miércoles, 19 de noviembre de 2025

Una aventura al pastel

 


RUTH, LINAZA Y TREMENTINA

UNA AVENTURA AL PASTEL

Mafalda Santos Beltrán

Juan Ramón Santos

Daniel Gil Segura (ilustraciones)

Mérida, Editora Regional de Extremadura, col. Tigres de papel, 2025, 131 págs.

   Mafalda Santos Beltrán nació en Plasencia en 2008. Cuanto tenía diez años le propuso a su padre escribir la historia que ahora tienes en tus manos. Siempre le ha gustado leer y dibujar, cosas que sigue haciendo, y además es una enorme fan del cine y de la música. Por eso tiene una cuenta en Instagram en la que recomienda libros, películas y series: @mafaldas.house_

   Juan Ramón Santos es autor de novelas y de libros de relatos y de poemas para lectores adultos. Un día, hace unos años, su hija Mafalda le propuso hacer un libro a medias, le pareció una idea fantástica y así, casi sin querer, empezó a escribir para niños. Gracias a eso ganó el XXIX Premio Edebé de Literatura Infantil con El Club de las Cuatro Emes, la primera entrega de una saga de aventuras que ha continuado después con A cara de perro y Suspense en matemáticas, los tres títulos publicados por la editorial Edebé. Puedes encontrar más información sobre el autor en la web: www.aeex.es/autores/juan-ramon-santos/

   Aunque la de payaso fue su primera vocación, a causa de una sobrealimentada autoestima (¡gracias mamá!), Daniel Gil Segura pronto se da a garabatearlo todo y a decorar con ahínco los márgenes de libros y carpetas. Tras cursar Bellas Artes, retoma su primera inclinación para dedicarse a la docencia (el oficio más parecido al de payaso, pues garantiza escenario y público con disposición a la risa). Aplicando estrictamente la máxima de "quien mucho abarca poco aprieta, pero se lo pasa teta", juega a ser ilustrador, escenógrafo, titiritero, diseñador gráfico, músico, director de cortometrajes, actor de teatro, activista social y medioambiental y ocasionalmente artista plástico. Más en @danudan3

   Con unas sugerentes ilustraciones de Daniel Gil Segura, Una aventura al pastel relata, con eficiencia, frescura y sentido del humor, una viaje onírico de una niña, Ruth, por el territorio de unos óleos (y unos museos) para ayudar a Perseo / Ruggiero a liberar de sus cadenas a Angélica /Andrómeda y del peligro que la amenaza. Absorta ante este óleo de Odilon Redon, la niña penetrará en un territorio fantástico en el que en compañía de un perro parlanchín y un hada de la pintura tendrá que hacerse con unos objetos (un espejo de un lienzo, una manzana de otro…) que deberá entregar al jinete mitológico, para volver, transformada al territorio de la realidad . Reproducimos el bloque que sirve como umbral del tránsito del mundo infantil a la fantasía.

   “Los colores la dejaron boquiabierta, tanto que al principio le pareció nada más una explosión de azul y de naranja. Luego, fijándose bien, se dio cuenta de que volando, en mitad de un cielo salpicado de lila, a lomos de un caballo con alas, había un hombre que luchaba con su lanza contra una serpiente enorme que parecía emerger de entre las olas. Después, fijándose un poquito más, se dio cuenta de que al fondo, hacia la izquierda, se veía una mujer desnuda con las manos sobre la cabeza, como si estuviese atada a lo que parecían unas rocas. Se preguntó quiénes serían esos personajes y para averiguarlo, como había visto hacer a sus padres y a aquellos señores tan serios y callados que deambulaban por el museo, se puso de puntillas para leer el letrero que, pegado en la pared por debajo de la pintura, decía:

Ruggiero y Angélica

(Perseo y Andrómeda)

Odilon Redon

c. 1910

Pastel sobre papel

50,5 x 40,6 cm

Staatliche Museen zu Berlin

—Ruggiero y Angélica —musitó entre dientes, y enseguida comenzó a preguntarse si el caballero naranja sería aquel Ruggiero, si la chica se llamaría Angélica, si Perseo y Andrómeda serían el caballo alado y la serpiente, pero también dónde estaría el pastel, y en esas estaba cuando se dio cuenta de que detrás, justo enfrente del cuadro, había un banco para descansar. Entonces, ni corta ni perezosa, se encaramó encima y se sentó a contemplar, anonadada, aquel espectacular despliegue de color

—Me encantaría entrar en ese cuadro y ayudar a la chica —exclamó muy valiente y muy segura de sí con sus breves piernas colgando por el borde del banco, y, nada  más cerrar la boca, inesperadamente, desapareció” [pp. 33-34].




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