EL AMANTE DE ITALIA
Henry James
Oviedo, Trabe, 2009, 157 págs.
Trad. de Hilario Barrero
Recuerdo que fue Álvaro Valverde, entonces director de la Editora Regional, quien me puso en contacto con Hilario Barrero después de que éste publicara en la revista Clarín una amable reseña de mi edición de La última cigüeña (Mérida, ERE, 2005). Hilario había dedicado su tesis doctoral a Félix Urabayen, logrando, con ella, el mejor estudio de conjunto sobre el escritor navarro: Vida y obra de un claro varón de Toledo. El legado de Félix Urabayen (City University of New York, 2000).
Hace unos días recibí un ejemplar de El amante de Italia, de Henry James, traducido por él y reeditado ahora que se cumple el centenario de su publicación en Boston y Nueva York el veinte de noviembre de 2009. Enamorado de Europa hasta el punto de nacionalizarse británico (murió en Sussex en 1916), James reunió ensayos escritos durante un periodo de cuarenta años en Italian Hours, el título original del libro, dedicados a ciudades italianas como Roma, Venecia, Florencia, Pisa, Rávena y otros lugares menos prestigiosos como Livorno, Lucca o Pistoia.
Atraído por la belleza clásica de edificios y horrorizado por las aglomeraciones turísticas y las remodelaciones modernas, James es un viajero curioso y un tanto cascarrabias que cambiaría en cualquier momento Italia por América (“Se necesita mucho para hacer un americano triunfador, pero para hacer un veneciano feliz solo se necesita un puñado de sensibilidad”).
La siguiente cita contiene una visión de la bahía de Nápoles desde la “bella, horrible y embrujada” isla de Capri, texto que me recuerda, por la coincidencia en el mismo paisaje aunque no sé si contemplado desde el mismo lugar, a un extraordinario poema de Álvaro Valverde (“Veduta del Golfo di Napoli”, de Una oculta razón). Reproduzco ambos textos, tan distintos, tan necesarios:
“Sorrento y el Vesubio aparecían enfrente; Nápoles más lejana, disuelta en medio del cuadro en una trémula imprecisión; y el largo brazo de Posilippo y la presencia de las otras islas, Procida, la afligida Ischia, se hacían presentes por la izquierda. La atmósfera de grandeza parecía penetrar nuestra nariz y venir de fuentes tan numerosas y tan complejas que sería imposible enumerarlas. Era la misma antigüedad disuelta con todas las imágenes pardas y suaves, con todas las notas de la vieja lengua, con todas las inclinaciones de la gran botella, con todas las sombras proyectadas por todos los fragmentos clásicos que añadían su toque particular a la impresión general. ¿Cuál era el secreto de esta sorprendente amenidad?”
Henry James
Oviedo, Trabe, 2009, 157 págs.
Trad. de Hilario Barrero
Recuerdo que fue Álvaro Valverde, entonces director de la Editora Regional, quien me puso en contacto con Hilario Barrero después de que éste publicara en la revista Clarín una amable reseña de mi edición de La última cigüeña (Mérida, ERE, 2005). Hilario había dedicado su tesis doctoral a Félix Urabayen, logrando, con ella, el mejor estudio de conjunto sobre el escritor navarro: Vida y obra de un claro varón de Toledo. El legado de Félix Urabayen (City University of New York, 2000).
Hace unos días recibí un ejemplar de El amante de Italia, de Henry James, traducido por él y reeditado ahora que se cumple el centenario de su publicación en Boston y Nueva York el veinte de noviembre de 2009. Enamorado de Europa hasta el punto de nacionalizarse británico (murió en Sussex en 1916), James reunió ensayos escritos durante un periodo de cuarenta años en Italian Hours, el título original del libro, dedicados a ciudades italianas como Roma, Venecia, Florencia, Pisa, Rávena y otros lugares menos prestigiosos como Livorno, Lucca o Pistoia.
Atraído por la belleza clásica de edificios y horrorizado por las aglomeraciones turísticas y las remodelaciones modernas, James es un viajero curioso y un tanto cascarrabias que cambiaría en cualquier momento Italia por América (“Se necesita mucho para hacer un americano triunfador, pero para hacer un veneciano feliz solo se necesita un puñado de sensibilidad”).
La siguiente cita contiene una visión de la bahía de Nápoles desde la “bella, horrible y embrujada” isla de Capri, texto que me recuerda, por la coincidencia en el mismo paisaje aunque no sé si contemplado desde el mismo lugar, a un extraordinario poema de Álvaro Valverde (“Veduta del Golfo di Napoli”, de Una oculta razón). Reproduzco ambos textos, tan distintos, tan necesarios:
“Sorrento y el Vesubio aparecían enfrente; Nápoles más lejana, disuelta en medio del cuadro en una trémula imprecisión; y el largo brazo de Posilippo y la presencia de las otras islas, Procida, la afligida Ischia, se hacían presentes por la izquierda. La atmósfera de grandeza parecía penetrar nuestra nariz y venir de fuentes tan numerosas y tan complejas que sería imposible enumerarlas. Era la misma antigüedad disuelta con todas las imágenes pardas y suaves, con todas las notas de la vieja lengua, con todas las inclinaciones de la gran botella, con todas las sombras proyectadas por todos los fragmentos clásicos que añadían su toque particular a la impresión general. ¿Cuál era el secreto de esta sorprendente amenidad?”
[Henry James]
VEDUTA DEL GOLFO DI NAPOLI
Llega lenta y remota la voz de un viejo canto
y con ella aquel eco de lo que entonces tuve
y la noche ha cubierto de una vaga presencia.
En la imagen cautiva que devuelve el espejo
cobra forma el olvido.
Su sonido recuerda el fluir de las aguas.
Su visión, las escenas de un paisaje de invierno.
El barco inglés, el boj, los jarrones con brezo
rememoran la edad
donde tuvo la vida el sentido de todo.
Su furtiva presencia es esa estela
que vemos alejarse dibujada
sobre la hermosa estampa del Vesubio.
[Álvaro Valverde]
VEDUTA DEL GOLFO DI NAPOLI
Llega lenta y remota la voz de un viejo canto
y con ella aquel eco de lo que entonces tuve
y la noche ha cubierto de una vaga presencia.
En la imagen cautiva que devuelve el espejo
cobra forma el olvido.
Su sonido recuerda el fluir de las aguas.
Su visión, las escenas de un paisaje de invierno.
El barco inglés, el boj, los jarrones con brezo
rememoran la edad
donde tuvo la vida el sentido de todo.
Su furtiva presencia es esa estela
que vemos alejarse dibujada
sobre la hermosa estampa del Vesubio.
[Álvaro Valverde]
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