viernes, 16 de diciembre de 2016

Lapsus calami


   Al rescatar un artículo aparecido en un semanario comarcal (“Horrores y erratas”, en Vegas Altas), me vino a la memoria otra entrada de este blog en la que recordaba cómo mi padre solía repetir una anécdota en que dos castizos campesinos de pura cepa dialogaban:

“- Ulogio, ¿no has oído rebuznar un burro esta madrugá en la sierra la Herraúra?.
- Sí que lo oí.
- Pos era yo, je, je”.

(El que rebuznó era, claro, su burro, con el que había ido a la sierra en busca de una carga de leña, un buen ejemplo de metonimia: el amo del rucio por el rucio).

   Y esto, a su vez, me recordó un pasaje de la última parte de 2666, la novela póstuma de Roberto Bolaño, en el que recoge de otro libro (Museo de errores de Max Sengen) varios “lapsus calami”. He aquí algunos:

“¡Pobre María! Cada vez que percibe el ruido de un caballo que se acerca, está segura de que soy yo” (Chateaubriand).

“La tripulación del buque tragado por las olas estaba formada por veinticinco hombres, que dejaron centenares de viudas condenadas a la miseria” (Gaston Leroux).

“¡Vámonos”, dijo Peter buscando su sombrero para enjugarse las lágrimas” (Zola).

“El Duque apareció seguido de su séquito, que iba delante” (Daudet).

“Empiezo a ver mal, dijo la pobre ciega” (Balzac).

“Después de cortarle la cabeza, lo enterraron vivo" (Henri Zvedan).

“Tenía la mano fría como la de una serpiente” (Ponson du Terrail).

jueves, 15 de diciembre de 2016

Premios Luis Landero


PREMIOS LUIS LANDERO
25 años de Historia, 25 años de historiaS

VVAA
Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2016, 128 págs.

   Acaba de ver la luz un volumen de relatos que conmemora los veinticinco años de existencia del concurso de narraciones cortas “Luis Landero”, así como los once del certamen hermano de relatos hiperbreves. El libro, que recoge los relatos finalistas y ganadores de los certámenes de 2014 y 2015, se abre con unas “palabras iniciales” de María Luciana Pintor Gemio (Directora del IES Castillo de Luna), Ángel Vadillo (Alcalde de Albuquerque), José Antonio Agúndez (Director General de Promoción Cultural), Dionisio López Fernández (Responsable del XXV Aniversario) y Luis Landero. En el acto, Luis animó a los chicos participantes a “escuchar y contar. Escuchar y contar para que a la muerte de nuestros mayores no siga esa segunda y definitiva muerte que es el olvido. Porque cuando algo se olvida es algo que ha muerto ya de un modo definitivo y para siempre. Y ese creo que debe ser también nuestro oficio: recordar y recordar sobre todo a los que tanto hicieron por nosotros” [p. 35]
   Reproducimos tres de los microrrelatos ganadores.

SIRENAS Y HADAS
   ¿Por qué las sirenas no vuelan y por qué las hadas no nadan? –preguntó un alumno de la clase de magia.
   Eso nadie lo sabe, aprendiz –dijo el profesor. Y de repente, la ola arrasó toda la habitación apagando poco a poco las palabras del profesor.
[Víctor Durán Maldonado]

CAMBIOS
   Por fin llegó a casa, agotado. Empezó a quitarse esos zapatos tan caros y los pantalones del ridículo traje de chaqueta que tenía que llevar todos los días. Se aflojó la corbata y la puso sobre la cama, desabrochó su camisa y la dejó caer al suelo. Se puso una camiseta de Pau Gasol y unos pantalones de pijama y se miró al espejo. De nuevo volvía a ser un niño.
[Lucía Orantos Ordóñez]

   Ellos se querían y luchaban por su amor, pero a pesar de todo, las cosas se les complicaban y no podían estar juntos. Al final, decidieron separase. Ella tomó el camino de la derecha y él el de la izquierda, pero se les olvidó que la tierra es redonda.

[Alicia Bernal Román]

Horrores y erratas


“E impaciente espera
alguna moza,
que le toquen “El sitio
de Zaragoza”
(J.F.J.)

