MISTRALIA
Eugenio
Fuentes
Barcelona,
Ed. Tusquets, 2015, 296 págs.
Las batallas de Breda (premio Cáceres de Novela
Corta, 1988, publicada por la I.C."El Brocense" en 1990) supuso la
irrupción de Eugenio Fuentes (Montehermoso, 1958) en el panorama narrativo
regional. Como el Yoknapatawpha de Faulkner, o Región de Benet, el territorio
de Breda, y la próxima Mayorga, erige su perfil mítico de lindes difusas, en
donde se yuxtaponen los tiempos y se alternan las voces narradoras. Más tarde,
en 1993, vería la luz El nacimiento de
Cupido (1993, premio internacional de novela “Ciudad de San Fernando”) y a
este mismo ciclo narrativo pertenecen los relatos de Vías muertas (Editora Regional, 1997), año en que aparece también Tantas mentiras (premio “José Antonio
Gabriel y Galán”, Mérida, ERE, 1997), una novela histórica ambientada en los
años de la revolución mexicana.
En El
interior del bosque (premio “Alba-Canarias” de 1999, publicada un año más
tarde) asistimos a una sucesión de asesinatos ocurridos en la reserva natural
del Paternóster, que un detective privado, Ricardo Cupido, se propone
investigar. Será el primer título de un ciclo de novelas que, excepto La sangre de los ángeles (Alba
Editorial, 2001), han sido publicadas por Tusquets: Las manos del pianista (2003), Venas
de nieve (2005, premio “Extremadura a la creación”), Cuerpo a cuerpo (2007), Contrarreloj
(2009), Si mañana muero (2013) y Mistralia (2015).
La trama esta última novela arranca cuando en pleno
territorio de Breda (en la sierra Ufana desde donde pueden verse la Reserva del
Pater Noster, el Yunque y el Volcán o las vegas del Lebrón) una de las
ingenieras de la empresa Mistralia aparece ahorcada en uno de los
aerogeneradores enclavados en la sierra. Reproducimos el momento en que una pareja
descubre el cuerpo de la mujer.
“Las últimas estrellas desenroscaban sus tuercas
en el cielo, se soltaban y corrían a esconderse de la claridad. El alcohol y la
marihuana todavía emborronaban su percepción mientras veía apareceré las aspas
detenidas del molino eólico bajo el que habían aparcado y, por fin, muy arriba
la góndola y el eje.
-¿Qué es aquello? –aguzó la mirada con
gesto de pasmo.
-Qué.
-Allí arriba.
-Parece… -Santi también dudó.
-Sí.
-Parece… ¡un hombre ahorcado! –El pasmo
se convirtió en temor.
-¡Una mujer!
Los dos se habían incorporado y Santi,
espoleado por el miedo, enderezó rápidamente el respaldo de los asientos.
-¡Vámonos de aquí!
-¡Espera!
-¡Vámonos antes de que…! –escrutó
alrededor para comprobar si alguien los había visto. Luego alzó nuevamente la
cabeza, quería mirar y no mirar, se fijaba un instante y se volvía enseguida
tapándose los ojos con las manos.
-Un momento –dijo, más lúcida que él.
Tampoco se podía esperar de una mascota que no saliera corriendo al olfatear el
peligro.
El cuerpo se balanceaba recortado contra la
creciente luminosidad del cielo. Santi miró hacia él y luego, con bruscos giros
del cuello, miró atrás y a los lados.
-¡No hay nadie! Podemos irnos y no
decir nada. Ya lo descubrirán. ¡No quiero meterme en ningún lío! –exclamó con
una obstinada vehemencia”.