sábado, 21 de noviembre de 2015

El relojero de Yuste


EL RELOJERO DE YUSTE
Los últimos días de Carlos V
José A. Ramírez Lozano
A Coruña, Ediciones del Viento, 2015, 197 págs.
XIX premio de novela Ciudad de salamanca

   Aun cuando se inició como poeta, José Antonio Ramírez Lozano (Nogales, 1950) ha desarrollado de modo paralelo una nutrida trayectoria de poemarios y narraciones que comparten motivos repetidos y similares predilecciones formales. Objeto de numerosísimos galardones, su obra en prosa se inició con Don Illán (Orihuela, 1978), una narración corta con algunas de claves de su mundo narrativo, a la que han seguido otros muchos títulos. Ahora, la editorial coruñesa Ediciones del Viento publica El relojero de Yuste, novela que ha recibido el XIX premio “Ciudad de Salamanca” de 2015 concedido por un jurado presidido por Luis Alberto de Cuenca. Tras un fatigoso viaje desde Tornavacas a Jarandilla, el Emperador acabará recalando en el monasterio cacereño asediado por el dolor y la enfermedad (y por unos frailes escandalizados por sus predilecciones profanas: la pasión por los relojes y por la cerveza, las huellas de Erasmo en sus opiniones…). Cierta noche le asaltará un sueño a la postre premonitorio.

   “Soñó que el vidrio cruel de la gota le atenazaba los dedos y que, desvelado en mitad de la noche, salía a la antecámara buscando el alivio del vino de sen. Y que se asomaba a la ventana y que allí, en mitad de las sombras, bajo la fronda oscura del laurel, entre la tierna granazón de aquel huerto, descubría la figura de un negro jinete, caballero sobre un potro negro. Y que, intrigado, se asomaba al alfeizar por  más reconocerlo y averiguar qué hacía allí tan extraño personaje.
         -¿Qué buscas en mitad de la noche, caballero? –le inquirió.
         -Ando a la caza, señor. Otra no tengo por oficio.
   La suya era una voz fosca, sin timbre apenas, hecha de la opacidad de su propio vacío.
         -¿Qué caza la vuestra, caballero, si las sombras desmerecen el noble arte de cetrería? Sacude tu penumbra. Muéstrame el engaño de tu cimbel.
           -No hay celada mejor que las tinieblas, Carlos.
   Cuando escuchó que lo llamaba por su nombre, Carlos sintió un relente frío por sus huesos.
         -¿Quién eres? Dime. ¿Qué arma es la tuya?
         -No tengo más armas que la espera. Sólo con aguantar poseo cuanto codicio. Cada uno de tus días cuentan de mi parte, Carlos.
         -¡Maldita! Eres la Muerte, sí , lo sé.
         -Soy la que no soy. La que vive del no ser de los demás.
         -¡Largo de aquí o te echaré mis perros!
   En ese mismo instante los perros dieron en ladrar y lo desvelaron sacándolo del sueño. Aturdido, sin acertar a distinguir del todo la realidad de los soñado, se levantó como pudo y los halló junto a la ventana, ambos alzados de manos, rampantes, sus hocicos feroces pegados al cristal. No comprendía cómo sus mastines habían podido intuir la escena soñada. Abajo, entre los laureles no llegaba a distinguir sombra alguna. La luna de febrero bruñía la plata del estanque y apenas una hoja se movía en el parral”. [pp. 84-85]

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