   Aliquando bonus dormitat Homerus: “Incluso el buen Homero duerme a veces” aseguraban los comentaristas clásicos cuando encontraban un error en sus obras (básicamente, cuando hacía combatir a un guerrero cuya muerte había narrado antes). Este artículo contiene un repertorio de dislates poéticos de naturaleza dispar: empeños frustrados, malvadas erratas, disparates léxicos. Pues si bien es cierto que los poetas son los escritores que suelen llevar al límite expresivo todas las potencialidades que una lengua tiene inseminadas, también lo es que el poema no tolera errores (que la prosa hace menos visibles: baste pensar en los numerosísimos deslices cervantinos en el Quijote que no merman un ápice de su valor como obra fundacional). Entre ellos, no consideraremos, naturalmente, las “afirmaciones falsas”, pues, en realidad, el escritor comparece en el poema como actor, por lo que la voz poética que habla en él pertenece también a la ficción, y así Francisco de Quevedo puede empezar un soneto diciendo “Hijos que me heredáis...”, cuando sabemos que murió sin descendencia (su único heredero fue un sobrino, Pedro de Alderete, que le correspondió editando pésimamente su obra). Hay, sin embargo, otros casos, en que ninguna explicación puede arreglar el estropicio.
   En un apartado titulado “Tontología” de la revista Carmen que Gerardo Diego dirigía durante los años veinte, el poeta santanderino incluyó una desafortunada cuarteta de uno de los más grandes poetas del siglo XX, don Antonio Machado (“Ni vale nada el fruto / cogido sin sazón, / ni aunque te elogie un bruto / ha de tener razón”). Todo esto es cierto, pensaría Diego, pero con obviedades así no se elabora un poema.
   Uno de los más conocidos romances de García Lorca es el que comienza “Las piquetas de los gallos / cavan buscando la aurora”. En este par de versos, el poeta granadino homenajeaba al Poema de Mio Cid, en que se describe el amanecer con un verso precioso (o preciso, pues en poesía ambos adjetivos suelen ser sinónimos): “Apriessa cantan los gallos e quieren crebar albores”. Lorca entendió que “gallos” era el sujeto tanto del primer verbo como del segundo, de modo que los gallos, además de cantar, rompían el amanecer (por eso los identificó con “piquetas que cavan”), cuando, en realidad, el verso solo dice “cantan los gallos y está a punto de romper la mañana”. Un caso curioso en que una lectura errónea está en el origen de un arranque lírico brioso.
   En una de sus más conocidas, y peores, rimas de Gustavo Adolfo Bécquer, éste confiesa a la amada que “poesía eres tú”, mientras “clavas en mi pupila tu pupila azul”, pero azul (o verde o marrón) solo puede serlo el iris, la pupila siempre fue negra.
   Dos conocidos escritores nos han dejado memoria de cómo eran asediados por jóvenes en busca de un ansiado apadrinamiento. Heine recibió dos poemas de un escritor novel para que le diera su opinión. Él cogió uno, lo leyó, y afirmó rotundo: "No le quepa la menor duda: el otro es mejor". Mark Twain, redactor de una revista literaria, tuvo que leer una poesía muy mala enviada por un “espontáneo” y titulada “¿Por qué vivo?”. La devolvió con una nota al pie: “Usted vive porque envió la poesía por correo en lugar de entregármela personalmente”.
   La presencia de erratas en los libros parece una enfermedad irremediable (aunque no llegue al punto de un poemario del mexicano Alfonso Reyes, del que un crítico afirmó: “Nuestro amigo Reyes acaba de publicar un libro de erratas acompañado de algunos versos"). El asunto ha llegado a ser objeto incluso de una monografía, Vituperio (y algún elogio) de la errata (Renacimiento, 2002), de José Esteban, quien confiesa cómo introdujo intencionadamente en un poema de Ramón de Garciasol dedicado a la esposa dormida, repleto de amor y ternura, una mínima variante que no solo destrozó el último verso (“Y Mariuca se duerme y yo me voy de putillas”), sino que arruinó la composición entera. Pero hay más casos.
   De cierto poeta chirle decían sus más furibundos críticos que era tan malo que hasta las erratas mejoraban sus poemas. No era una apreciación exagerada: en cierta ocasión escribió “conocía Arabia palmo a palmo” (un verso correcto sin más); el impresor convirtió esta afirmación anodina en un hallazgo poético: “conocía Arabia palmo a palma”, algo que provocó un disgusto monumental en el buen hombre.
   Pablo Neruda en Para nacer he nacido recuerda que Altolaguirre, director de una revista y una editora con el mismo nombre, “Litoral”, publicó a un versista rimador cubano un libro de poemas, elegantemente impreso, con la siguiente errata: donde debía decir "Yo siento un fuego atroz que me devora" el impresor cambió radicalmente las preferencias eróticas del poeta al reproducir "Yo siento un fuego atrás que me devora" (parece ser que el poeta tiró todos los ejemplares al mar).
   Hasta un poeta tan enfermizamente meticuloso como Luis de Góngora acierta al describir al desdichado pretendiente de Galatea, el cíclope Polifemo, cuando recuerda que “... un ojo ilustra el orbe de su frente”, pero el gigantesco pastor parece olvidarse más delante de su mitológica singularidad (“o derivados de los ojos míos”).
   Nadie parece librarse de la devastadora epidemia de las imprentas, y sin embargo tampoco ellas han podido con la fuerza expresiva de esta singularísima manera de comunicación humana en que las palabras parecen, cuando las erratas lo permiten, recién creadas por el hombre: “Dale al aspa, molino, / hasta nevar el trigo...”

