EL RELOJERO DE YUSTE
Los últimos días de Carlos V
José A. Ramírez Lozano
A Coruña, Ediciones del Viento, 2015, 197 págs.
XIX premio de novela Ciudad de salamanca
Aun cuando se inició como
poeta, José Antonio Ramírez Lozano (Nogales, 1950) ha desarrollado de modo
paralelo una nutrida trayectoria de poemarios y narraciones que comparten
motivos repetidos y similares predilecciones formales. Objeto de numerosísimos
galardones, su obra en prosa se inició con Don
Illán (Orihuela, 1978), una narración corta con algunas de claves de su
mundo narrativo, a la que han seguido otros muchos títulos. Ahora, la editorial
coruñesa Ediciones del Viento publica El
relojero de Yuste, novela que ha recibido el XIX premio “Ciudad de Salamanca”
de 2015 concedido por un jurado presidido por Luis Alberto de Cuenca. Tras un
fatigoso viaje desde Tornavacas a Jarandilla, el Emperador acabará recalando en
el monasterio cacereño asediado por el dolor y la enfermedad (y por unos
frailes escandalizados por sus predilecciones profanas: la pasión por los
relojes y por la cerveza, las huellas de Erasmo en sus opiniones…). Cierta
noche le asaltará un sueño a la postre premonitorio.
“Soñó que el vidrio cruel de la
gota le atenazaba los dedos y que, desvelado en mitad de la noche, salía a la
antecámara buscando el alivio del vino de sen. Y que se asomaba a la ventana y que
allí, en mitad de las sombras, bajo la fronda oscura del laurel, entre la tierna
granazón de aquel huerto, descubría la figura de un negro jinete, caballero
sobre un potro negro. Y que, intrigado, se asomaba al alfeizar por más reconocerlo y averiguar qué hacía allí
tan extraño personaje.
-¿Qué buscas en mitad de
la noche, caballero? –le inquirió.
-Ando a la caza, señor.
Otra no tengo por oficio.
La suya era una voz fosca, sin
timbre apenas, hecha de la opacidad de su propio vacío.
-¿Qué caza la vuestra,
caballero, si las sombras desmerecen el noble arte de cetrería? Sacude tu
penumbra. Muéstrame el engaño de tu cimbel.
-No hay celada mejor que
las tinieblas, Carlos.
Cuando escuchó que lo llamaba
por su nombre, Carlos sintió un relente frío por sus huesos.
-¿Quién eres? Dime. ¿Qué
arma es la tuya?
-No tengo más armas que la
espera. Sólo con aguantar poseo cuanto codicio. Cada uno de tus días cuentan de
mi parte, Carlos.
-¡Maldita! Eres la Muerte,
sí , lo sé.
-Soy la que no soy. La que
vive del no ser de los demás.
-¡Largo de aquí o te
echaré mis perros!
En ese mismo instante los
perros dieron en ladrar y lo desvelaron sacándolo del sueño. Aturdido, sin
acertar a distinguir del todo la realidad de los soñado, se levantó como pudo y
los halló junto a la ventana, ambos alzados de manos, rampantes, sus hocicos
feroces pegados al cristal. No comprendía cómo sus mastines habían podido
intuir la escena soñada. Abajo, entre los laureles no llegaba a distinguir
sombra alguna. La luna de febrero bruñía la plata del estanque y apenas una
hoja se movía en el parral”. [pp. 84-85]