jueves, 23 de mayo de 2019

La escapada


LA ESCAPADA

Gonzalo Hidalgo Bayal
Barcelona, Ed. Tusquets, 2019, 301 págs.

   La trama de la última novela de Gonzalo Hidalgo Bayal (Higuera de Albalat, Cáceres, 1950) se localiza en un sábado de noviembre de 2017 y arranca con el encuentro casual en una librería del pasadizo de San Ginés del narrador, Bayal, un profesor jubilado que visita con frecuencia Madrid, con un compañero de estudios de la Facultad de Filosofía y Letras a quienes el grupo de compañeros apodaba Foneto por sus agudas preguntas en las clases de Fonética y Fonología. Como recuerda el narrador, el compañero de estudios, convertido en personaje experto en falsas etimologías, retruécanos, calambures y otros juegos lingüísticos, aparece en su primera novela, Mísera fue, señora, la osadía (a él se le atribuye el verso que cierra la novela: “lo triste que es ser nada y serlo solo”) y reaparece en El cerco oblicuo empeñado en una tesis doctoral sobre el poeta Saúl Olúas.
   Ahora será el propio personaje el que reconstruya ante el narrador su vida a partir de su separación. Sabremos así que por las mismas fechas abandonó los estudios universitarios (un atractivo porvenir como profesor de Fonología en la Universidad) y rompió una relación sentimental con una “muchacha” (ningún personaje es conocido por su nombre), tras varias separaciones y reencuentros en los que se mostró indeciso sobre el futuro de la relación, rota de modo definitivo cuando él (¿también ella?) faltó a una última cita. El servicio militar le llevó a abandonar Madrid y trasladarse a una ciudad de provincias. Allí halla acogida en casa de unos tíos y a la muerte del marido “hereda” el quiosco de prensa que él regentaba, tarea a la que dedica toda su vida hasta la jubilación (el mismo destino de Gregorio Olías, el protagonista de Juegos de la edad tardía, de Luis Landero). Este es sustancialmente el curso de una vida que podemos considerar baldía, repleta de hechos incomprensibles: ¿Por qué deja de presentarse a unos exámenes que aprobaría sin dificultad? ¿Cómo es que no hace nada por conservar a su lado a la joven de la que está enamorado? ¿Por qué abandona la lectura incluso de la prensa que vende en el quiosco? ¿Cómo, en fin, “un hombre brillante echa a perder su brillantez”?
   Como el Meursault de Camús y como otros personajes de Bayal, el personaje podría definirse como “héroe de la renuncia”, se muestra paralizado en las encrucijadas, parece rebelarse contra la idea sartreana de la libertad concebida como una condena en que es obligatorio optar (pero “dejar de tomar una decisión es también una decisión”), se abandona a una vida que frustra todas las expectativas vitales de la juventud (laborales, intelectuales, amorosas) dedicado a una tarea absurda muy por debajo de lo que esperábamos de él. Sentimos la tentación de concluir que ha sido él quien ha labrado concienzudamente su propia desdicha, pero entonces recordamos, por contraste, el destino del narrador que sí ha llevado a cabo todos los proyectos de juventud a los que su compañero renunció y recordamos sus palabras: “también yo he leído ya todos los libros y me he entregado a las tristezas de la edad y a mi propia decadencia”. Por distintos caminos ambos (pero también otros personajes bayalianos anteriores: el H. de Campos de amapolas blancas, Lucas Cálamo, Severo Llotas, el “interventor”…) han llegado a una misma melancólica conclusión que podemos encontrar en otra obra de Hidalgo Bayal: “El hombre de nuestro tiempo se siente desbordado por la pesadilla de la existencia y se percibe impotente, salvo con un resquicio de lucidez para advertir las sinrazones y la desdicha. La vida es amarga y melancólica y no caben promesas de paraíso” [“La ficción y el afán”, Equidistancias].

martes, 21 de mayo de 2019

El sonido absoluto



EL SONIDO ABSOLUTO
Un análisis de Cortejo y Epinicio de David Rosenmann-Taub

Eduardo Moga
Barcelona, RIL Editores, 2019, 148 págs.