sábado, 10 de diciembre de 2016

Pecado


PECADO
Laura Restrepo
Madrid, Alfaguara, Col. Narrativa Hispánica, 2016, 347 págs.

   Nacida en Bogotá en 1950, Laura Restrepo se graduó en Filosofía y Letras en la Universidad de los Andes y posteriormente hizo un postgrado en Ciencias Políticas. Tras un sobrecogedor testimonio de la violencia recogido en su reportaje Historia de un entusiasmo, publicó las novelas La isla de pasión (1989), Leopardo al sol (1993), Dulce compañía (ganadora del premio “Sor Juana Inés de la Cruz” de novela de1997 escrita por mujeres, que otorga la Feria Internacional del Libro de Guadalajara), La novia oscura (1999), Delirio (VII premio Alfaguara de 2004), que la dio a conocer a nivel internacional, La multitud errante (2001), Olor a rosas invisibles (2002), Demasiados héroes (2009) y Hot sur (2013). Recientemente, ha publicado, también en Alfaguara, Pecado, un libro de siete relatos relacionados entre sí, enmarcados por un texto titulado Peccata mundi 1 y 2, en donde evoca a Felipe II obsesionado por su cuadro preferido, El jardín de las delicias de Hieronymus Bosch, del que reproducimos un fragmento.
   Presentado el pasado mes de septiembre por Juan Diego Mejía, director de la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín (en donde la autora recordó la anécdota en que un chico le preguntó: “Entonces, ¿vos sos escritora?”, “Sí”, “Yo pensé que los escritores estaban todos muertos”), los relatos, de diverso perfil, se ajustan a un esquema de “crimen y castigo”, aunque el crimen no sea más que el inocente deseo de labrarse la felicidad y el castigo no provenga de los dioses, como sucede en el primer relato, “Las Susanas en su paraíso”, en que la localidad ribereña de San Tarsicio, lo más parecido al edén, será arrasado por la doble maldición “bíblica” de SIDA y de los paramilitares.
   En el fragmento seleccionado, con un marcado carácter “prologal”, Felipe II cree ver confirmado en el cuadro del Bosco un mandato divino que refrendará su mentalidad inquisitorial.

   “Desde el panel izquierdo parece tronar la advertencia: comer la fruta es pecado. La palabra resuena en las alturas, pronunciada por primerísima vez. Peccatum en latín, aunque quizá el Dios vivo la haya dicho en arameo.
   El tríptico refuerza en Felipe la convicción de que su propia misión es hacer eco de la voluntad de Dios, encabezando la cruzada contra el peccatum y defendiendo a sangre y fuego la causa de la vera religión.
   Pero no todo está bajo control. Como los súbditos de Felipe, también las criaturas del Bosco desoyen la orden divina y persisten en la acción, que se desenvuelve como melodrama y deja prever un final trágico. Ni al Gran Pulpo ni al Gran Rey debe agradarles que en el hormiguero cunda el desorden. Yo amo a la humanidad sumisa, dice el Uno y repite el Otro, pero hombres y mujeres hacen lo que les viene en gana. Allá ellos. Que se atengan a las consecuencias.
   El postigo de la derecha recibe con ebullición de fuegos y martirios a los Comedores de Fruta, a partir de ahora llamados peccatores: los adúlteros, lso incestuosos, los soberbios, los indiferentes, los criminales. Aquí pagaran todos por sus peccata.
   Éste no es un infierno; éste es el Infierno: un sótano de arrepentimiento y castigo mediante tortura que podría servirle a Felipe como arquetipo para su Inquisición: la aplicación metódica de un protocolo de dolores, o el suplicio como arte de retener la vida en el sufrimiento, subdividiéndola en mil muertes (La Breton)”. [pp. 17-18]

