Esta extraordinaria fotografía (que en balde
he buscado en internet) ilustró un artículo aparecido en el suplemento cultural
de El Periódico de Extremadura pocos
días después del fallecimiento de Dulce Chacón en Madrid el 3 de diciembre de
2003. Al año siguiente, el texto logró el VII Premio Nacional de Periodismo “Francisco
Valdés” de periodismo concedido por un jurado presidido por Santiago Castelo (y
compuesto por Jesús Sánchez Adalid, José Carlos García de Paredes y Manuel
Casado Velarde), el único galardón que uno, en su melancólica trayectoria de
crítico literario, ha recibido. Como me pidieron, tracé en él un recorrido por
la obra literaria de la escritora segedana que se dio a conocer como poeta
(género al que reconoció en varias ocasiones mantenerse sustancialmente fiel),
para abrirse más tarde a otros géneros como el teatro (Segunda mano, 1998), el cuento (En
las islas Morrocoy y otros relatos, 2009, en una edición póstuma de la
Editora Regional) y la novela: Algún amor
que no mate (1996), Blanca vuela
mañana (1997) Háblame, musa, de aquel
varón, 1998), Cielos de barro (premio Azorín de 2000) y La voz dormida (2002, premio Libro del
Año, otorgado por los libreros de Madrid). El texto finalizaba con esta
consideración (y disculpen la autocita):“La estrecha relación de la autora con
Extremadura (con numerosísimas intervenciones en la Universidad de Extremadura,
en Aulas y Talleres, en jurados de premios literarios, en actos relacionados
con la Plataforma de Mujeres Artistas contra la violencia de género…) ha
permitido conocer de cerca la ejemplar coherencia de una vida y una obra
guiadas por un valiente compromiso, tan radical en sus mensajes como delicado
en sus formas, con su propio presente”.
Reproduzco el
poema seleccionado por los autores de la carpeta.
LÁPIDA
Para encontrar
de
tus labios
ese sabor metálico
a mojado
-y
ahora que te has ido-
beso la piedra.
Porque me arrebata
tu boca
-tantas
veces-
beso la piedra que
te nombra.
Beso la tierra
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