   Eduardo Moga (Barcelona, 1963) es autor de una notable y dilatada trayectoria poética que arranca con Ángel mortal (1994) y La luz oída («Premio Adonáis», 1996) y ha sido recogida en una antología reciente El corazón, la nada (Antología poética 1994-2014), con prólogo de Jordi Doce. Paralelamente, el escritor ha cultivado géneros como el diario, el libro de viajes y la crítica literaria que ha ejercido en revistas como Letras Libres, Cuadernos Hispanoamericanos, Revista de Occidente, Ínsula, Turia o Quimera y ha recogido en volúmenes como De asuntos literarios (2004), Lecturas nómadas (2007), La poesía de Basilio Fernández: el esplendor y la amargura (2011), La disección de la rosa (2015), Apuntes de un español sobre poetas de América (y algunos otros sitios) (2017) y Homo Legens (2017).
   Ahora, la editorial chilena RIL Editores en su sede barcelonesa publica El sonido absoluto, un estudio sobre una tetralogía de David Rosenmann-Taub (Santiago de Chile, 1927), titulada Cortejo y epinicio compuesta por los volúmenes El zócalo, El mensajero, La opción y La noche antes. Con una sólida formación artística, dibujante y músico, Rosesmann-Taub cimenta su obra poética, que este lector no conocía, sobre una sorprendente manipulación formal que rehúye las primeras soluciones expresivas y se mueve en registros no frecuentados de la lengua: arcaísmos, composiciones léxicas de creación personal, palabras y expresiones inglesas, francesas, latinas, hebreas, palabras utilizadas en una categoría morfológica distinta a la previsible (los “Cortejo y epinicio” del título son formas verbales) en unos textos cuya dificultad se acrecienta en los poemas hiperbreves, monósticos o dísticos, como este, sin título, con una puntuación insólita, que define su labor poética: “Discrepancia: denuedo: / mi viñedo”. Los poemas resultan oscuros, enigmáticos, con frecuencia ininteligibles por el alto grado de transmutación lingüística, por su “radicalidad metafórica”, pero, por ello mismo, intensamente atractivos (como una octava de Perito en lunas; también Miguel Hernández, en su afán de ocultamiento, llegó a suprimir los títulos de los poemas).
   Reproducimos un fragmento del análisis que Eduardo Moga, un lector y crítico pertrechado con un enorme caudal de lecturas, hace de unos versos del poeta chileno en que no ha roto por completo su anclaje con la realidad.

   “En el poema III de La opción, por ejemplo, el protagonista es el viento de otoño, que enmarca una escena campestre. Y así reza la segunda estrofa:

Viento obtuso, me atrapas
por lo tú, por lo selva, por lo tirano y ávido
-lo fatuo
de tus naipes sin límite-.
Polvareda sin cuerpo,
vuélame el arrayán de sensatez, las jarcias
de aflicción. ¡A volar
con tu adulterio agreste, tu elixir de tañidos!” (O, 14)

   El viento ha dejado de ser un fenómeno atmosférico y se ha convertido en muchas otras cosas, sin dejar de ser viento: aparece al principio de la estrofa, para que no haya duda de su figuración, pero luego se embosca en otras realidades con las que puede asimismo identificarse: una cárcel, una jungla, un opresor, un juego, un espectro, un infiel, un alquimista, un músico. Todo se proyecta en el yo, con el que el viento establece una dualidad –“me atrapas por lo tú”- no siempre equilibrada: el viento enmaraña al poeta, lo sorbe y esclaviza, se engríe con él, lo desequilibra y, a la vez, lo consuela, lo eleva, en fin, a un ámbito de libertad, sin fidelidades ni orden, donde su estruendo resulta balsámico. El viento se hace otro y hace otro del poeta: todo es otro en el poema, aunque sigamos reconociendo sus orígenes, su raíz fáctica. No siempre es así, desde luego”. [pp. 96-97].