jueves, 8 de diciembre de 2016

Los celos de Zenobia


LOS CELOS DE ZENOBIA
José A. Ramírez Lozano
Valencia, Ed. Pre-Textos, 2016, 143 págs.
XXIV premio de Novela Breve Juan March Cencillo

   Aun cuando se inició como poeta, José Antonio Ramírez Lozano (Nogales, 1950) ha desarrollado de modo paralelo una nutrida trayectoria de poemarios, libros de literatura infantil y juvenil (aparecidos en editoriales como Edelvives, Alfaguara, Algaida, Kalandraka, Anaya, S. M. o Hiperión) y narraciones que comparten motivos repetidos y similares predilecciones formales. Objeto de numerosísimos galardones (Azorín, Claudio Rodríguez, Juan Ramón Jiménez, José Hierro, Blas de Otero, Ricardo Molina, premio de la Crítica Andaluza o los extremeños Ciudad de Badajoz, Felipe Trigo o Cáceres de novela corta).  Su obra en prosa se inició con Don Illán (Orihuela, 1978), una narración corta con algunas de claves de su mundo narrativo, a la que han seguido otros muchos títulos.
   Ahora, la editorial valenciana Pre-Textos publica Los celos de Zenobia, que ha conseguido el XXIV premio de Novela Breve Juan March Cencillo. Partiendo de una conocida cita de Juan Ramón Jiménez que provoca los celos de Zenobia del título (“Yo tengo encerrada en mi casa, por su gusto y el mío, a la Poesía, y nuestra relación es la de dos apasionados”), la trama de la narración desarrolla la obsesión del poeta por “desnudar” una poesía demasiado “impura”, el intento por eliminar de su trayectoria sus primeros libros (con visitas al pulcro y atildado Azorín, a Unamuno, a Pedrito Salinas…), la fuga de la joven (Juan Ramón y Juan Guerrero la buscan en casa del jaranero Manuel Machado, del sobrio y desmañado Antonio, mientras tratan de eludir el lúbrico acoso de Neruda), y el viaje a Casablanca momento en que las referencias y guiños culturales, numerosísimos en toda la novela, saltan de la poesía al cine,

“-¡Qué iracundia de hiel y sinsentido! –explotó Juan Ramón.
   Era ella. Aún la creía suya para siempre. Aunque ahora tuviese los labios pintados de carmín y el alma negra de nicotina. Aunque las sucias manos de los hombres berrendos se arrancasen de sus butacas para tocarla.
-¡Oh, no! –gritó. ¡No la toquéis ya más!
   Ella debió reconocerlo entonces. Tuvo, si acaso, un estremecimiento, una mirada esquiva que amparó la penumbra. Y nada más. Luego fue la perfidia lo que asomó a sus labios porque pasó a cantar una balada con la letra de uno de sus versos, lo que agrió la sangre al de Moguer.

¡Oh, bajo los pinos,
tu desnudez malva,
tus pies en la tierna
yerba con escarcha,
tus cabellos, verdes
 de estrellas mojadas.
…Y tú me dirás
huyendo: ¡Mañana!

   Acabó. Ella apagó con desprecio el pitillo y fue apoyando su lascivia perversa contra la caoba del piano. Y se fue desnudando. Y todos le sonreían.
-¡Qué no la toquéis ya más, he dicho! –volvió a gritar él todavía en su vieja locura de tenerla.
Pero, esa noche terrible de café, entendió que ya era tarde y que ella no volvería con él. La supo para siempre comunal como el güisqui, impura como el sueño maldito de los hombres” [pp.142-143].


