VIDA Y DESTINO
Vasili Grossman
Barcelona, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2007, 1112 págs.
Trad. de Marta Ingrid Rebón
Nacido en Berdichev (Ucrania) en 1905, en el seno de una familia judía, y muerto en Moscú en 1964, Vasili Semyonovich Grossman se licenció en Química en la Universidad Estatal de Moscú (en la novela Victor Shtrum, físico nuclear, es en muchos aspectos un retrato del escritor), pero por esos años descubre también su vocación literaria: sus primeros relatos y novelas reciben el aplauso unánime de la clase dirigente soviética (fue elogiado por Máximo Gorki y Mikhail Bulgakov, en 1937 es admitido en la Unión de Escritores Soviéticos). Las circunstancias de su fecha de nacimiento y su aceptación por parte del sistema le permitieron ser testigo directo de algunos de los episodios más terribles de la segunda guerra mundial, que cubrió como periodista: la batalla de Moscú, la batalla de Estalingrado y la marcha sobre Berlín. Con una progresiva mirada de “disidente” que no logra entender el antisemitismo del sistema y que, al cabo, haría sus obras tan inaceptables como Archipiélago Gulag (en 1961 agentes del KGB confiscaron el manuscrito de Vida y destino; Grossman murió sin verlo editado y convencido de que jamás vería la luz), el novelista consiguió lo que otros escritores disidentes, expulsados del sistema, no lograron: un testimonio vívido del “interior” del ejército rojo y del estalinismo como una despiadada máquina de represión sobre su propio pueblo (por el contrario, los bloques narrativos localizados en el interior de un campo de concentración alemán, más novelescos, transmiten una información que parece basada en fuentes librescas).
El valor testimonial de la novela (un retrato completo de la Rusia estalinista) es potenciado por el carácter representativo de los personajes, que comparecen en la narración como individuos singulares, es cierto, pero también como “tipos” de un grupo o clase: el intelectual judío, el gris funcionario estalinista, el viejo bolchevique cuyo rastro se pierde tras su ingreso en La Lubianka, el joven soldado animoso defensor de la patria (Stalin tuvo la astucia de denominarla la “Gran Guerra Patria”), el militar profesional acosado por comisarios políticos... Y sobrevolando por encima de todas estas vidas la intuición de que si el fascismo, como la física moderna, “ha negado el concepto de individualidad separada, el concepto de ‘hombre’ y opera con masas enormes”, el comunismo acabará obrando del mismo modo; si “la física contemporánea habla de probabilidades mayores o menores de fenómenos en este o aquel conjunto de individuos físicos”, el fascismo, y el comunismo, “ha llegado a la idea de aniquilar estratos enteros de población, nacionalidades o razas sobre la base de que la probabilidad de oposición manifiesta o velada en estos estratos o subestratos es mayor que en otros grupos o conjuntos”, una “herética” igualación moral que las autoridades comunistas no aceptarían durante décadas (la primera edición rusa de la novela apareció en Lausanne en 1981).
Vida y destino es, desde otro punto de vista, una narración tradicional que no muestra disonancias ni concesión alguna al experimentalismo. En su estructura interna encontramos un pequeño grupo de narraciones nucleares y a su alrededor un conjunto de historias-satélite, algunas con suficiente autonomía como para parecer relatos adosados. Una de estas historias centrales es la de Víctor Pávlovich Shtrum, físico judío, miembro de la Academia de las Ciencias, apresado entre su vocación científica y las sucesivas muestras de adhesión que el Partido le exige (sin duda, el bloque más autobiográfico: en 1952, en medio de una campaña antijudía, Grossman firmó una carta oficial en la que se pedía un severo castigo para unos médicos judíos implicados supuestamente en un complot contra Stalin). Junto a esta, encontramos la historia de Mijaíl Sídorovih Mostovskói, viejo bolchevique, apresado en un campo de concentración alemán, o la de Nikolái Grigorievich Krímov, comisario militar encerrado en la prisión de La Lubianka, consternado por lo descabellado de las acusaciones.
La denuncia de la Shoah alcanza un momento difícilmente sostenible en la carta que Anna Semyonovna escribe a su hijo desde el guetto en que ha sido confinada (otro rasgo autobiográfico: en septiembre de 1941, la madre de Grossman fue asesinada junto a los 30 000 judíos de Berdichev): “Los alemanes y los politsai [colaboradores ucranianos] llegan en vehículos, toman algunas decenas de hombres para hacerlos trabajar en el campo, les ordenan cavar fosas, y luego, dos o tres días más tarde, los alemanes conducen a todos los judíos hasta esas fosas y fusilan a todos sin excepción. [...] ¿Cómo poner punto final a esta carta? ¿De dónde sacar fuerzas, hijo mío?”. Otra mujer, Sofía Ósipovna Levinton, médico militar, se niega a salvarse al no responder cuando un oficial alemán en los umbrales de la cámara de gas ordena a los doctores que se identifiquen. Acompañará a David, el pequeño niño judío a quien protege, hasta la muerte: “Ese niño, con su ligero cuerpo de pájaro, se marchó antes que ella. ‘Me he convertido en una madre’, pensó ella. Fue su último pensamiento. Su corazón, con todo, todavía contenía vida: se contrajo, le dolió y sintió pena por todos vosotros, vivos y muertos; Sofya Osipovna sintió una oleada de náusea. Se apretó contra David, ahora un muñeco; se murió, una muñeca”.
Si es cierto que toda buena novela presenta una ligera resistencia inicial a un mal lector, Vida y destino añade a esta circunstancia otra dificultad: los nombres rusos nos resultan poco familiares y su hipocorísticos son endiabladamente ajenos a las raíces de los nombres patrimoniales, por lo que terminamos aconsejando la consulta frecuente de una “Lista de personajes principales”, agrupados por espacios o parentesco familiar (que este torpe lector no advirtió hasta la página quinientos y pico).
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