Manuel Jurado López
Mérida, De la luna Libros, 2009, 183 págs.
Coral negro cierra su trama con la imagen de los acorazados americanos frente a la bahía de La Habana realizando unas maniobras militares que el gobierno español considera una provocación injustificable. Pronto correrá por toda la isla la noticia del hundimiento del Maine: Estados Unidos declara la guerra a España.
Si es cierto que todas las naciones han puesto más empeño en relatar sus conquistas que sus derrotas, la presente novela, en cambio, dirige su atención a la perdida de los últimos restos del imperio colonial español y, más específicamente, a los años previos al desastre. Hasta la isla caribeña llega el ingeniero vasco Xavier Uribe con el encargo de dirigir el tendido del ferrocarril en una hacienda dedicada a la producción de tabaco, pero los insurgentes incendian el campo y queman toda la producción. La isla es ya un violento escenario en donde combaten el PUL (conservadores y peninsulares), los autonomistas y los independentistas liderados por José Martí y apoyados, con dinero y armamento, por los estadounidenses, quienes ya habían intenado comprar la isla por dieciséis millones de pesetas, mientras que, ajenos a las convulsiones de la historia, “grupos de mulatos y negros indiferentes, sentados al borde del malecón, hablaban de sus cosas y veían pasar las nubes altas”.
Pero este entorno, cada vez más violento, será propicio para las andanzas de soldados de fortuna y expresidiarios. Tras la detención y encarcelamiento de Uribe por apoyo a los insurrectos, uno de ellos, Wilson Ariel “Coyote” Valdivia, asesinará, en el arranque de la novela, a Ximena Monteolivete, esposa del ingeniero y encinta, a la puerta de su casa, mientras su hija Artemisa se peina en el espejo y ve en él el crimen. Será una más del rosario de atrocidades que el ejército español cometa en la colonia caribeña para tratar de sofocar en vano la rebelión.
El comentario está muy bien, y puede inducir a otros a leer esta novela del sevillano Manuel Jurado. Habría que añadir que el autor despliega en este cuidado texto un impresionante dominio del lenguaje, con una riqueza léxica realmente asombrosa. La novela, además de los episodios previos a la guerra con EE.EE, tiene otros registros no menos interesantes, como la descripción minuciosa, táctil, olfativa, de los ambientes de Cádiz, Sevilla y Sanlúcar. Paralelamente a la impotencia de España para mantener el orden en Cuba, la sociedad española de esta parte del océano, y concretamente la sociedad andaluza, también parece haber entrado en una vía de descomposición y de ausencia de ideales, mientras un nuevo arzobispo toma posesión de la sede sevillana enmedio del delirio popular, delirio que también despierta luego la muerte de una infanta. No tiene desperdicio todo lo que se trata en el cenáculo del médico de Sanlúcar, y especialmente la discusión sobre el modernismo. No olvidemos que el autor es profesor de literatura. Un poco tragicómica me parece la muerte de la hermosa Artemisa (se ahoga al tragarse la raspa de un pescado). Genial me parece la criada de origen italiano que sabe latín, y que resume a menudo, con un gracioso latinajo, desde la cocina, los complejos y ertuditos parlamentos de los contertulios de la sociedad vascoandaluza. "Ya viene el cortejo", dice un contertulio. Un cortejo que no tiene nada que ver con una marcha triunfal, sino todo lo contrario.
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