EL ENEMIGO DEL HOMBRE
Montaña Campón
Mérida, De la Luna Libros, col. Lunas de Oriente, 2022, 114 págs.
Montaña Campón (Cáceres, 1971) se licenció en Derecho por la Universidad de Extremadura. Colaboradora en revistas literarias, antologías de relatos y publicaciones colectivas, es autora de El secreto del coronel (Luhu editorial, 2013), Trece (Cuatro hojas, 2017), El bombo de Tomás (Norbanova, 2018) y Lisboa, Moscú, Madrid (Editora Regional de Extremadura, Orbital, 2021). Sus relatos han sido reconocidos a nivel nacional e internacional con numerosos premios y menciones: I Premio del VII Certamen de Cuentos Villa de Moraleja, con el relato Bea y el dinosaurio, II Premio en el III Certamen de Novela Corta Giralda (Sevilla) con El secreto del coronel, I Premio del X Certamen de Relato Corto José Luis Gallego de Aluche (Madrid) con Rojo vivo, III Premio en el XIII Certamen Víctor Chamorro de Hervás con El camino de las langostas, I Premio II Certamen de Relatos sobre Discapacidad del Centro Benito Menni, Valladolid, con La guerra de mamá, I Premio LII Certamen Casino Obrero de Béjar (Salamanca) con Summertime. El enemigo del hombre, que ahora publica De la Luna Libros, es una “nouvelle” que, en capítulos alternos, localiza su trama en dos espacios muy contrastados: la ciudad de Sarajevo, sitiada y asolada por los bombardeos, y un entorno rural de Utah. Si en la primera Amy, la protagonista, ejerce como fotógrafa de guerra (mientras busca a su amiga Maddison) en un escenario de ruinas y violencia extrema, en la segunda se dedica a elaborar un reportaje sobre las aves del entorno al tiempo que trata de sobreponerse a su experiencia bélica. Pero no es cierto que este segundo ámbito sea un medio de paz (frente a la locura bélica de los Balcanes), pues “el enemigo del hombre” (esto es, el propio hombre) envenena de violencia cualquier espacio sea la razón el nacionalismo fanático o la codicia. Reproducimos un fragmento que presenta a la protagonista en un escenario de ruinas.
“Amy se
desplazaba sigilosamente, de hendidura de puerta a hendidura de puerta,
tratando de evitar balas perdidas que silbaban en la calle, intentando no ser
descubierta por el niño que arrastraba el carrito y que se había enfrentado a
ella la noche anterior. Algunas casas centelleaban en llamas y otras estaban
completamente destruidas por las bombas. Apestaba a carne quemada y Amy se
retiró el casco y tapó la cara con su pañuelo, para pasar desapercibida y
evitar el vómito. El niño callejeaba ligero, el carro traqueteaba vacío y
parecía conocer cada paso para sortear los cascotes, los cristales, los
muertos. Amy, sin embargo, iba haciendo equilibrio sobre sus zapatos, para no
pisar en el lugar equivocado y caer sobre los adoquines amontonados o un charco
sanguinolento. El niño dobló la esquina y desapareció en el interior de una
casa que era un armazón de ladrillo y barras de hierro retorcido. No tenía
tejado, las habitaciones habían vertido sus paredes en el suelo y la madera se
había convertido en cenizas. Amy se quedó parada en el centro de lo que parecía
una cocina, mirando al cielo abierto recortado por un trozo de tela que
venteaba como una bandera sin patria”. [p. 78].
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