lunes, 20 de mayo de 2019

Juancho Viola






  El pasado domingo falleció en el hospital San Pedro de Alcántara Juan José Viola Cardoso después de haber sufrido días atrás un infarto de miocardio. Nacido en Alburquerque en 1940, Juancho, como le llamaban sus amigos, fue un apasionado de la caza (de su práctica y de su sostenibilidad), y formó parte de las más destacadas asociaciones cinegéticas internacionales, como el CIC, en las que representó a España. En 2012 recibió el premio “Jaime de Foxá” concedido por el Real Club de Monteros por su trayectoria en relación con la caza y la conservación de la naturaleza. Fue el Presidente de la Comisión de homologación de trofeos de caza y estadística cinegética de Extremadura.
   Vitalista, emprendedor, comprometido fielmente con toda su familia, con sus hermanos (Josefa, Francisco, Aurora, Ángel y Manuel), y con su esposa e hijos (Toñi Nevado, Manuel, Guadalupe, Enrique y Luis), Juancho se abrió, además de a las diversas modalidades de caza mayor y menor, a otras vocaciones, como la naturaleza de la Sierra de San Pedro, la colección de Guzzis de época, o de libros sobre caza antiguos y modernos: Libro de la caza de las aves, de Pero López de Ayala; Libro de la caça, del infante Don Juan Manuel, Veinte años de caza mayor, del Conde de Yebes; Viaje por los montes y chimeneas de Galicia, de José María Castroviejo o los tomos de Antonio Covarsí Vicentell (Narraciones de un montero y práctica de caza mayor, Entre jaras y breñales...). Tras varios trabajos en el sector, creó en Cáceres una empresa de tratamiento de madera (Pinar de Jola) que gestionó hasta su jubilación.
   Desde 1982, fue Cónsul Honorario de Portugal en Cáceres así como Comendador de la Orden del Mérito de Portugal. En 2009 se le concedió el premio hipanoluso FICIEX. Asimismo, es autor de una extensa obra sobre naturaleza y caza que apareció en prólogos, revistas especializadas, prensa y en diferentes libros en colaboración como La caza en Extremadura (1987), Caminos y veredas (1992) o El último de los primeros (1994).
   En 2010, la Editora Regional de Extremadura publicó Cartas a la Duquesa de Aveiro, un conjunto de cincuenta y dos estampas cinegéticas, publicadas antes en el diario Hoy por Joaquín Rodríguez Lara, insertas en un relato marco en que al narrador se le aparece la Duquesa en la sierra de  las Villuercas.
   Basados en experiencias vividas antes que en fuentes librescas, estos relatos dan respuesta de modo palmario a esa paradoja de que el cazador es un amante de los animales, a la vez que nos habla sobre la amistad y la naturaleza, sobre un patrimonio natural valiosísimo que es preciso preservar, sobre las culturas fronterizas, sobre la condición humana en un entorno en que ésta regresa a su forma primigenia y elemental. Y es que el ejercicio de la caza enfrenta al ser humano consigo mismo y trastoca las jerarquías sociales colocando en su verdadero lugar al buen guarda, al perrero eficiente, al conocedor experto de terrenos y aires, al humilde y sabio cazador de subsistencia, pero también al engreído escopetero capitalino o al predador voraz e insolidario.  
   Por los vastos espacios abiertos de los llanos de Cáceres, la campiña de Alburquerque o las sierras de San Pedro y las Villuercas acompañamos a este cazador enamorado de los viejos usos y las armas antiguas, preocupado por las nuevas amenazas (furtivismo, legislación), amante de los perros y de las comidas junto al rescoldo de una lumbre, atraído por los buenos conocedores del campo sea cual sea su rango social, atento al valor de las narraciones orales, seducido por la luz y sus fugaces cambios: “A veces, cuando el cielo está encapotado, por una rendija del horizonte, color vaca desollada, el sol sacará sus barbas de oro y dará una intensa candilada para a continuación tímidamente, ocultarse de inmediato” (249)
   La impresión final es que nos encontramos ante un cazador entusiasta cuya eficiencia no estamos en condiciones de calibrar, pero también, si el afecto no me ciega, ante un escritor notabilísimo que ha logrado ensamblar una obra valiosa por la singularidad de su estructura narrativa, por la perspectiva siempre bienhumorada y aguda de un talante afirmativo, por el encanto expresivo, el mestizaje cultural de una Raya bilingüe, el potencial poético del viejo léxico campesino (“querencias, trochas, encames, aguaderos, bañas, veredas, orillas, temperos...”) y una rara sensibilidad para captar las “emociones” del paisaje: “El sol ya se ha ido buscando saudades portuguesas. Los ruidosos rabilargos, después de beber, se retiran en pandilla. Poco a poco oscurece hasta llegar el lubricán. En ese momento el aire se mueve, hay ese leve viento que siempre precede a la salida de los astros. La luna llena asoma enorme por detrás del Cerro de las Cabras. El aire vuelve a calmarse. El decorado cambia, con la nueva luz, el oro por la plata. La paz es absoluta” (173).
   Para contrapesar estas horas de tristeza por su pérdida, reproducimos una divertida estampa marcada, como las demás, por las experiencias vividas, las referencias históricas y culturales a una antiquísima tradición cinegética, el ingenio y el humor.

