la vida es lo
que llueve
Pilar Galán
Mérida, de la
luna libros, col. Lunas de oriente, 2016, 67 págs.
Licenciada en
Filología Clásica por la Universidad de Extremadura, Pilar Galán (Navalmoral de
la Mata, 1967) es una profesora de enseñanza media que, además, ha dirigido
talleres de escritura, colabora en Canal
Extremadura (“Los sábados al sol”) y en El
periódico de Extremadura con la columna (“Jueves sociales”).
Como narradora, ha publicado los libros de
cuentos El tiempo circular (Editora
Regional de Extremadura), Túneles
(Alcancía), y Manual de ortografía, Diez
razones para estar en contra de la perestroika, Paraíso posible, todos ellos en de la luna libros y Tecleo en vano (Norbanova Narrativa). Ha publicado asimismo las novelas Pretérito imperfecto, Ocrán-sanabu,
Ni Dios mismo y Grandes superficies, en la misma editorial, y dos obras de teatro, Los pasos de la piedra y Miles gloriosus.
Todos estos títulos conforman una
trayectoria reconocida con numerosos premios de narrativa (aunque también ha
logrado el “Francisco Valdés” de periodismo), como el certamen de narraciones
convocado por la UNESCO o el internacional “Miguel de Unamuno”.
Ahora, la editorial emeritense de la luna libros publica en su
colección lunas de oriente, relatos la vida es lo que llueve, una
compilación de 32 narraciones breves, con frecuencia microrrelatos, de diversos
motivos y perfiles, atraídos por los personajes cotidianos de entornos
próximos, que vienen a confirmar que no hay vidas que no merezcan ser
contempladas y recreadas, como ejemplos de las múltiples apariencias de la
condición humana. Reproducimos un relato, titulado con un verso de la “Canción
del pirata” de Espronceda, en que una anciano hospitalizado cruza la frontera que
separa el sueño de la realidad (un sueño piadoso y una realidad despiadada).
TU RUMBO A
TORCER ALCANZA
A finales de agosto, cuando hace viento y
los toldos golpean la barandilla de la terraza como velas enloquecidas, él
sueña con aquel crucero que nunca hicieron juntos.
Como las noches de verano son eternas, sobre
todo para él, que duerme a ratos, le da tiempo a trazar la línea del horizonte,
la primera puesta de sol en el océano, la lluvia sobre el estrecho de
Magallanes, el color violeta de la tempestad que estalló de repente y el
naranja rabioso del bote salvavidas que los llevó a tierra.
Ya casi de madrugada, consigue arrastrar
tierra adentro lo poco que el mar ha devuelto a la orilla de la isla
desconocida donde ella llora sin consuelo. Tarda poco en levantar la cabaña con
hojas enormes de palmeras, menos aún (ya casi amanece, se da prisa) en
encontrar agua potable y la manera de abrir cocos sin esfuerzo. Ella le
recompensa con una sonrisa que deja adivinar algo más para la noche que se extenderá cubierta de estrellas.
Con las primeras luces del día, él esboza un gesto feroz en la cara de los indígenas que se disponen a atacarlos, y dibuja las armas improvisadas y su valentía y los besos de ella restañando las señales de la batalla, y sus brazos rodeando su cuerpo, apretando cada vez más, hasta casi dejarle sin respiración, sofocado, vamos abuelo, no sea perezoso, otra vez se nos han pegado las sábanas, hora de tomarse las pastillas, y ahora sí, ahora vuelve el dolor de las heridas, el olor de la sangre, las flechas envenenadas quizá con curare, pero no quiere abrir los ojos aún, no todavía, suplica, aunque ya las velas se han convertido en toldos, el rumor de las olas en burbujeo de bomba de oxígeno, siente el peso del pañal mojado entre las piernas, y la nostalgia de todas las cicatrices que ella no podrá besar nunca. [Pp. 50-51].
Con las primeras luces del día, él esboza un gesto feroz en la cara de los indígenas que se disponen a atacarlos, y dibuja las armas improvisadas y su valentía y los besos de ella restañando las señales de la batalla, y sus brazos rodeando su cuerpo, apretando cada vez más, hasta casi dejarle sin respiración, sofocado, vamos abuelo, no sea perezoso, otra vez se nos han pegado las sábanas, hora de tomarse las pastillas, y ahora sí, ahora vuelve el dolor de las heridas, el olor de la sangre, las flechas envenenadas quizá con curare, pero no quiere abrir los ojos aún, no todavía, suplica, aunque ya las velas se han convertido en toldos, el rumor de las olas en burbujeo de bomba de oxígeno, siente el peso del pañal mojado entre las piernas, y la nostalgia de todas las cicatrices que ella no podrá besar nunca. [Pp. 50-51].
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