LAS RAZONES
DEL ALMA
María José
Flores Requejo
Mérida,
Editora Regional de Extremadura, col. Vincapervinca, 2022, 330 págs
María José Flores Requejo (Burguillos del
Cerro, Badajoz), es catedrática de Lingüística española en la Universidad del
Aquila (Italia). Como poeta, su obra ha estado vinculada a la renovación de la
literatura extremeña a partir de los años ochenta del siglo XX y, en
particular, al grupo de autores vinculados a la Facultad de Filosofía y Letras
de Cáceres. Junto a diferentes textos de investigación, en su obra poética
destacan títulos como De tu nombre y la
tierra (1984), Oscuro acantilado
(1986), Noche oscura del alma (1986),
Nocturnos (1988), El rostro de la piedra (1993), Impura claridad (1995), Poemas del cuerpo (1999), Antología poética (Editora Regional de
Extremadura, 2005), Un animal rozado por
el tiempo (Editora Regional de Extremadura, 2008), el elogio del libro De la naturaleza mágica y misteriosa de los
libros (2019) y la antología para jóvenes lectores Mi memoria es un árbol (Editora Regional de Extremadura, 2020).
Ahora la Editora Regional de Extremadura publica en su colección Vincapervinca Las razones del alma, su primera novela,
cuya trama arranca con un encuentro casual de dos personajes pintorescos: Pablo,
el aspirante a novelista que necesita sumergirse por completo en su proyecto
narrativo sin poder atender a ningún otra tarea cotidiana (por lo que pone un
anuncio en la prensa buscando un mecenas) y Pepe, dispuesto a aceptar una
“misión” tan noble. La sencilla trama de la novela se desarrolla sobre el
diálogo entre estos dos tipos tan distintos como complementarios (que recuerda
a parejas como Don Quijote y Sancho o los Gregorio y Gil de Juegos de la edad tardía), el que
procede del territorio de la cultura (de una cultura libresca que lo ha aislado
de los demás, del ambiente universitario, de las citas de los clásicos, de las
etimologías…) y el que viene de una naturaleza (de la sucesión de estaciones,
de la lluvia y los amaneceres, de los amigos y los animales domésticos…) que
perdió al venir a la gran ciudad. El constante diálogo en un espacio interior
avanza sobre una prosa precisa, consciente de la insuficiencia del lenguaje,
mientras los interlocutores corrigen en
su pensamiento sus carencias (su insuficiencia, su irrelevancia…) sobre
temas variados (recuerdos de la infancia, los sueños no realizados, la soledad,
la creación…) entre el novelista atascado en su proyecto narrativo y el
entusiasta mecenas convencido de la genialidad de su protegido como “dos locos
dispuestos a defender aquel sueño, o aquella quimera, porque ya tenía más de
quimera que de sueño”. La salida de ambos personajes de la vivienda del
novelista (en que se ha desarrollado toda la trama) por los bares de Madrid
celebrando el cumpleaños del escritor simboliza la apertura a una realidad que
puede nutrir la creación, por lo que el desenlace anuncia un futuro de nuevos
proyectos de estos dos tipos que contra toda esperanza conservan la fe.
Reproducimos un fragmento que el mecenas relata un doloroso recuerdo de su
pasado.
“—¿Y por qué no te haces de otro
perro, mecenas? —le sugirió Pablo, que no sabía bien qué decirle, pero que
sentía que algo le tenía que decir.
Pepe, al oír aquellas pocas palabras se
llevó la mano al costado, como si le estuvieran clavando algo, y se quedó unos
instantes muy serio, antes de comentar, con un ligero temblor en la voz:
—¿Hacerme de otro perro? En mi vida
ya no hay sitio para otro perro, novelista —Pablo notó cómo la arruga que le
cruzaba la frente se le iba haciendo más honda—. Que no quiero ni pensar en lo
que debió de sufrir el pobre al verse solo, abandonado —añadió, y mientras lo
decía, volvió a sentir en la boca el sabor de ese fruto áspero, amargo, que era
para él la culpa—. Esa fue mi primera traición, aunque no la única, y cada vez
que me creo grande, y hasta noble, como nos creemos a veces los hombres,
recuerdo, de pronto, como en un fogonazo, los ojos de Chispas, aquellos ojillos
tiernos y alegres que se gastaba, y me doy cuenta de que aquel día es como si
hubiera roto algo que sé que ya nunca podré volver a componer —susurró,
desviando la mirada de Pablo, mientras repetía para sus adentros: "sí, que
ya nunca podré volver a componer".
Y cuando tras unos largos instantes alzó de
nuevo la mirada hacia él, Pablo pudo ver en su rostro —un rostro que la emoción
hacía aún más cercano y más hermoso— toda la fragilidad de la inocencia, el
desgarro de ese mundo justo, y en orden, pensó, que de un momento a otro deja
de serlo, como se quiebra el cristal más delicado, o como se rasga la seda, de
una forma casi siempre fortuita, involuntaria, e irreparable. —Los ojos de un perro, date cuenta, los ojos
de un perro son mi cruz... Y es que nunca se sabe por dónde te va a pillar la
vida, nunca..., que tú no te imaginas la pena con la que me miró el pobrecillo,
que yo creo que el animal se lo sentía, porque los animales tienen mucho
entendimiento, Pablo, y también mucha querencia...” [194-195].