Juan Ramón Santos
Madrid, Hiperión, 2022, 76 págs.
Premio “Valencia” Institució Alfons el Magnànim
Licenciado
en Derecho y en Ciencias Políticas, Juan Ramón Santos (Plasencia, 1975) trabaja como gestor cultural en su ciudad,
donde coordina con Nicanor Gil el Aula de Literatura "José Antonio Gabriel
y Galán". Entre 2015 y 2019 fue presidente de la Asociación de Escritores
Extremeños. Es autor de los libros Palabras menores. Cortometrajes
y Cuaderno escolar, con los quedó finalista
del Premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en España en sus
ediciones de 2005 y 2009, así como de El
círculo de Viena, Palabras menores
y Perder el tiempo, también de
cuentos. Ha publicado, además, las novelas Biblia
apócrifa de Aracia, El tesoro de la Isla, El verano del Endocrino
(con la que, bajo el título de Fuera de
órbita, quedó finalista del Premio Nadal en 2018), El síndrome de Diógenes, Premio Felipe Trigo en la modalidad de
narración corta en 2019 y La muerte del Pinflói, así como dos libros de poemas, Cicerone y Aire de familia.
En 2021 ganó el XXIX Premio Edebé de Literatura Infantil con el libro El Club de las Cuatro Emes. Ha traducido
del portugués las novelas Lo invisible,
de Rui Lage, y Las primeras cosas, de
Bruno Vieira Amaral, y la obra de teatro El
testimonio de Alabad, de Nuno Pino Custódio. Mantiene una sección dedicada
a la reseña y recomendación de libros en la web www.planvex.es bajo el título
"Con VE de libro". Ahora la editorial Hiperión publica Vida salvaje, que agrupa los poemas en tres
bloques. El primero de ellos, “Día de campo” es el que da sentido (un sentido
irónico) al título del libro. Contiene poemas en que evoca su niñez en mundo
rural, en una naturaleza de paisajes prístinos y afanes fatigosos, contemplados con ligero acento elegíaco y una
expresión clásica en que predominan las composiciones en endecasílabos blancos y
un léxico sencillo. El segundo bloque, “El emboscado” contiene haikus de las
cuatro estaciones del año inspirados en fotografías de Nicanor Gil. El tercero,
“Aprendizaje”, está dominado también por un tono elegíaco al dar cuenta de la
pérdida de numerosos seres queridos. Reproducimos una de las composiciones del
primer bloque, que, en dos frases, recuerdan un mundo de “belleza elemental”
del que hoy solo quedan las cenizas.
LABORES
El golpe exacto de la hoz,
la suavidad con que las plantas del tabaco
iban siendo acostadas en el surco
y luego, viejos lechos sin dosel,
sobre el remolque, la coreografía
–un hombre en cada altura- con la que eran
tendidas a secar en los alambres,
luego el frío, la lumbre, las manillas,
tronco pelados, clavos herrumbrosos,
y los fardos cuadrados con esmero
con los que relataban la labor.
Había en todo ello una cadencia,
una callada economía de gestos
que era fruto del uso, no del cálculo,
una belleza elemental, sincera,
un modo de vivir pegado al suelo
que el tiempo, despiadado, ha consumido
hasta dejar apenas las cenizas.