PELOTA DE TRAPO
Adalberto Agudelo Duque
Ciudad de Ibagué, Tolima (Colombia), Ed. Caza de Libros, 2014, 213 págs.
Adalberto Agudelo Duque
(Manizales, Colombia, 1943) es autor de una dilatada obra literaria, reconocida
con numerosísimos galardones nacionales e internacionales, que se ha abierto a
géneros como la poesía (Los pasos de la
esfinge, 1985; Los espejos negros,
1991; Reloj de luna, 2002) y el
ensayo (Efectos Möebius en la literatura
colombiana, 2003), pero su aportación más valiosa se da en el terreno de
la narrativa, tanto en el relato breve (Primer cuentario, 1980; Variaciones, 1994) como en la novela (Suicidio por reflexión, 1967; De rumba corrida, 1998; Abajo en la 31, 2007, o Toque de queda, 2008). Hace unos meses
Caza de Libros, editorial de Ibagué, publicó Pelota de trapo, novela que había conseguido el premio “Ciudad de
Bogotá” de 2008. Con una marcada predilección por los procedimientos de
construcción experimentales de la novela de los años setenta, se traza en ella
el itinerario de unas gentes humildes apasionadas por el fútbol más auténtico
(el de los obreros que se enfrentan cada semana a un juego bronco, pero noble,
ignorado por los focos y los medios de comunicación), que descubren cómo fuera
de los embarrados campos de fútbol se extiende un mundo más duro aún de “niebla
y roca, de frío y soledad” en donde el único propósito es la supervivencia en
un entorno, humano y natural, extraordinariamente hostil.
“Y de pronto, sin previo aviso,
cesó la tormenta. Un sol grande casi rojo apareció en el cielo y de inmediato
sintió calor en sus ropas emparamadas. ¿Dónde estaba? Reconoció matas de
romero, árnica, pajonales. No había caminos, ni la mancha marrón que le servía
de referencia. Como a trescientos metros intuyó el morado resplandor de un
papal y la cinta ondulante de un penacho de humo. Humo es chimenea, chimenea es
techo, techo es casa, casa es gente. Fue allá. Con el ejercicio, el sol y la
esperanza se dio cuenta de que estaba vivo, no era como pensaba un fantasma
entre los torrenciales paramunos. Una mujer y varios niños salieron a
recibirlo, asustados, incrédulos. Lo demás fue tomar aguapanela caliente,
comer queso, cambiar de ropas y arrimarse al fuego para evaporar el susto de
saberse perdido, lejos del campamento, pero cerca de la vida todavía” [p. 12]