domingo, 3 de diciembre de 2017

Razones para desconfiar de los vecinos


RAZONES PARA DESCONFIAR DE LOS VECINOS

Luis Noriega
Bogotá, Penguin Random House, 2017, 304 págs.
III Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez

   Nacido en Cali en 1972, Luis Noriega es autor de tres novelas: Imez (1999, premio UPC de Ciencia Ficción), Donde mueren los payasos (2013) y Mediocristán es un país tranquilo (2014, finalista del Premio Nacional de Novela de Colombia). Razones para desconfiar de los vecinos, una compilación de relatos aparecida en 2015, consiguió el III Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez.
   Razones para desconfiar de los vecinos reúne nueve relatos escritos durante veinte años que muestran, desde un distanciamiento irónico y un marcado sentido del humor, a unos seres de comportamiento errático: un profesor de universidad que se dedica a asesinar taxistas por cobrarle injustamente un recargo por servicio nocturno (“Tríptico del Mata y Paga”), los habitantes de un bloque urden hipótesis delirantes sobre el “extraño” comportamiento de sus vecinos, relato que da título al libro, un español en paro viaja a Colombia en donde, debido a un malentendido, es acogido como un exitoso escritor de libros de autoayuda (“Las doce leyes del éxito”), un escritor fracasado se involucra en una trama criminal (“El problema de Randy”)…
   En “Cómo perder la fe” un joven matrimonio planea un romántico viaje a San Andrés, pero el proyecto del esposo-narrador va degradándose con varias tribulaciones domésticas: la suegra ha decidido sumarse al viaje y llevar con ella a su nieto para que conozca el mar, en el avión ponen el episodio más infame de La guerra de las galaxias y, más tarde, la madre compra al niño el sable láser. Afortunadamente, la espada luminosa desaparece.

   “Me enteré de que se me había concedido un indulto cuando una noche, al regresar a casa, María me recibió armada con una caipiriña para cada uno. En la sala me esperaba una caja envuelta en papel de regalo. El regalo, sin embargo, no era para mí.
         -Qué es?
         -El sable láser de Lucas.
         -¿Le has comprado uno nuevo?
         -No. Lo tenía mamá. Perdóname. Es que estabas tan enajenado con eso que estaba segura de que se lo habías escondido tú.
         -¿Tu mamá? ¿Y por qué lo tenía tu mamá?
         -Pensó que era un vibrador. Mi vibrador. Se lo quitó sin que se diera cuenta para no tener que explicarle por qué no se jugaba con las cosas de mamá.
   La tentación de cobrarme la semana de ostracismo fue irresistible.
         -¿Y lo probó?
   María encajó la pulla con un gruñido y alzó la caipiriña de la paz para que brindáramos. Ambos nos reímos.
         -¿Vamos a decirle que es nuevo? –dije.
         -Bueno, pensé que te gustaría entregárselo y recitarle alguna cosa.
   ¿Alguna cosa como “Usa la fuerza, mi joven padawan”? Ni pensarlo.
   Diez minutos después, viendo a Lucas blandir el vibrador de su abuela por toda la sala, oyendo zumbar el vibrador de mi suegra a cada salto, pensé en las consecuencias que esa escena tendría sobre mi precaria fe en la secta de los benedictinos intergalácticos y la encontré en franca decadencia”. [pp. 162-163].

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