RAZONES
PARA DESCONFIAR DE LOS VECINOS
Luis
Noriega
Bogotá,
Penguin Random House, 2017, 304 págs.
III
Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez
Nacido en Cali en 1972, Luis Noriega es
autor de tres novelas: Imez (1999,
premio UPC de Ciencia Ficción), Donde
mueren los payasos (2013) y Mediocristán
es un país tranquilo (2014, finalista del Premio Nacional de Novela de
Colombia). Razones para desconfiar de los
vecinos, una compilación de relatos aparecida en 2015, consiguió el III
Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez.
Razones
para desconfiar de los vecinos reúne nueve relatos escritos durante veinte
años que muestran, desde un distanciamiento irónico y un marcado sentido del
humor, a unos seres de comportamiento errático: un profesor de universidad que
se dedica a asesinar taxistas por cobrarle injustamente un recargo por servicio
nocturno (“Tríptico del Mata y Paga”), los habitantes de un bloque urden
hipótesis delirantes sobre el “extraño” comportamiento de sus vecinos, relato
que da título al libro, un español en paro viaja a Colombia en donde, debido a
un malentendido, es acogido como un exitoso escritor de libros de autoayuda (“Las
doce leyes del éxito”), un escritor fracasado se involucra en una trama
criminal (“El problema de Randy”)…
En “Cómo perder la fe” un joven matrimonio
planea un romántico viaje a San Andrés, pero el proyecto del esposo-narrador va
degradándose con varias tribulaciones domésticas: la suegra ha decidido sumarse
al viaje y llevar con ella a su nieto para que conozca el mar, en el avión
ponen el episodio más infame de La guerra
de las galaxias y, más tarde, la madre compra al niño el sable láser.
Afortunadamente, la espada luminosa desaparece.
“Me enteré de que se me había concedido un
indulto cuando una noche, al regresar a casa, María me recibió armada con una
caipiriña para cada uno. En la sala me esperaba una caja envuelta en papel de
regalo. El regalo, sin embargo, no era para mí.
-Qué es?
-El sable láser de Lucas.
-¿Le has comprado uno nuevo?
-No. Lo tenía mamá. Perdóname. Es que
estabas tan enajenado con eso que estaba segura de que se lo habías escondido
tú.
-¿Tu mamá? ¿Y por qué lo tenía tu mamá?
-Pensó que era un vibrador. Mi vibrador.
Se lo quitó sin que se diera cuenta para no tener que explicarle por qué no se
jugaba con las cosas de mamá.
La tentación de cobrarme la semana de
ostracismo fue irresistible.
-¿Y lo probó?
María encajó la pulla con un gruñido y alzó
la caipiriña de la paz para que brindáramos. Ambos nos reímos.
-¿Vamos a decirle que es nuevo? –dije.
-Bueno, pensé que te gustaría
entregárselo y recitarle alguna cosa.
¿Alguna cosa como “Usa la fuerza, mi joven
padawan”? Ni pensarlo.
Diez minutos después, viendo a Lucas blandir
el vibrador de su abuela por toda la sala, oyendo zumbar el vibrador de mi
suegra a cada salto, pensé en las consecuencias que esa escena tendría sobre mi
precaria fe en la secta de los benedictinos intergalácticos y la encontré en
franca decadencia”. [pp. 162-163].
No hay comentarios:
Publicar un comentario