POEMAS
ENUMERATIVOS
Eduardo Moga
Zaragoza. Olifante. Ediciones de poesía, 2024, 121 págs.
Prólogo del
autor
Poeta, traductor
y crítico literario, Eduardo Moga
(Barcelona, 1962) es licenciado en Derecho y licenciado y doctor en Filología
Hispánica por la Universidad de Barcelona. Es también diplomado en
Estudios Avanzados por la Universidad de Barcelona; diplomado en Función
Directiva (Área Gerencial) por la Escuela de Administración Pública de
Cataluña; y Máster en Administración Pública por ESADE-Universidad Ramon Llull
(Barcelona).
Como poeta, es
autor de los libros Ángel mortal (1994),
La luz oída («Premio Adonáis», 1996),
El barro en la mirada (1998), Unánime fuego (1999; 2ª edición, 2007), El corazón, la nada (1999), La montaña hendida (2002), Las horas y los labios (2003), Soliloquio para dos (2006), Los haikús del tren (2007), Cuerpo sin mí (2007), Seis sextinas soeces (2008), Bajo la piel, los días (2010), El desierto verde (2011; 2ª edición,
2012), Insumisión (Premio al mejor
poemario del año de la revista Quimera, 2013; Latino Book Award, EE. UU., 2014), Décimas de fiebre (2014), Dices (2014), El corazón, la nada (Antología poética
1994-2014) y Lo profundo es la piel (2017), Muerte y amapolas en Alexandra avenue (2017), Tú no morirás (2021) y Hombre solo (2022)
Entre su experiencia en el desempeño de funciones en el
ámbito de la promoción cultural, destaca su trabajo como crítico literario para
diferentes publicaciones de gran prestigio nacional (Letras Libres, Cuadernos Hispanoamericanos, Revista de Occidente,
Ínsula, Quimera, etcétera); como conferenciante en diferentes universidades
e instituciones sobre asuntos literarios y editoriales; como profesor de
Talleres de Escritura Creativa en Londres; y como miembro del consejo editorial
de la revista universitaria londinense Poem,
entre otras actividades.
Ha publicado,
asimismo, el libro de viajes La pasión de
escribil (2013), una selección de entradas de su bitácora, Corónicas de Ingalaterra, con el título
de Corónicas de Ingalaterra. Un año en
Londres (con algunas estancias en España) (2015), y los ensayos De asuntos literarios (2004), Lecturas nómadas (2007), La poesía de Basilio Fernández: el esplendor
y la amargura (2011), La disección de la rosa (2015), Homo legens (2017), El oro de la sintaxis (2020) y Lector que rumia (2023). Ha codirigido la colección de poesía de DVD ediciones
desde 2003 hasta 2012. Mantiene el blog Corónicas de Españia. Durante
unos años fue director de la Editora Regional de Extremadura y coordinador del
Plan de Fomento de la Lectura. Ahora la
editorial zaragozana Olifante publica Poemas enumerativos, un conjunto de
composiciones basadas en este procedimiento retórico que atraviesa, como
recuerda en un necesario y esclarecedor prólogo, toda la literatura universal
desde Hesíodo a Whitman o Borges, con la diferencia de que lo que suele ser un
ingrediente de una obra mayor es aquí el único componente del poema (y en esto
reside parte de la singularidad del libro). En su composición, considera el
poeta, “la
elección de los elementos que integran la enumeración supone un juicio, y la
del orden en que se disponen, otro: ambos unidos por la voluntad de discernir
el mundo. Las paradojas que contenga, las metáforas que la acrezcan, los
incontables matices que incorpore la enumeración, so abreviaturas: formas de la
elipsis, que permite que lo que exigiría innumerables oraciones se exprese con
un fogonazo, y luego con otro, y otro, hasta dibujar un gran resplandor global,
una iluminación que sustituye lo fatigoso o lo dilatado por lo enteco y lo
certero” (p. 13). Reproducimos un fragmento del poema titulado “La depresión”.
“No dormir. Que los colores palidezcan.
Caminar más despacio. Que cueste abrir un libro. Que cueste leer un libro. No
leerlo. Que cueste sonreír. Sonreír pese a todo. Sentir barro dentro. Pasar horas
sentado en el sofá. No atarse los cordones de los zapatos. Salir de casa con
ropa ligera cuando hace frío o abrigado cuando hace calor. No salir de casa. No
dormir. Que la conciencia sea un páramo por el que vago como si me ahogara. Que
ahogarme no me preocupe. No comer. Comer demasiado. No dormir. Que irrite una
puerta que se cierra de golpe, una palabra bienintencionada, mi nombre
repetido. Saber que debo amar a alguien, pero no poder hacerlo. No disfrutar
con dos huevos fritos o una película de Woody Allen. No saber quién está
haciendo lo que hago. Dejar de hacerlo. La pastilla de sertralina. No dormir.
Que las horas se alarguen como lombrices. Tener la culpa de mi mal. Ver sin
ver. No dormir. No ir al gimnasio. Que no se me levante ose me levante a
destiempo. Sentir el punzón de la melancolía labrándome la piel por dentro.
Creer que la oscuridad es el estado natural de las cosas. Sentir que la
conciencia, purulenta pero invencible, siempre está ahí, en las horas espesas
del día, en las horas eternas de la noche” [p. 44].