Conducía hace unos días en dirección a
Mérida oyendo la radio (que no escuchándola), sumido en preocupaciones
domésticas, cuando de repente sonaron los acordes veraniegos de una canción de
mi juventud: “Eva María se fue / buscando el sol de la playa / con su maleta de
piel/ y su biquini de rayas”. En ese momento sentí un leve estremecimiento que,
sin té ni magdalenas, me abdujo por completo para un instante después depositarme
suavemente (era verano de 1973, cuando Fórmula
V dio a conocer esta joya de la música pop) en el patio de la casa de mis
padres donde mi hermana y sus numerosas amigas bailaban al son de un tocadiscos
de pilas, mientras, en el presente, una dulce nostalgia me invadía. ¡El verde dosel de la parra madurando sus
racimos de uva albilla, la palmera desgañitándose con un gorjeo unánime de
gorriones, las chicas moviendo rítmicamente sus púberes caderas… ¡Y todo lo
había desencadenado una festiva tonada popular! Cómo no compartir la aguda
observación de Faulkner; “el pasado no está muerto, ni siquiera es pasado”.
Como no tenía mejor cosa que hacer que
atender al tráfico (y a los rádares emboscados de la DGT) y escuchar la
canción, me detuve en los versos, leves y ligeros como pompas de jabón, que, a
pesar de su tono fresco y estival, relatan una separación (o una ruptura, la
cosa no está del todo clara): “ella se marchó / y solo me dejó / recuerdos de
su ausencia…”, y es que “sin la menor indulgencia [sic] Eva María se fue” (a la
playa). Tras este episodio traumático, durante las noches de insomnio, al
amante solo le queda el pobre consuelo de contemplar su fotografía (con su
biquini de rayas, “bañándose en el mar / tostándose en la arena”), momento en
que la canción exhibe un erotismo tímido y primario. Nada que pueda compararse con las
sutiles sugerencias del éxito de este verano, “Despasito”: “Y es que esa
belleza es un rompecabezas / pero pa montarlo aquí tengo la pieza”.
Recordé entonces una viñeta de Forges (no la
que reproduzco; otra que no he podido encontrar) que mostraba a la pareja camino
de la playa: delante, Eva María con su biquini rayado lleva en la mano una pequeña
radio de la que surgen los versos de la melodía, en tanto que el menda, detrás
de ella, carga a hombros un enorme maletón y canturrea la letra corrigiendo el
cuarto verso (“… con su maleta de piel / que un gilipollas llevaba”).
¿Es cierto que “cualquier tiempo pasado fue
mejor”, como afirma Jorge Manrique? No. Es falso. Tan falso como que Manrique
dijera eso, como repiten tantos tontos. Lo que el poeta palentino dijo literalmente
fue: “[contemplando] cómo a nuestro parescer / cualquiera tiempo pasado / fue
mejor”; esto es, cómo tras los muchos años vividos sentimos la tentación de
considerar (erróneamente) que cualquier tiempo pasado fue mejor.
¿Cómo es posible entonces que me emocionara
una canción del pasado que por aquellos años yo odiaba minuciosamente? No lo sé.
Solo sentí que cuando acabó la melodía se apagó de repente aquel destello luminoso (los
gorriones gorjeando, las uvas madurando, las chicas contoneándose) y volví de
nuevo a este mísero presente atento al destello luminoso de algún radar emboscado
que podría encarecer de un modo notable mi viaje a Mérida. Y sin la menor
indulgencia.
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