En El viento de la luna (1997) Antonio Muñoz Molina evoca su infancia en
Mágina, reconstruye cómo vivió fascinado el viaje espacial del Apolo XI y refleja,
por contraste, la reacción de las gentes
humildes ante los locutores y actores de televisión que por primera vez
penetraban en sus casas.
“Y cuando salía una locutora guapa, de pelo rubio
y liso, o una cantante con la falda muy corta, Baltasar le decía requiebros soeces con su voz grave y pastosa, "tía buena, que se te ven las bragas, ven aquí que te hurgue". Mi madre, mi abuela, mi abuelo se quedaban callados, invitados que sienten la incomodidad
ante una grosería del anfitrión que no pueden
reprobar en voz alta.
Su
mujer, su sobrina le reñían, pero a él le daba la risa, despatarrado y rebosando el sillón de mimbre donde se sentaba para ver la televisión o para tomar el fresco por las noches, la cara y la gran papada rojiza temblando con las carcajadas, los ojos muy pequeños, entornados, brillando bajo los párpados muy
carnosos que no tenían pestañas.
-Pero Baltasar, qué va a pensar la muchacha de esas
cosas que le dices.
-Si no me oye, so tonta.
-Y tú qué sabes si nos oye o no nos oye.
-Cómo va a oírnos, si no está aquí.
-Tampoco estamos nosotros donde está ella y bien
que nos mira y nos habla y oímos lo que dice.
-Porque tiene micrófono. ¿Tenemos nosotros un
micrófono?
-¿Y qué es un micrófono, tío?
-Para qué hablaréis, si no sabéis nada”.
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