miércoles, 7 de diciembre de 2016

Nunca se cansa: es de roca


   En septiembre de 2009, cuando este blog tenía pocas visitas, subí esta fotografía tomada en las proximidades de una vieja base militar en el Risco de la Villuerca. Mis hijos, por entonces unos niños, discutían sobre la imagen (“Es un caracol”; “No, es un conejo”). Uno, envenenado de literatura, recordó unos versos de Antonio Machado en que aparecen animales pétreos de más prosapia literaria: “En la sierra de Quesada / hay un águila gigante, / verdosa, negra y dorada, /siempre las alas abiertas. / Es de piedra y no se cansa”. // Pasado Puerto Lorente /entre las nubes galopa / el caballo de los montes. / Nunca se cansa: es de roca”.
   Hilario Barrero, profesor de literatura en la Universidad de Nueva York y experto en el novelista navarro Félix Urabayen, me contestó con unas líneas (“Amigo Simón: Muchas gracias por la fotografía. Tú te has acordado de Machado y yo te he escrito estos ripios.... Felices fiestas. Un abrazo”). El poema, sin un solo ripio, también recuerda, creo, al mejor Machado.

”Allí donde el viento escupe
nieve aterida de frío,
está la de Guadalupe:
sierra del escalofrío.

¿Perro, caracol, conejo?
Cresta de plata engarzada,
ola dormida, un espejo
donde se mira la nada.

Vela de un barco a deriva
en un azul velazqueño,
museo de roca viva,
isla en un lienzo pequeño.

Tu bella fotografía
enigma sin resolver
me trae la melancolía
de ver lo que no se ve”.

martes, 6 de diciembre de 2016

Haikú del otoño




Mira el aliso
cómo se lleva el Gévora
sus hojas muertas.



sábado, 3 de diciembre de 2016

Insumisión


INSUMISIÓN

Eduardo Moga
Madrid, Vaso Roto Ediciones, 2013, 133 págs.

   Llevo una temporada leyendo en los ratos de ocio Insumisión, de Eduargo Moga (Barcelona, 1962), que el escritor tuvo a bien regalarme en Manizales (Colombia) tras hacerse con varios ejemplares comprados a un precio notablemente inferior al que es vendido en España. Como en casi toda trayectoria poética, en la del autor barcelonés también podríamos hablar de poemarios mayores y menores, sin dar a estos adjetivos un sentido valorativo, pues los logros líricos pueden conseguirse tanto en las composiciones graves y extensas como en los textos breves y ligeros. Si un libro como Los haikus del tren (Almería, El Gaviero Ediciones, 2007), siguiendo el modelo canónico, pretende captar en escuetas fulguraciones líricas instantes del presente, Insumisión es, sin asomo de duda, un poemario mayor, reflexivo y profundo, que es a la vez, para este lector, un alegato moral y una propuesta estética.
   En él alternan extensos poemas en verso libre con composiciones en prosa fronterizas entre varios géneros, como la reseña, el ensayo, el artículo periodístico o el  poema en prosa. De ese modo, “dos mundos se entrelazan: el del yo, íntimo y subjetivo, que se revela en los poemas más líricos, y el de nosotros, que se centra en el exterior, en lo histórico, plasmado en poemas en prosa atentos a la realidad social que, desde lo narrativo, hablan con ironía de lo que más duele, aquello de lo que el ser humano no puede desligarse y sin embargo no puede abrazar” [Nota de contraportada].
   Me han llamado la atención, entre las composiciones en prosa, la elaborada con citas ajenas, que comienza “Una vía de agua es siempre más inteligente que el capitán del barco” [Jesús Agudo] o la extensa enumeración de animales, plantas, lugares y gentes que pudieron ver los hombres enrolados en la expedición de Alejandro Malaspina, toda una celebración léxica que arranca de este modo: “El cacto, el helecho, el ostrero, el zampullín o somormujo, el martín pescador, el cormorán, el ibis, la zarigüeya, la gibarta, los indios huiliches, el río BíoBío, los indios de Renquelque, los indios camboyanes, Talcahuano, el puente de Calicantos, el Tajamar del río Mapocho, Copiacó, la isla de San Ambrosio, la pasiflora, la yuca, la alpaca, el río Napo, los indios camuchinos, los indios iquitos, los indios capanaguas, los indios casibos, los indios chispeos…”.
   Reproducimos un fragmento de una de las primeras composiciones en verso libre. De temática amorosa, la dicción demorada y reiterativa, indicio expresivo de una profunda obsesión, parece responder a una de las citas con que se abre el poemario: “Voy a terminar de escribir todo esto –para seguir escribiéndolo interminablemente” (David Huertas, Incurable, “Rayas”)