LA CAZA DE LOS ZORZALES

         Admirada y querida Duquesa.
         Con lo de la  caza ocurre lo de siempre, Señora; hace años, cuando los cazadores de estos pagos oímos hablar de la afición de los valencianos a tirar tordos lo considerábamos caza a desdeñar. Quién nos iba a decir que tiempos vendrían que a falta de perdices, conejos y liebres nos daríamos con un canto en los dientes cuando encotráramos una buena entrada de zorzales. Qué cierto es aquello de que cuando no hay pan, buenas son torras.
         Al hilo de esta cuestión andaba el cazador reflexionando hace unos días, cuando Antonio Aires, o mais grande caçador-fadista, como si hubiera adivinado las magoas que le atenazaban, se presentó a hacerle una visita. Venía el hombre cargado de los mejores productos de la gastronomía mediterránea: una orza de sabrosas aceitunas, un haz de espárragos y una muy considerable percha de zorzales recién cazados. Visitas así no se presentan todos los días, pues vos, Duquesa, sabréis que entre los tributos que los príncipes venecianos del “Cinquecento” recibían de sus colonias griegas y chipriotas se incluían, como materias muy apreciadas, más de mil vasijas de barro llenas de aceitunas adobadas y de zorzales marinados en vinagre, hierbas odoríferas y un extracto de azúcar de los frutos de que estas aves se nutren. Con independencia de a quien fueran destinados, Antonio Aires, sin saberlo, ya que él solo tributa a la buena amistad, traía los presentes propios para un príncipe. Así es, y así son, duquesa, las buenas maneras de O caçador fadista.
-¿O Patricio, vosse podía dizer a este pobrecinho caçador onde é que encontrou o passo destes lindos passarinhos para eu la-ir com a mina caçadeira?.
         No sólo dijo donde, además se ofreció a acompañar. Y así, una mañana temprano, entre jirones de tenue niebla, flanqueados de milenarios acebuches, a la vera del padre Tajo, al cazador y a José Muñoz, ilustre cronista de Feria, que había venido a celebrar el acontecimiento, le comenzó a entrar, más que a tiro, a papo, el Turdus fihilomelos, zorzal común, malvís, tordea, charla o caga-aceite como también le llaman algunos. Pero el zorzal no es tonto; tiene buena vista y en cuanto uno se mueve para encarar, da media vuelta y se marcha por donde le parece. Hacer una buena percha de estas aves, duquesa es más complicado que freír huevos, y aunque hay quien tiene habilidad para una y otra cosa, no son todos los que saben tomarle los puntos debidamente.
         Con toda humildad he de confesaros, señora, que en esto del tiro al zorzal conozco de cerca uno que falla más que una escopeta de feria, y fue lástima porque los pájaros allí estaban, volando de uno a otro acebuche. En cambio, el cronista, que sabe poner el punto bien, tanto con la pluma como con la escopeta, dejó el pabellón del Ducado de Feria en el buen lugar que le corresponde.
         De regreso, el cazador, pensaba en las tordeas que había pillado de niño con los cepillos poniendo como cebo un gusano dorado. A veces, en lugar del charlo, picaba el real o Turdus Pilaris, y pocas, pero alguna vez, pilló al enorme Zothera Dauma o zorzal dorado, casi tan grande como una tórtola. El Turdus Iliacus era muy escaso y sólo se le veía al final de los inviernos, no habiendo forma de pillarlo con la trampa.
         -Ilustre cronista, ¿no decíais vos que una vez Don Lorenzo Suárez de Figueroa había cazado malvises, junto con Don Luis Zapata, en las riveras del Ardila?
         -No, no, yo lo que dije es que una vez el Duque de Feria había pagado, entre otras cosas, noventa varas de brocado carmesí a Don Luis Zapata por un esmerejón.
         -Bueno,  aunque no de zorzales tampoco fue mal negocio. ¡Menudo refajo!
         A la vista de los hechos, y si se lo permitís, señora, el cazador desearía retirar los prejuicios que sobre esta caza tenía e incluirla en su almario como muy digna. Tal vez vos, querida duquesa, sepáis perdonar estas, y otras, debilidades que el cazador, de tarde en tarde, tiene.

martes, 14 de mayo de 2019

El lugar de la cita


EL LUGAR DE LA CITA

Luciano Feria
Barcelona, RIL Editores, 2019, 638 págs.

