EL VIAJE ÍNTIMO DE LA LOCURA
Roberto Iniesta
Gernika, El hombre del saco, 2009, 371 págs.
Como ciertos arranques propios del cuento, El viaje íntimo de la locura, la primera novela de Roberto Iniesta (Plasencia, 1962, se inicia con lo anómalo irrumpiendo en la normalidad de una vida cotidiana y tediosa. Al igual que su padre y su abuelo, don Severino es un prestigioso notario de provincias que vive en la vieja casa familiar y ha decidido someter su vida a una rutina de días repetidos (trabajo en el despacho, misas de domingo, aficiones sedentarias…), un existir que guarda ciertas similitudes con el perfil del buen Alonso Quijano antes de su salida de la aldea: ambos están completamente solos, los dos viven sumidos en sus lecturas (libros de caballería, tratados de derecho), en contacto con mujeres con las que no hablan (ama, sobrina / una vecina, la sirvienta)… pero entre ellos hay una diferencia sustancial: don Severino no sueña con una vida distinta, Alonso Quijano sí, de ahí que este salga en busca de aventuras; en el caso de don Severino, serán las aventuras las que vengan a buscarlo. Y las aventuras, y el desconcierto, comienzan, para él, cuando algo ataca lo más sólido de su existencia: los cimientos de su propia casa.
Antes de que eso suceda, el tiempo fluye, para el personaje, en una corriente continua de instantes inaprensibles, perfectamente descrita:
“No transcurría un invierno sin que don Severino se hiciera la firme promesa de arreglar el jardín, y no había llegado el verano que viera cumplido el sueño. Por eso el deseo permanecía vivo, porque un sueño es un deseo que desaparece si se deja coger. Un sueño cumplido es un deseo muerto. Quizá fuera esa la oculta sinrazón que hacía que a don Severino, el menos soñador de los mortales, las primaveras se le escurrieran entre los dedos como si no apretase bien; como si tuviera flojo el esfínter por donde se nos escapa el tiempo; como si los días, las semanas y los meses, unidos en cadeneta, formaran un bloque indivisible en donde los momentos fueran imposibles de aislar, en donde el ahora, arrastrado por la corriente, no hallara un sitio libre en el que posarse y descansar. El ahora. Lo que nunca encontraba don Severino” [p. 18]