UN OTOÑO EXTREMEÑO
Mario Martín Gijón
Mérida, Editora Regional de
Extremadura, Col La Gaveta, 2017, 132 págs.
Nacido en Villanueva de la
Serena en 1979, Mario Martín Gijón es autor de ensayos (Una poesía de la presencia, 2009; Los (anti)intelectuales de la derecha en España, 2011, La patria imaginada de Máximo José Kahn,
2012, y Una historia compartida: la
resistencia franco española (1936-1950), 2013), de dos libros de poemas (Latidos y desplantes, 2011, y Rendición, 2012) y de dos novelas (Inconvenientes del turismo en Praga, 2012,
y Un día en la vida del inmortal Mathieu,
2013). Ahora la Editora Regional de Extremadura publica Un otoño
extremeño que se presenta como un diario escrito por el ingeniero forestal alemán Thomas Jung (y abandonado tras su partida) durante su estancia en
Extremadura entre el otoño de 2011 y la primavera de 2012. Uno de sus
colaboradores, Esteban Carrasco Villanueva (autor de un prólogo y epílogo en
que dará cuenta de los pormenores del proyecto en que están embarcados),
traducirá el texto al español. En las entradas del diario descubriremos a una
personalidad herida por un pasado traumático, atraído por la belleza primigenia
de los parajes naturales de la provincia de Cáceres (Malpartida, Campo
Arañuelo, Monfragüe, Las Villuercas…), entre robledales, alcornocales, encinares,
olmedos…, que muestran síntomas de graves patologías vegetales. Reproducimos la
última entrada del diario, cuando Thomas Jung, que verá truncados sus proyectos
personales y profesionales, imagina,
antes de la partida, la nostalgia con que recordará esta naturaleza esplendente.
7
de junio
“No puedo despegarme de esta tierra. ¿Cómo
voy a olvidar, desde Múnich, esa vereda entre dos dehesas, donde se posaban las
urracas, sin que la congoja me atenace la garganta? ¿Cómo voy a recorrer el
camino a Freising o pasear por el Jardín Inglés y aspirar el aire buscando en vano ese aroma
áspero y empalagoso de la flor de la jara, o el olor agreste de la cagarruta de
la oveja? ¿Cómo voy a reconocerme en ese paisaje domesticado hasta la sumisión
total a las funciones del mezquino ser humano, sin esos zarzales cuyas
espesuras atraían la mirada, aun conociendo sus espinas, sin cardos
traicioneros, sin nubes de mosquitos en verano y sin alcornoques torturados,
cómo voy a conformarme con la suavidad anestesiada de los campos de Baviera?
¿Cómo voy a cambiar la recatada y pacata luz de Múnich, tan ridícula frente a
la avalancha solar de Extremadura, que invita al desnudo y al abrazo perlado de
sano sudor? ¿Cómo coy a aceptar el manso y monótono Isar, que solo sirve para
reflejar la presunción muniquesa, recordando al misterioso Tajo oculto entre
estribaciones fragorosas, que se nos aparece de repente, verde como un río encantado,
cubierto de nieblas al alba, como escondiendo ignotas entidades? En vano
buscaré senderos bordeados de retamas, en vano escarpaduras coronadas de ruinas
de castillos confundidas con los riscos, sin la pompa de los castillos de
dibujo animado, trampantojo para turistas, que enorgullecen a los ignorantes de
mi patria. Ya no más pinos nacidos en las hendiduras de cuarcitas, ya no más
infancia senil del acebuche, modestia del olivo, esqueletos de árboles que me
llenaban de tristeza pero que, también ellos, podían cobrar vida momentánea
gracias a un gavilán o un abejaruco” [pp. 127-128]
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