   Nacido en Zafra en 1957, Luciano Feria ha publicado hasta ahora tres poemarios: El instante en la orilla (1989), finalista en los premios “Ámbito Literario” y “Juan Manuel Rozas”, Fábula del terco (1996 y 202), premio “Vicente Gaos en 2004 y De la otra ribera (2004). Sus poemas han sido incluidos en antologías como Literatura en Extremadura, siglo XX (2010), Panorámica poética de Extremadura (2012) o Poesía experimental española (2012). Luciano Feria fue coordinador del Seminario Humanístico de Zafra, miembro de la Junta Rectora de la AEEX y secretario del premio de narrativa española “Dulce Chacón”.
   Ahora, la editorial chilena RIL en su sede barcelonesa publica El lugar de la cita, su primera novela, que se presenta en su primer apartado extenso (“La plaza Grande”) como continuación, en un género distinto, de su último poemario; nos encontramos ante una narración en forma de diario que recoge entradas de diversa temática en las que dominan las notas de lectura (de obras preferentemente filosóficas), recuerdos de sus tareas (como coordinador del Seminario, como profesor, como secretario del jurado), anotaciones sueltas, numerosas reflexiones sobre la propia escritura…, muchos de ellos actualizados con comentarios reproducidos entre paréntesis.
   Tras un bloque introductorio (Austro”), sigue otra narración, “Un día, un atardecer”, que permitiría una lectura independiente, pero que se relaciona con el anterior por la continuidad cronológica y la aparición de numerosos personajes comunes a ambos.
   El resultado es una vasta narración (más de 600 páginas), cuya trama no se doblega a los resúmenes, de la que queremos destacar, simplemente, dos características que la vinculan con el panorama narrativo actual. La primera de ellas es que la narración parte desde el “yo” para abrirse, ignoramos con qué grado de manipulación literaria, al entorno de su niñez, adolescencia, juventud y madurez (familia, amigos, compañeros de trabajo y de vocación). La presencia del Escritor como personaje ocasiona que la reflexión sobre la propia escritura (dudas, hallazgos, momentos de desánimo, propósitos…) sea constante. La segunda peculiaridad es el empleo de procedimientos que divulgó en España Javier Cercas en varias de sus novelas, pero que dio a conocer de modo generalizado en Soldados de Salamina, basado un “relato real”: la incorporación a la novela de todo el trabajo de documentación y reflexión sobre la construcción de la obra, de modo que a la vez que la narración de una historia la novela contiene la historia de una narración.
   Reproducimos un breve fragmento en que desde el presente recuerda el día en que su padre llevó a casa una máquina de escribir, ligada desde entonces a un destino vital: la escritura concebida como un proceso de búsqueda de un yo ensencial.

   “Hoy, ahora, delante del ordenador, presiento, pues, que me toca a mí cerrar el círculo abierto por mi padre aquel mediodía luminoso, que, como una brújula tranquilizadora en terrenos desconocidos y ásperos, me sostiene aún con la fuerza de la esperanza. Caminar, teclear, revivir: hubo una vez en que sentiste la armonía con que puede girar el mundo, en que ganaste los lugares remotos que contienen el agua y la serenidad, latitudes suaves donde sentarse a la sombra sin pesadumbre. ¿Cómo renunciar, entonces, a mis mejores intuiciones para realizarme como persona, si, a pesar de estos ocho años de batacazos y desolación, de sed insatisfecha y melancolía, aún poseo la almohada, la energía, las benditas imágenes como tesoro y alimento, tanta añoranza, de una inmarcesible plenitud real y prometedora durante la vida? ¿Cómo olvidar, sin que luego me agostara el remordimiento, la aspiración a escalar los peldaños ardientes de nuestro espíritu? ¡El tú esencial! ¡La añorada novela de mi vida con la que habré de conseguirlo bajo la obediencia ciega de la confianza, reconquistarlo! ¡El lugar de la cita! Teclear, caminar y esperar. Situarme, trabajando, en sazón de recibir. Meditar. Contestar a la llamada que, al destapar la Remington delante de toda mi familia, tan alegre, puro como una resurrección, aquel día me hizo mi padre” [p. 205].

