SOÑAMOS QUE VENDRÍAN POR EL MAR
Juan Diego Mejía
Bogotá, Ed. Alfaguara, 2018, 272 págs.
Nacido en Medellín (Colombia) en 1952, Juan Diego Mejía es uno de los
escritores colombianos más representativos de la segunda mitad del siglo
veinte. Formado en Matemáticas por la Universidad Nacional, Mejía fue productor
de cine y televisión, director del Canal Universitario (Canal U), Secretario de
Cultura Ciudadana de Medellín y, en la actualidad, Director de la Feria
Internacional del Libro de Medellín. Como escritor, ha publicado los volúmenes
de cuentos Rumor de muerte (1982) y Sobrevivientes (1985)
y las novelas A cierto lado de la sangre (1991), El cine era mejor que la vida (1997), Camila
Todoslosfuegos (2001), El dedo índice de Mao (2003) y Era lunes cuando cayó del cielo (2008).
Su
última novela, Soñamos que vendrían por
el mar, sigue las andanzas de Pável Vlasov (un seudónimo tomado del nombre de
un personaje de La madre, de Máximo Gorki) y un grupo de jóvenes
correligionarios que han decidido abandonarlo todo (familia, estudios, trabajo…)
para sumarse a la guerrilla. Actor y director de teatro, Pável monta obras de
trasfondo revolucionario (La masacre de
Santa Bárbara, sobre un asesinato masivo ocurrido en febrero de 1963, El rehén…, pero también clásicos como La tempestad de Shakespeare) y entra en
contacto con grupos de Bogotá, Cali, Medellín o Santa Bárbara, ciudades por
donde acompañamos a estos jóvenes idealistas que sueñan con recibir armas de
Las Antillas (este es el sentido del título) y marchar a las sierras o a la
selva para sublevar al campesinado (luego, llegará el momento de tomar las
ciudades). Ambientada en el tránsito de los años setenta a los ochenta, la obra
recoge la efervescencia revolucionaria de una juventud (artistas, intelectuales,
estudiantes universitarios…) impulsada por unos nobles ideales políticos que se
proponen una transformación radical de unas estructuras sociales injustas siguiendo
el modelo cubano. Su proyecto inmediato será conmemorar en la ciudad de Ciénaga la masacre bananera ocurrida en febrero de 1928 (a la que se refiere Gabriel García Márquez en Cien años de soledad). Todo parece posible si llegan las armas como viene a
confirmar la entrada de los sandinistas en Managua (julio de 1979), pero
empiezan a caer los primeros “mártires” (enfermos, asesinados) y los problemas
se suceden. ¿Conocerán estos jóvenes, contemplados con tanta benevolencia como
simpatía artística, el triunfo de la revolución?
Reproducimos un fragmento en que brindan por su futuro destino como
guerrilleros.
-Puerto Berrío, pueblo de fuego –dijo
Hollman.
-¡Salud!
Después se levantó Juan Molina, les ofreció su trago a todas las
meseras, al encargado de la música y, por último, a los de la mesa grande que
lo miraban con impaciencia.
-La Mojana, tierra sagrada.
-¡Salud!
Luego
habló uno alto que yo no conocía. Era flaco, de gafas grandes como las de
Hollman, de barba negra cerrada. Se tomó unos segundos demás para que todos lo
oyeran
-Urabá, puerta de entrada a un mundo libre.
-¡Salud!
Entonces se paró Raúl. Sonriente, el ron lo había relajado, ahora no
tenía la culebra que se le dibujaba en la frente cuando se enojaba. Primero
dijo que los quería mucho a todos.
-A todos, incluido vos, Pável –dijo, y
levantó más la copa-. ¡Brindemos por las selvas del Carare!
-¡Salud!
Cuando Charles Bronson iba a brindar, se paró a su lado Yolanda. Se
miraron a los ojos y en coro dijeron:
-Por Armero, por los que soñamos bajo el
volcán
-¡Salud!" [pp. 1128-129].
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