[Fragmento]

“No sé de dónde vienes. Abro los ojos, y no sé de dónde vienes,
pero ahí está tu cuerpo, ocupando un lugar cierto,
un lugar geológico
y matemáticamente incorporal
en la realidad, que es un camino,
aunque no sepa de dónde vienes
y ese camino no discurra por la tierra
y solo sea la proyección instantánea
de tu estar indudable,
de tu estar mientras pasas, sin piedra ni mundo
ni tiempo
ni tú.
Pero tú estás, ciertamente,
mineralmente,
en la provisionalidad de un cuerpo que fue azul
antes de adquirir este matiz de tierra vertebrada, este coágulo
de uñas que vuelan y, no obstante, me acarician,
esta solidificación abstracta
de carne
y de ti.
Pasas frente a los libros que acumulo con la misma voluptuosidad
con que te he querido, desnuda en la penumbra
desnuda, y observo, apenas abiertos los ojos,
que el camino pasa por tu vientre,
que el camino es tu vientre.
No hay atajos,
sino un sendero que se bifurca
a ambos lados de tu cuello,
y se incurva en las dos semiesferas de los hombros,
y desciende por las estribaciones de los omoplatos,
y vuelve, por fin, otra vez, al vientre de donde
ha salido como algo transitorio,
como algo sin origen
y sin cuerpo,
porque se hunde en el cuerpo,
en sus silbidos y su hiel,
como se hunden los cuerpos en el agua.
Muda, desnuda,
                            caminas por el camino que eres,
y recorres tus muslos, que cimentan el tronco blanco
que te sostiene, y se deslíen en una blancura
plural, fundida
en un abrazo transparente
con la oscuridad,
y palpas el aire con los dedos, y se vuelven aire
tus dedos, derramados en su movimiento
de búsqueda
e introducción,
y ofreces a mis ojos recién nacidos
tus ojos antiquísimos,
el diámetro ácueo de tus caderas,
la erupción aluvial de tus pechos,
la cavidad excedente de tus nalgas:
lo que se endereza, y se extingue, y perdura,
lo que es doble, como tu camino
y el mío, como tus pies, que se adentran en mis ojos,
estrepitosamente  brotados del sueño,
y en los tuyos,
como la sangre,
que es de ambos, pero de un solo cuerpo,
abrasadamente tuya.

Madre


MADRE

Sevilla, La isla de Siltolá, Col Tierra, 2015, 58 págs.

   Nacido en Santa Ana (Cáceres) en 1959, José Cercas es un poeta de amplia obra que ha ido publicando en recopilaciones antológicas, libros colectivos, revistas de España e Hispanoamérica y numerosas publicaciones digitales. Hasta el momento, han visto la luz cuatro poemarios propios: El tiempo que me habita (Madrid, Alfasur, 2006), Los versos de la ausencia y la derrota (Madrid, Vitruvio, 2009), Dana o la luz detenida (Madrid, Alfasur, 2011, 2ª edición en Rumorvisual) y Oxígeno (Madrid, Ariadna, 2012). Hace un año, la editorial sevillana La isla de Siltolá publicó Madre, del que reproducimos un poema que, como las demás composiciones del libro, nace impulsado por el dolor de una pérdida irreparable para cerrarse, sin embargo, con un mensaje de esperanza (“Así, de ese modo: / somos vida”).

ERES YA LA NOCHE

Eres ya la noche de las profundidades, de la lejanía,
la noche material de los sin nombre,
la noche que llora en la soledad de la bruma.
Traes la noche del granizo,
y en las manos más rudas del invierno
traes la crudeza de la ventisca.

Eres la noche del limón amargo y prisionero.
Eres la parte azul de la tierra,
la parte viajera de los astros,
la soledad del bosque.
El pan y los frutos de la escarcha.

Eres la noche del solsticio.
La noche de los océanos en los tejados.
De las farolas rotas bajo las sombras de la luna.
La noche terrenal que espanta al viajero.

Eres la noche leve de la eternidad.
Tú me traes la luz callada del bosque.
Tú me traes la ausencia de tu voz,
la ausencia desconocida y rota de la palabra.
La ausencia de todos los inviernos que reconozco.
Tú eras maternal como el cielo y la tierra.
Tú eras la vida madre,
ahora lamento y ausencia.