lunes, 13 de mayo de 2019

En Manizales


En Manizales (Colombia). Abril de 1999. Junto con los escritores Octavio Escobar Giraldo, Adalberto Agudelo Duque y Antonio María Flórez, con ocasión de la presentación de Estrechando círculos. Antología del cuento extremeño y caldense (Don Benito, Concejalía de Cultura, 1999).

miércoles, 8 de mayo de 2019

Mi padre


MI PADRE

Eduardo Moga
Gijón, Ediciones Trea, 2019, 114 págs.

   Licenciado en Derecho y licenciado y doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona, Eduardo Moga (Barcelona, 1962), es autor, como poeta (ha cultivado también géneros como el ensayo literario, la crítica o el libro de viajes) de los poemarios Ángel mortal (1994), La luz oída («Premio Adonáis», 1996), El barro en la mirada (1998), Unánime fuego (1999; 2ª edición, 2007), El corazón, la nada (1999), La montaña hendida (2002), Las horas y los labios (2003), Soliloquio para dos (2006), Los haikús del tren (2007), Cuerpo sin mí (2007), Seis sextinas soeces (2008), Bajo la piel, los días (2010), El desierto verde (2011; 2ª edición, 2012), Insumisión (premio al mejor poemario del año de la revista Quimera, 2013; Latino Book Award, EE. UU., 2014), Décimas de fiebre (2014) y Dices (2014). Este mismo año aparece una selección de sus textos en Amargord Ediciones, con prólogo de Jordi Doce, El corazón, la nada (Antología poética 1994-2014). Recientemente, la editorial madrileña Vaso Roto ha publicado Muerte y amapolas en Alexandra Avenue  (2017) y ese mismo año la editorial Libros de Aldarán publica Lo profundo es la piel, una antología de poesía erótica al cuidado del poeta y ensayista Christian T. Arjona.
   Ahora, la editorial asturiana Trea publica Mi padre, una compilación de recuerdos (como los “Me acuerdo” de Georges Perec) de la figura paterna comunicados con sobriedad, sin el menor énfasis, casi en el “grado cero” de la expresión retórica, tan lejanos del perfil del poema preferencial, aunque no único, del poeta (composiciones extensas, de metros amplios y una expresión gozosa y torrencial) hasta el punto de que una de las citas que abre el volumen (de Jamie Sabines. Algo sobre la muerte del mayor Sabines) afirma: “(Me avergüenzo de mí hasta los pelos / por tratar de escribir estas cosas. / ¡Maldito el que crea que esto es un poema!)”. Reproducimos algunos de estos sucintos apuntes.


   A mi padre le gustaba jugar conmigo al ajedrez. Su pieza prefería era el caballo. Y siempre le ganaba. Tras la segunda o tercera derrota, decía: “Venga, ahora voy a jugar en serio”. Y volvía a ganarle.

   Mi padre jugaba muy bien al ganapierde. Es un juego al revés: gana el que menos puntos consigue. Yo intentaba imitar la astucia de sus descartes y, sobre todo, su elegancia, tanto en la victoria como, sobre todo, en la derrota. Ahora no encuentro con quien jugar.

   Mi padre recordaba los bombardeos de Barcelona de la aviación fascista. Sonaban las sirenas, su madre lo cogía de la mano y bajaban corriendo las escaleras de la casa hasta el refugio del metro más cercano. Allí esperaban a que el ataque acabara. A veces, tenían que pasar la noche en los túneles.

   Mi padre roncaba. Tenía apneas que duraban varios segundos. Desde mi habitación, al otro extremo del pasillo, yo oía sus ronquidos como el tronzador de una serrería.

   Una vez vi deambular a mi padre por las calles del barrio. Entraba en un bar y salía. Luego en otro. Parecía ausente, sin rumbo. No le dije nada.

   Mi padre se consideraba un intelectual. A veces lo decía mientras masticaba una rodaja de morcón o una loncha de tocino con la boca abierta.

   Por mucho que me esfuerce, no consigo recordar nada más de mi padre.

