sabemos, / sólo expresar ese temblor / que nos alcanza más allá de cuanto / podemos entender”