LA CHICA QUE SOÑABA CON UNA CERILLA Y UN BIDÓN DE GASOLINA
Stieg Larsson
Ed. Destino, Barcelona, 2008
Cada cierto tiempo irrumpe en el panorama literario, especialmente en el narrativo, una obra que, de modo imprevisto, se convierte en todo un fenómeno literario, vertido en grandes tiradas, traducción a numerosos idiomas, adaptaciones cinematográficas y una extraordinaria unanimidad lectora. Stieg Larsson (Suecia, 1954), periodista y reportero especializado en los grupos de extrema derecha antidemocrática, falleció en 2004 sin conocer el rotundo éxito que tendría primero en Suecia y, más tarde, en toda Europa su trilogía Millenium, compuesta por Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, publicadas en 2008, y La reina en el palacio de las corrientes de aire, esta última de aparición inminente.
Los hombres que no amaban a las mujeres desarrolla de modo paralelo varias líneas argumentales reunidas en torno a Maikael Blomkvist, en cierto modo contrafigura del propio escritor, un colaborador de la revista Millenium especializado en desvelar cualquier forma de corrupción, pero en especial aquellas con las que el poder suele ser más indolente o permisivo. Mientras procura salir del desprestigio en que lo ha sumido un poderoso empresario y su grupo de abogados, Blomkvist investiga, por encargo de un anciano, la desaparición de una joven, probablemente asesinada, sucedida tiempo atrás. Y es entonces cuando irrumpe en la trama Lisbeth Salander, empleada ocasional de una empresa de seguridad, que le prestará una ayuda impagable.
Si en esta novela el protagonismo corresponde al intrépido periodista, en La chica que soñaba con una cerilla... será la joven quien soporte el peso de una trama que sigue, como la narración anterior, los esquemas de la novela negra, combinando una intención lúdica (al fin, la elucidación de un enigma) con un propósito crítico y testimonial de ciertos males que aquejan a las sociedades más confiadas (el funcionamiento de los sistemas policial y judicial, el trasfondo del mundo empresarial...).
Ambas novelas, muy voluminosas, logran sobradamente lo que se proponen, una lectura sin pausas ni desmayos, y ambas exhiben sin ningún complejo los procedimientos a que recurren las narraciones que aspiran a best-seller, para erigir un mundo simplista, y por tanto tranquilizador, de buenos y malos relatado desde una perspectiva políticamente correcta (socialdemócrata con tonos libertarios, para entendernos). Marcados por una toma de partido previa a la narración, los personajes engrosan las filas del mal (empresarios predadores, periodistas y policías corruptos, traficantes de esclavas sexuales procedentes de países empobrecidos, jefes de sectas, sicólogos y abogados que convierten los protocolos judiciales de tutela en métodos de represión y control...) o militan resueltamente en el bando del bien (periodistas e investigadores guiados por la búsqueda de la verdad, jóvenes desinhibidos que aceptan con naturalidad cualquier forma de convivencia erótica...), y es la concepción, igualitaria o discriminatoria, de la relación entre los géneros y del papel de la mujer en la sociedad, la que suele situar a los personajes en una u otra facción, porque, en realidad, la presente novela también habla de hombres que no aman a las mujeres.
La narración, extensa y compleja, con derivaciones imprevistas, líneas anunciadas que no poseen desarrollo y pistas falsas, se abre con un bloque autónomo, casi una novela corta, sobre un “caso” resuelto con brillantez por la protagonista mientras pasa unas breves vacaciones en la isla caribeña de Granada, lo que anuncia su protagonismo en nuevas investigaciones cuando de regreso a Suecia se vea envuelta en una sórdida trama plagada de oscuras amenazas. Pero por encima de episodios novedosos o desenlaces sorprendentes aunque verosímiles (una de las reglas de oro del género), lo que otorga gran parte de originalidad a estas novelas tiene que ver con la personalidad de la protagonista, descrita casi como un caso clínico del síndrome de Asperger: una joven antisocial y excéntrica que oculta un odio visceral hacia cualquier forma de autoridad, hacker despiadada, notable ajedrecista, boxeadora (con un metro cincuenta y cuarenta kilos de peso, pero había que dar credibilidad a las escenas de acción), brusca y displicente, pero por todo ello un personaje también “sobreactuado”, sin evolución sicológica, muy próxima a una heroína de videojuego. Y es que, toda la novela, que ningún lector que busque en la literatura un divertimento inteligente debería perderse, se halla emparentada con cierto cine de acción o con esos juegos de rol con una marcada deriva gore (abundan las secuencias de una violencia extrema), que no toleran la revisión, del mismo modo que estas novelas no permiten la relectura.