DÍAS DE GRATITUD
Antología poética
Juan Felipe Robledo
Granada, Valparaíso, 2016, 88
págs.
Nacido en Medellín (Colombia) en 1968, Juan Felipe Robledo es profesor de la Universidad Javierana de Bogotá
especializado en literatura del Siglo de Oro con estudios críticos sobre
autores como San Juan de la Cruz, Francisco de Quevedo, Luis de Góngora o el
Romancero. Como poeta es autor de los libros De mañana (2000), La música
de las horas (2002), Luz en lo alto (2007)
y Dibujando un mapa en la noche
(2009). Sus poemas, que han logrado premios como el mexicano “Jaime Sabines”
(1999) o el Premio Nacional de Poesía del ministerio de Cultura de Colombia
(2001) han sido traducidos al inglés,
portugués e italiano. En 2016, la editorial granadina Valparaíso publicó Días de
gratitud, una antología que agrupa las composiciones en cinco apartados: “Al
dictado del tiempo”, “Liviana puede ser la vida”, “Donde se usa la palabra alma”,
“Días de gratitud” y “Palabra que no dice”. Al primero de ellos pertenece el
texto que reproducimos.
POEMA PARA NO OLVIDAR EL
ÁRBOL DEL CAUCHO
Las hormigas que conocen bien
la sombra
no tienen ningún motivo de
vergüenza,
no hay sitio que no conozcan
ni dicha que no las llene en
las mañanas frescas de la costa.
Los mangos que reposan en los
senderos recorridos
por su impudicia
son hoy ruinas de castillos,
lejanos bastiones para dejar
de
lado y no lanzarse a conquistar.
Los cruzados jamás vendrán a
esta tierra, los corceles
no piafaron en ella bajo
largos mediodías.
Son sus rutas poblados
conciertos que cantan la espesura,
tiempo
callado que no dice vaguedades o intensifica
los
acentos que viven sobre sus cabezas.
Dioses que atravesaron el
océano viven en esta tierra
desde
hace varios siglos
y los que habitan bajo el
árbol no se han enterado
o si lo supieron un día no
les importó.
No hay bajo el árbol de
caucho plegarias, no hay consuelo,
todo es vida de esplendor
para el olvido.
Y las hojas se mueven, el tiempo
es eterno en los bordes,
los perros se persiguen desde
siempre entre la arena,
festejan los loros y las
guacamayas en el cielo delgado
que
abraza al árbol,
el día pasa con fuegos
lejanos y la piedra canta para sí.
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