   Mi padre se llamaba Abel.

martes, 7 de mayo de 2019

Por la tierra y el trabajo


POR LA TIERRA Y EL TRABAJO
La conflictividad campesina en la provincia de Badajoz durante la II República (19311936)

Hortensia Méndez Mellado
Badajoz, Diputación Provincial, Departamento de Publicaciones, 2018, 484 págs.
Prólogo de Sergio Riesco
Premio “Arturo Barea”, 2017

   Doctora en Historia por la Universidad de Extremadura, licenciada en Antropología Social y Cultural y Curso de Especialización Internacional por la misma Universidad, Hortensia Méndez Pelayo (Cáceres, 1948) ha alternado su servicio como funcionaria del INSS con trabajos de investigación histórica como “Mujeres antifascistas en la Extremadura republicana” (Extremadura y al guerra civil 70 años después de su final: 1939-2009), “Renacer, una asociación de mujeres republicanas” (Extremadura durante la II República, 1931-1936) y “El otro patrimonio: Historia y presente del aeródromo de Cáceres” (Ars et Sapientia, nº 30, 2009).
   En 2018, el Departamento de Publicaciones de la Diputación de Badajoz publicó Por la tierra y el trabajo, un estudio sobre la conflictividad campesina en la provincia de Badajoz durante los años de la Segunda República que había conseguido el premio “Arturo Barea” en 2017. Partiendo de un análisis panorámico sobre la situación de la provincia a comienzos de este periodo (aspectos demográficos, comunicaciones, condiciones de vida, problemas como el latifundio y el sangrante paro obrero), la autora se aproxima a los “actores” del conflicto (terratenientes, propietarios medianos y pequeños, arrendatarios-especuladores, trabajadores asalariados) para historiar a continuación el proceso del conflicto y sus manifestaciones (invasiones, hurtos, incendios, sabotajes y sucesivas huelgas campesinas)
   Reproducimos un fragmento que recoge uno de estos enfrentamientos saldado en esta ocasión con la cesión de los trabajadores que tuvo lugar en el mes de mayo de 1933.

“Al inicio del conflicto los obreros pertenecientes a este sindicato [Sindicato Autónomo de Badajoz] se colocaron en las puertas de la ciudad de Badajoz e impidieron, haciendo uso de distintas formas de coacción, la salida hacia sus puestos de trabajo de los segadores contratados, produciéndose algunos enfrentamientos con la Guardia Civil en la barriada de San Roque a raíz de los cuales terminaron practicándose cinco detenciones.
   El relato de estos hechos puede leerse en el informe que el Primer Jefe de la Guardia Civil envió al ministro de Gobernación, el Inspector General de la Guardia Civil y otros destinatarios:

   A las diez horas me comunicó el Gobernador Civil habíasele anunciado que unos treinta individuos capitaneados por un tal Bocanegra iba por el campo de este término obligando abandonar trabajo a los segadores, dispuso saliera el Jefe de la Línea con tres parejas montadas para impedirlo como ordenaba Gobernador tras recorrer varias fincas los individuos aumentado su número hasta doscientos se dirigían a esta capital al tiempo que una pareja que había destacado el Oficial había detenido a la entrada al Bocanegra que se había adelantado un poco; varios hombres y mujeres de una barriada próxima protestaron de la detención oponiéndose a la conducción así como los doscientos que había capitaneado el detenido que llegaron y todos en tumulto arremetieron a insultos palos y pedradas contra la pareja y contra otra del puesto de San Roque que acudió en auxilio hasta que fueron dominados y disueltos por un Oficial con veinticinco de tropa que envié inmediatamente en automóvil, llegando también poco después el Jefe de la Línea con las dos parejas, el que detuvo una  mujer y tres hombres principales agresores. No hubo afortunadamente heridos, lesionados ni contusos en paisanos ni en nuestra fuerza, sólo han lesionado leve un caballo que cayó con jinete de una pedrada en la cabeza. Ordeno Comandante Segundo Jefe se constituya el Juez instructor diligente carácter urgente”.

   Y como el “Oficio de huelga” había sido rechazado por el Gobierno Civil, los trabajadores afiliados a la Casa del Pueblo, que en un primer momento se habían adherido al conflicto, comenzaron a efectuar las faenas de siega” [pp. 320-321].

Exposición bibliográfica


Propiedad intelectual y derechos del escritor